MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA
MANUEL PARRA CELAYA. Un amigo que leyó mi último artículo (“En camisa de once varas”) me ha reprochado, festivamente, lo que llama un cierto cinismo en su contenido, ya que en aquel afirmo “no entender de política” y escribir sobre ella “por una vez”; mi buen y socarrón amigo opina, por el contrario, que casi todos mis textos son de naturaleza e intención políticas.
Me apresuro ahora a rebatirle: el ámbito en el que me suelo mover con la pluma no es la política, sino la metapolítica, salvo en raras ocasiones; y si, al tratar de política, me siento como un pulpo en una perfumería, en esa otra materia pretendo ser un atento alumno que recurre frecuentemente a buenos maestros para progresar adecuadamente, siempre con más o menos fortuna.
¿Dónde estriba la diferencia? En primer lugar, la política es “una partida con el tiempo en la que no es lícito demorar ninguna jugada”, es decir, que lo que digo hoy puede verse contradicho mañana porque han cambiado las circunstancias, mientras que la metapolítica no tiene en modo alguno ese carácter perentorio y puede prescindir de urgencias y actualidades. Para la política, hay que enterarse, y, si se toma parte activa en ella, detectar con perspicacia los frecuentes temporales o sumergirse en el lodo más hediendo; para la metapolítica, es necesario poseer unos conocimientos culturales y, sobre todo, pensar por tu cuenta, siempre con actitud sumisa en las aulas de los maestros.
Desde un punto de vista filológico, es fácil deducir que metapolítica significa más allá de la política (del griego, methà); y que toda política, quede reducida a teoría no aplicada o se haya proyectado en una situación concreta, está sustentada en una determinada interpretación del ser humano y de la sociedad, en unos valores, en unas creencias y en un legado histórico.
La metapolítica está, pues, ligada al concepto de cultura, en la segunda acepción que da a esta palabra la RAE: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos, grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social”. También, vinculada estrechamente a la Filosofía, concretamente a la Metafísica, en tanto que sobrepasa en su extensión y contenidos el ámbito de lo jurídico, de lo sociológico, de las formas de gobierno, de lo temporal, en suma; pensemos, por ejemplo, en el concepto de patria, que está por encima del de Estado, de las varias acepciones de nación y no digamos de ordenamiento legal, aunque algunos se empeñen en hablar de patriotismo constitucional; o pensemos en cómo influye en las ideologías políticas o en las medidas concretas la visión que se tenga del hombre, de su inmanencia y de su trascendencia.
Por supuesto, la metapolítica tendrá estrecha relación con la Axiología o Tratado de los valores, en cuanto más allá de los cambios de estructuras sociales o económicas, y con la Ética, pues qué duda cabe, por una parte, que los comportamientos humanos se deberían regir por una Norma y, por la otra, que, en nuestros días, el combate cultural subyace por encima de los meros enfrentamientos (a veces, fingidos) de los partidos en liza; Axiología y Ética son los principales frentes en nuestros días, ante la ofensiva de las ideologías oficiales del Pensamiento Único. Y, sobre todo, la metapolítica descansará, en su fondo, en una concepción religiosa determinada, como demostraron en su momento Jaime Balmes, Donoso Cortés, Proudhon y José Antonio Primo de Rivera.
Una definición sencilla de metapolítica es la que nos brinda Alberto Buela: “Estudio de las grandes categorías que condicionan la acción política”; y, como sigue diciendo este filósofo, a la metapolítica “se accede a través del ejercicio del disenso, que no es otra cosa que la capacidad metodológica y existencial de proponer otro sentido a lo dado y aceptado por el statu quo (…). El disenso como método no les está permitido a los observadores del mundo y sus problemas (esto es, los que “entienden de política”), sino a los comprometidos con el mundo y sus problemas”.
A pesar de todos los intentos de imponer ese Pensamiento Único, donde solo se acepta un sistema político en el que moverse -la democracia individualista o liberal-, un sistema económico -el del dios Mercado del neocapitalismo-, una sola ética -la del consenso y la posverdad- y un solo dogma -el de la tecnología-, las resistencias siguen existiendo y extendiéndose, buscando lo metapolítico.
Al trabajar en el terreno de la metapolítica, además de sustentar lo que ocurrió en el pasado histórico y lo que ocurre en el presente, debemos ir afirmando las bases del futuro, en un debe ser, no para ensoñar utopías, sino aspiraciones posibles de un Ideal, que se fundamente en lo esencial y no en lo contingente.
De este modo, podemos aventurar qué intereses y designios subyacen, por ejemplo, tras el proyecto de la Agenda 2030 o, más modestamente, qué ha impulsado cada movimiento de ficha en el tablero de la política española actual, como la guerra interna del PP, la avenencia de un gobierno de España con los enemigos de la nación española o los derroteros por los que quieren llevar a la educación de las nuevas generaciones, temas de los que frecuentemente me ocupo sin descender a la política, que para algo tiene doctores la Iglesia.