Maquiavelo en Batón y zapatillas o la sombra de Mariano, Alberto, Pedro y Pablo
Francisco Torres García. Debo suponer que por formación o deformación -¡vaya usted a saber!- Pablo Iglesias ha debido leer el Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Mis dudas tengo sobre si alguno de los otros, así de repente, no lo confundirían con una serie de televisión. Me refiero como usted, mi estimado lector, habrá comprendido a ese tratado político básico para cualquier politólogo, inspirado, según dicen, en la figura de Fernando el Católico y cuya edición más afamada lleva notas de Napoleón Bonaparte. Un tratado sobre cómo gobernar para conservar el Estado y que también se puede leer en clave de cómo mantenerse en el poder traicionando, llegado el caso, la ideología, siendo esta última lectura la que alumbró el término del maquiavelismo como imagen del político taimado y retorcido en la versión vulgata de una obra que muchos conocen solo por sus resúmenes.
Hay un Maquiavelo inmenso y un Maquiavelo más cutre, de batón y zapatillas, que parece ser el inspirador del juego de tramposos y de faroles, del sainete o la comedia, que ya veremos si no acaba en tragedia, a la que asistimos con toda un elenco de bufones en torno a los protagonistas, que lleva ocupando el debate político, ya cansino y pesado, sobre quién será el próximo presidente del gobierno. A eso están jugando Pedro. Alberto e Iglesias, a ejercer de Maquiavelo en zapatillas, aunque alguno tenga en su gallinero a algún Borgia -también fuente de inspiración para El Príncipe- y no sé si hasta alguna digna émula de la mismísima Lucrecia Borgia en pleno baile de máscaras. Los aprendices en la vulgata de Maquiavelo se asemejan todos a esos enamorados románticos que andaban todo el día deshojando la margarita sin atreverse a quitar la última hoja.
Pedro, el primer aprendiz, cuando todo el mundo lo daba por finiquitado, incluso los suyos, ha demostrado ser un ejemplo de ese político maquiavélico capaz de sobrevivir sin llegar a ser Tayllerand. Nadie duda de que para él lo fundamental es el poder a cualquier precio y que para ello mejor prescindir de Platón. De ir en el furgón de cola ha pasado a llevar en la cola a todos los demás, transformando la estrepitosa derrota de Diciembre casi en una victoria. Ha conseguido que Alberto, Albert en el DNI, le diera el Sí, pues sin este hace tiempo que hubiéramos sido convocados a las urnas. Ha logrado que todos jueguen su partida y no tener que jugar la partida de los demás y ha traspasado la crisis interna que le derretía el suelo sobre el que pisaba a los demás. Si Iglesias daba por hecho el fin del PSOE como articulador de la izquierda, ahora es Iglesias el que ve como Pedro puede que consiga hacer que se despeñe si acaba siendo el responsable, por negarle su apoyo, de que Mariano Rajoy pueda permanecer en la Moncloa.
Pedro juega bien, pues su órdago es conseguir que le hagan presidente sin tener que gobernar en coalición con PODEMOS, sin irse hacia la izquierda más allá de lo necesario y si no, al menos, ser el líder de la oposición. Deja a Alberto la misión de agitar el miedo a PODEMOS para conseguir que el PP le permita gobernar por el "bien de España" y de paso que el PP se suicide para unos cuantos años. Tengo para mí que Iglesias ha olvidado a Maquiavelo enfrascado como está en los parabienes de los nuevos teóricos del populismo. Iglesias no es El Príncipe, y menos aún lo son Monedero o Errejón... ¡Ya quisieran!
Su juego político anda más próximo a las series de televisión o a algunas películas que a intrincadas teorías, olvidando que en las series las cosas salen porque el guionista es el dueño de los personajes y los personajes no hacen el guión. Nada le ha salido bien a Iglesias desde el mes de Diciembre, pese al miedo que da su "coleta" a los votantes del PP y a los enfadados del PP que no sabemos si han votado al PP o se quedaron en su casa. Su farol inicial, un gobierno de coalición con reparto de carteras, es hoy un órdago real que puede hacerse realidad si el matrimonio de Pedro y Alberto decide encamarse finalmente con él. Y ha pasado de ser, para amargarle la fiesta a Pedro, quien impedía el "gobierno del cambio" a quien está dispuesto a que exista un gobierno de "verdadero cambio", para poder resucitar en el caso de que se baje el telón y se vuelva a las urnas.
Es un error muy común asumir que PODEMOS caerá en las elecciones. Y desde hoy hasta final de mes lo veremos hablando de la coalición de gobierno con el PSOE, mientras que el socialismo busca como zafarse de tener ministros de PODEMOS en su gobierno. Alberto, Albert en el DNI, si creemos en las encuestas, es el mejor lector del Maquiavelo vulgata. Es quien mejor entendió los resultados de Diciembre, asumiendo que su campaña no estuvo a la altura y que ello le impidió tener más escaños. Desde el primer minuto supo que debía presentarse como el facilitador de un gobierno comprometido con parte de su discurso, pero sabiendo que, en realidad, la salida sería la convocatoria de nuevas elecciones. Comicios que ampliarían su fuerza hasta el punto de poder postularse como posible presidente de consenso.
Y queda Mariano, pero Mariano no lee a Maquiavelo. Él es un liberal fiel al "dejar hacer, dejar pasar". Para Mariano el tiempo lo soluciona todo y de la teoría solo se ha quedado con el batón y las zapatillas. El 21 de Diciembre asumió que habría nuevas elecciones y que lo único que quedaba por saber era cuándo. Cierto es que él lo esperaba más pronto que tarde porque confiaba en la caída fulminante de Pedro Sánchez, pero la historia se ha escrito de otro modo. A Mariano aún le queda una carta que jugar, pero que ya conoce todo el mundo: su contraoferta programática para que los demás, PSOE y Ciudadanos, le digan que NO el día antes de convocarse elecciones. Y es que Mariano cree que la presión la tienen los demás y que a los demás aún puede quitarles votos.