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PROBLEMAS DE TRÁFICO

La Vanguardia sigue actuando de boletín oficioso de los actuales prebostes de la Generalitat

Manuel Parra Celaya. El diario La Vanguardia, que sigue actuando de boletín oficioso de los actuales prebostes de la Generalitat y recibe por ello cuantiosas subvenciones, titula hoy, 12 de septiembre, su portada El sí toma las calles de Barcelona; eso de tomar tiene un cierto regusto de acción militar, por cierto, y nos conduce sospechosamente a las figuras jurídicas de la sedición o de la rebelión. En todo caso, el rotativo se hace así eco del baño de masas que pretendían Puigdemont, Junqueras y sus imprescindibles conmilitones de la CUP.

Felizmente, a un servidor le pasó desapercibido el despliegue de gentes, y el primer motivo es que aprovechó los dos días de fiesta consecutivos para recorrer bellísimos parajes de Huesca y sumergirse en un baño histórico, cultural y artístico de sus lugares. Creo que oí en este fin de semana hablar más catalán en Barbastro, Alquézar, Bierge o la capital oscense que en el resto de días de la semana en Barcelona; la causa era la gran cantidad de catalanes que tuvieron la misma idea que yo. En varias ocasiones escuché conversaciones muy sabrosas que explicitaban las razones del festivo exilio; una de ellas contenía concretamente la justificación más rotunda; los lectores permitirán que no la traduzca por quedar lo suficientemente clara y diáfana: Estic fins al collons de la diada y de aquesta gent…

El segundo motivo de no sufrir el impacto visual y auditivo de la alucinada masa de manifestantes fue el intenso tráfico de entrada en Barcelona, que obligaba a retenciones y paradas constantes; al parecer, a muchos ciudadanos les importaba un ardite, como a mí, el sedicente referéndum y los afanes de transformar Cataluña en una Venezuela mediterránea.

Si tuve que soportar estas molestias del tráfico a mi regreso, me consolaba contemplando las que se daban en la salida de la ciudad: además de los vehículos particulares con esteladas al viento, una legión de autocares colapsaba materialmente los carriles contrarios. Como uno es dado a reflexionar, supuse inmediatamente que en Barcelona se habían concentrado todos los efectivos para tomar sus calles (siguiendo el argot militar de La Vanguardia) desde todas las poblaciones.

No queriendo ser malpensado, supuse que todos los autocares habían sido sufragados por sus ocupantes religiosamente y no, en modo alguno, por los Ayuntamientos y otras instituciones públicas, para que el festejo, además de multitudinario, resultara gratuito para los manifestantes. No sé si mis sospechas estarán dando pistas a la Fiscalía sobre otra figura jurídica que se denomina malversación de fondos, pero tampoco lo sentiría mucho si es así.

La evidencia está a la vista de todos: la sociedad catalana está fracturada irremisiblemente, con una rotura muy difícil de soldar. La cosa viene ya de hace años, en el curso de los cuales se han quebrado amistades de toda la vida, incomunicación entre vecinos y compañeros de trabajo, dividido familias, enemistado hermanos y reñido matrimonios. Se lo debemos, por una parte, a los empecinados nacionalistas, progresivamente radicalizados; por otra, a la inoperancia, incapacidad, timidez o complicidad de unos poderes nacionales que, en su tardío despertar, se están limitando a llamar a sus abogados para resolver un conflicto político y social de consecuencias imprevisibles.

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