Revisar la Constitución sería abrir la caja de Pandora
Miguel Massanet Bosch. Cuando escuchamos a tantos políticos empeñados en efectuar cambios en nuestra Constitución del año 1978, no podemos menos de pensar cuáles serán los verdaderos motivos de tanto empeño en cambiar nuestra Carta Magna y los ocultos intereses que se ocultarán detrás de semejante obcecación. Una ley de leyes que lleva tantos años sirviendo para que España haya gozado de un periodo tan largo de paz y prosperidad, no debe ser tan mala ni requerir tantos apaños como pretenden quienes están buscando recovecos legales, interpretaciones favorables y escapatorias interesadas para poder colar sus propios intereses, aunque sean bastardos y egoístas, so pretexto de limar algunas asperezas que se puedan encontrar en la normativa constitucional.
Escuchar a los líderes separatistas criticar al Estado español, por empeñarse en mantener el estatus constitucional que impide que puedan llevar a cabo sus propuestas soberanistas o, por otro lado, ver los esfuerzos que este comunismo bolivariano, de reciente aparición en las tierras patrias, cuando pide insistentemente un cambio en nuestras instituciones, una revisión de nuestra legislación o una reforma a fondo de nuestros preceptos constitucionales, para adaptar la norma de normas a sus propios intereses e ideología marxista, de manera que quedasen eliminadas aquellas partes de su contenido, capaces de obstaculizar o impedir que, libremente y sin obstáculo alguno, pudieran cambiar por entero la fisonomía política de nuestra nación, de modo que se les diera carta blanca para poder implantar su modelo político, que tantas vidas y tantas economías han sido capaces de segar y de hundir a lo largo de la historia, desde que la Revolución Rusa de 1917 acabó con el imperio zarista en la nación Rusa. El gran temor que nos asalta, el miedo que sentimos cuando observamos cómo, cada día que pasa, los actuales dirigentes del PP se muestran más flexibles, menos firmes, más propicios y menos convencidos cuando se habla de la necesidad, presunta necesidad, de cambiar algunos aspectos que, a las izquierdas particularmente, les parece que debieran ser objeto de una revisión a fondo.
Lo que sucede es que si entráramos dentro de la dinámica revisionista que intentan imponernos, sucedería que, abierto el melón y removidas sus partes internas, el resultado sería la desaparición de todas nuestras garantías constitucionales, conservando únicamente la piel superficial para rellenarla de un contenido en el que, difícilmente, podríamos reconocer como la expresión de una verdadera legislación democrática, una norma que resaltase los valores de la libertad, la independencia y el derecho a la libre expresión de los ciudadanos, como sujetos individuales de derechos y libres para poder escoger el tipo de Estado en el que deseen vivir.
Si los dirigentes del PP caen en la trampa absurda que supone abrir el portalón por el que se les puedan colar los partidos de la izquierda revolucionaria, en unos momentos de nuestra Historia en el que, los partidos constitucionalistas, que podrían, en principio, ser los que pusieran sensatez en una empresa semejante, no están en situación, los unos, como el PSOE por su falta de liderazgo, su lucha interna por imponer sus distintas sensibilidades políticas que, sin duda, van a ser motivo de grandes batallas dentro del próximo congreso que se celebrará en mayo o junio y, su situación electoral, que no les permite tomar según qué decisiones, que pudieran ser mal interpretadas por sus presuntos votantes.
El PP, aunque sigue manteniendo mayoría absoluta en el Senado, tampoco se puede permitir según qué desahogos debido a la inestabilidad de su gobierno en minoría, a la falta de los apoyos necesarios en el Parlamento y a que, en el mes de febrero también deberá enfrentarse a un congreso que, en un principio se supone controlado por las huestes de Rajoy, pero que nadie sabe si puede salir alguna sorpresa, en forma de disidente, que pueda enrarecer el presunto clima de bonanza que está programado.
No obstante, el inmovible bastión del no a la modificación de la Constitución, parece que ya se está dispuesto a hacer concesiones en este tema. Cuando se empieza a ceder respecto a cuestiones que, en un principio, se limitan a materias muy concretas es fácil que, sin darse cuenta, sea preciso tratar de otros aspectos no previstos y, de ahí, a abrir en canal todo el entramado legislativo de la Carta Magna, no hay más que un paso. Venimos hablando, desde hace tiempo, de la influencia nefasta que tiene sobre Rajoy la pizpireta y creída señora vicepresidenta del Gobierno, Sáez de Santamaría; que se las da de entendida en el tema catalán y ha comenzado por meter la pata hasta el corvejón, creyéndose que, abriendo una oficina para ella sola, en Barcelona, ya se metería en el bolsillo a los catalanes.
