Los cordones sanitarios están en el orden del día
Manuel Parra Celaya
En esta España tan abierta y dialogante, los cordones sanitarios están en el orden del día. En realidad, esta situación es una copia de lo que sucede en otros países europeos, pues, como dijo Ortega, las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España solo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna.
Aquí lo aplicaron los primeros los partidos secesionistas y criptosecesionistas en el famoso pacto del Tinell, con respecto al PP; les siguieron sus conmilitones vascos, luego Pedro Sánchez y, poco a poco, se ha convertido en un hábito de quienes quieren mantener la sartén por el mango y establecer barreras infranqueables para quienes no piensen como ellos.
En el caso del PP catalán, no hizo en realidad mucha falta aplicar el cordón, pues ya se encargó el presidente Aznar, cuando hacía tan buenas migas con aquel español del año llamado Jordi Pujol, de defenestrar a Vidal-Quadras y reducir a la nada a su partido. Pero tomaron buena nota del recurso las mesnadas separatistas y, de este modo, cada anuncio de un acto público, académico o no, de los populares iba a ser impedido manu militari, aunque los rectores de las Universidades hubieran dado su consentimiento a regañadientes. En eso seguimos igual, pues esos chicos (expresión acuñada por el inefable Arzalllus con respecto a la kale borroka) siguen igual y practican sus cordones sanitarios bastante a lo bestia.
El siguiente lazareto se creó para Ciudadanos, que vino a ser la bête noire del nacionalismo catalán…y del propio PP, si hacemos memoria, que veía en el partido naranja un poderoso rival emergente; con el andar del tiempo, ese temor parece que ha ido desapareciendo…
Las últimas elecciones andaluzas han probado la fragilidad de los cordones sanitarios cuando hacen falta los votos; la alianza Casado-Rivera empezó poniendo como chupa de dómine a Vox, hasta que el primero se avino al pacto extremo y el segundo lo aceptó velis nolis; ya veremos qué nos depara el futuro…
Pero, fuera del arco iris político llamado constitucional hay alguien más: aquellos que no tienen concedido el marchamo de demócratas, es decir, un servidor y muchos ciudadanos, que piensan que muchos de los problemas provienen del propio sistema establecido, y luego este dice querer resolverlos.
Por ejemplo, que el origen jurídico del renacer del secesionismo está en el disparatado término nacionalidades, que se incluyó en la Constitución a pesar de los sesudos razonamientos al contrario de Julián Marías, entre otros, y en las contradicciones contenidas en el título VIII de la Carta Magna, especialmente en lo referente a los artículos 148, 149 y 150; opinar esto es motivo de ser tachado de no demócrata, y no digamos si uno saca en conclusión de que la estructura actual del Estado de las Autonomías precisa, por lo menos, una profunda revisión, por sus efectos políticos, económicos y sociales.
Tampoco entra dentro del canon sostener que las estructuras y principios en que se basa el capitalismo son del todo injustos y que se debe ir paulatinamente a una reforma profunda de los mismos. Mucho menos, afirmar la primacía de lo espiritual y creer en la posibilidad de una ética basada en el Derecho Natural; uno sigue defendiendo que existen categorías permanentes de razón, pero, al afirmar entre ellas la libertad de cada hombre, acepta con naturalidad que haya quien piense lo contrario, sobre todo si sostiene estos pensamientos en la cultura y en la educación, cosa menos frecuente.
Decía el Dr. Marañón que ser liberal es estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo, y no admitir jamás que el fin justifica los medios; pues bien, asumo estos dos requisitos de mi particular liberalismo, pero no estoy de acuerdo, en cambio, en adorar al dios-mercado y en preconizar que el Estado debe ser un convidado de piedra entre pudientes y desfavorecidos. Al parecer, esto tampoco no se considera democrático.
Como ciudadano -que no súbdito- de una nación occidental, uno respeta y acata todas las leyes, empezando por la Constitución, claro, pero eso no es óbice para que propugne reformas y mejoras, tanto en esta ley como en otras muchas cosas, que transformen la sociedad, pacíficamente, hacia caminos de racionalidad, justicia y libertad. Como además me encanta estudiar historia y tengo buena memoria, no reniego del pasado, aunque no vivo de él, y aspiro a una España en la que no tenga cabida el odio.
Por todos estos motivos, soy objeto del cordón sanitario y no puedo ser considerado demócrata, salvo que me acerque a la ventanilla adecuada y, previo juramento a los dioses laicos, me saque el correspondiente carné. Por cierto, ¿dónde está esa ventanilla y quiénes la regentan?
Pero, pensándolo bien, ¿saben qué les digo?: sencillamente que no me da la real gana.