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Diario YA


 

Federico el Grande, el hombre más admirado de Hitler

Los cuatro jinetes

Federico el Grande

José Vicente Rioseco. Potsdam está a pocos kilómetros de Berlín, hacia el Oeste. Federico el Grande, el hombre más admirado de Hitler construyo allí uno de los palacios más grandiosos de Europa, imitación del palacio de Versalles. Sobre todo en verano, la familia del Káiser Guillermo pasaba allí gran parte de sus vacaciones. Por allí pasaron a finales del XIX y principios del XX gran parte de la realeza europea, casi toda ella emparentada entre sí y con un tronco común, el de la reina Victoria de Inglaterra. Los alrededores del palacio tienen hermosos jardines con ríos tranquilos. Un lugar idílico.
    Este fue el lugar escogido por los tres grandes Stalin, Truman y Churchill en julio del 45 para celebrar lo que iba a ser la última reunión de la cumbre de los aliados victoriosos. En las reuniones anteriores Teherán y Yalta, el representante americano era Roosevelt, pero este había muerto solo unas semanas antes y su puesto estaba ahora ocupado por su sucesor, el presidente Truman.
    Apenas unos días antes, se habían celebrado elecciones en Inglaterra. Durante la guerra, el gobierno presidido por Churchill, había sido un gobierno de coalición entre laboristas y conservadores y había funcionado bien. Lo suficientemente bien como para que Churchill, poco dado a alagar a sus contrincantes políticos, había dicho del Gobierno que era “el más capaz que Inglaterra ha tenido o es posible que tenga”. Pero las diferencias entre los dos partidos y sobre todo entre los mismos integrantes del partido conservador de Churchill, obligaron a este a convocar elecciones.
    El oponente de Churchill, el líder laborista Clement Attlee, era un hombre en apariencia poco relevante. En palabras de Churchill “un hombre humilde, con muchos motivos para serlo”. Así que Churchill, el gran vencedor de la guerra más terrible de toda la historia,  aquella que sembró la muerte en los cielos del Canal de la Mancha, en los desiertos de África, en los mares del Pacifico y del Atlántico, en las estepas rusas y polacas y en la poca recordada China, Churchill digo, estaba relativamente tranquilo. Él era el gran vencedor y además su oponente era un minúsculo hombre humilde. La prensa oficialista se decantó por Churchill.
    Entonces el recuento de votos duraba días y aún semanas y máximo en las circunstancias del momento. Los militares ingleses se encontraban repartidos por todo el mundo, y había que esperar sus votos. Así que cuando se celebró el primer encuentro en Potsdam, ya se había votado en Inglaterra, pero aún no se conocían los resultados de la votación.
    Los tres grandes se reunieron y siguieron decidiendo los destinos del mundo. Churchill tuvo la deferencia de invitar a Attlee a que le acompañase, no como participante, sino como observador.
    A su regreso a Londres, a finales de julio, Churchill estaba algo inquieto por el resultado de las elecciones, mientras que Attlee estaba tranquilo seguro de su derrota. Churchill durmió con cierta ansiedad. En sus memorias diría “justo antes del amanecer desperté de pronto, con la convicción, hasta entonces subconsciente de que había sido derrotado”. En efecto, el partido conservador sufrió una de las más grandes e inesperadas derrotas.
    La conferencia de Potsdam continuó, pero uno de los tres grandes ya no se llamaba W. Churchill, su nombre era Clement Attlee, el nuevo primer ministro británico.
    En sus memorias Churchill reconoce que su derrota fue por no cuidar la política interior, por centrarse enteramente en la guerra que gano, y olvidar la política doméstica.
    En efecto, las grandes derrotas vienen, no tanto por los peligros externos, cuanto por los errores cometidos en nuestro ambiente y por nosotros mismos.
    El momento actual de España, es un momento de gran debilidad y de gran peligro para los españoles. Pero, así como le sucedió a Churchill, si somos derrotados, no lo serremos por enemigos exteriores, por la crisis financiera mundial y de Europa en particular. Nuestro mal, si somos vencidos, no va a venir de fuera, el problema vendrá de dentro de nosotros mismos.
    Como los cuatro jinetes del apocalipsis la guerra, la muerte, el hambre y la peste, también son cuatro los grandes peligros que nos pueden vencer, y los cuatro están dentro.
    Nuestros cuatro jinetes son el paro, la corrupción, la secesión y el populismo irresponsable. Ninguno de estos cuatro jinetes es un peligro exterior. Somos nosotros mismos los que los hemos creado y somos nosotros los que tenemos en nuestras manos la solución. De nosotros depende que salgamos bien o terminemos derrotados. Todos y cada uno de nosotros debemos ser activos en este grave problema de hoy.
    Es el tiempo de los honrados, de los valientes, de los trabajadores y de los humildes. Los demás sobran.

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