Sólo una persona de su inexperiencia y de su desmesurado ego podría caer en tan burda y descerebrada idea. Mariano Rajoy ya no es aquella columna de mármol dura, fría y resistente, que afrontaba los obstáculos, impertérrito; mucho no tememos que, en su nueva imagen de personaje negociador, de propicio a las cesiones y de estar dispuesto a tragarse todos los sapos que se le ofrezcan, en la convicción de que así va a conseguir hacer la travesía de esta legislatura sin que, en el camino, algún torpedo o bomba de profundidad, dé al traste con sus esperanzas.
Y es que, señores, el hacer de Don Tancredo, de quien es ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor o ha decidido seguir impertérrito su objetivo, sin admitir que nadie lo incline fuera de su ruta; a transformarse en un afable contertulio, un simpático colega, un carismático conquistador de multitudes y un irresistible negociador capaz de convencer con sus zalamerías al más rudo e intratable adversario, existe un abismo brutal que, a muchos, se nos antoja muy difícil de entender y, aún más, de aceptar como algo factible.
Sabemos de las múltiples cualidades de Rajoy, hemos aceptado a pies juntillas el hecho, innegable, de que ha salvado al país de caer en manos de los rescatadores de Bruselas y le hemos apoyado en los recortes, algo necesario para que Europa colaborara con nosotros y nos ayudara en el rescate de nuestros bancos. Sin embargo, ahora estamos ante una coyuntura nueva, una circunstancia que nos parece muy peligrosa y, aún más, considerando los personajes que hoy en día están al frente de los distintos partidos existentes en España, la fuerza electoral de algunos de ellos, precisamente, los más antisistema, los menos de fiar y los que llevan en su ADN el virus revolucionario que, desde que han llegado, han intentado propalar entre la población española.
La Constitución española es, hoy por hoy, la mayor garantía de nuestro Estado de Derecho; el mayor obstáculo para aquellos que pretenden romper la unidad de nuestra nación; el seguro que garantiza que la democracia estará defendida contra aquellos que pretendan destruirla para implantar regímenes absolutistas o dictatoriales; la que contiene los medios y preceptos necesarios para salir al paso y acabar con cualquier intento golpista por parte de alguno de los gobiernos autonómicos y la que, en fin, sería capaz de movilizar a aquellas instituciones que, cuando ya han fracaso todos los medios legales y políticos para evitar que una situación revolucionaria pudiera alterar la paz y la seguridad de los españoles, tienen la misión y el deber de salir en defensa del orden, la legalidad y la justicia, utilizando los medios de que disponen para restablecer el orden constitucional.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie denunciamos, una vez más, la falta de autoridad, la flojedad, la concomitancia y las conversaciones off de record del Ejecutivo, que se vienen manteniendo con los nacionalistas catalanes, cuando lo único que se puede deducir de ellas es que el Gobierno parece dispuesto a destinar a Cataluña miles de millones, en detrimento del resto de comunidades; cuando, de todos es sabido, que una parte de ellos van a estar destinados a los preparativos que, pese a todo, se están llevando a cabo, para la puesta en marcha de un futuro “gobierno independiente catalán”.
La señora vicepresidenta pronto se va a dar cuenta de lo difícil que es luchar contra una parte importante del pueblo catalán que, gracias a la falta de energía del gobierno del PP, han conseguido llegar a la barrera del 50% de los votantes, lo que ata de pies y manos a quienes han inducido, por medio de la propaganda, las escuelas y la mentira y patraña en contra de los españoles y España, crear un ambiente separatista que ya no está en la mano de quienes ayudaron a que se produjera y, en consecuencia, si ahora quisieran volverse atrás, renunciando al referéndum o pretendiendo darles gato por liebre en lo que, con tanto interés y pasión, han ayudado a crear, seguramente se iban a encontrar en una situación harto difícil. Hay momentos en la Historia de un pueblo en el que los paños calientes ya no sirven y es preciso utilizar otros medios más efectivos, aunque, eso sí, menos populares.