MI SUEÑO AMERICANO
Manuel Parra Celaya. Pues sí, yo también tengo mi sueño americano, aunque no coincida con ese que dice el Sr. Trump que está en su mejor momento. Consiste en cruzar el charco y tomar contacto con algún lugar de Hispanoamérica (no Latinoamérica, por favor, Su Santidad).
Porque resulta que, entre mis muchas carencias, figura precisamente esa. Ni yo ni ninguno de mis antepasados (que yo sepa) llevó a cabo ese viaje; por eso, una vez tuve que responder a un alumno de inequívocos rasgos mestizos, que me afirmaba que los españoles solo habían ido a América a robar y a violar indias, la lindeza siguiente: Serían tus ancestros, porque los míos no se movieron de aquí.
Tengo, con todo, una gran vocación americana: me atraen su literatura, su historia, los problemas de sus naciones, y me deleito con sus giros, derivaciones y variantes de nuestro idioma común. Observo también un paralelismo, nada extraño por otra parte, entre lo que ocurre allá y aquí, en España, como dice la letra de la popular habanera: a sus nacionalismos particularistas les llaman indigenismos, sus populismos son de la misma irracionalidad que los nuestros, sus minorías egregias son igualmente suplantadas por oligarquías, y, en suma, algunos de sus países adolecen de un carácter nacionalizador inacabado, como esta España nuestra, que no está hecha del todo y en la que aún queda por hacer, como cantan hoy los chicos de la OJE del siglo XXI.
Mi frustración viajera quiere compensarse con pequeñas cosas: charlar con unos jóvenes peruanos a quienes compro fruta, atentos y corteses como un campesino español de antaño, y que ostentan en su tiendecita las imágenes del Sagrado Corazón y de la Virgen; cultivar amistad con una pareja de novios a quienes encontré en mi último Camino de Santiago, ella mejicana, bisnieta de un cristero asesinado por orden del gobierno masónico de entonces, y él norteamericano pero de origen hispano, ambos fervientes católicos; y mantener correspondencia con un catedrático argentino, también creyente y, para más escándalo de lo políticamente correcto, admirador de José Antonio.
Podría multiplicar los ejemplos, pero los mencionados, aunque simples anécdotas personales, pueden ser fácilmente elevados a Categoría, y me sirven para dar respuesta a unas preguntas vitales: ¿existen unos valores hispánicos? ¿Se puede hablar de un pensamiento hispano en esa línea?
Acudo al maestro d´Ors, como en tantas ocasiones, y leo en su Novísimo Glosario lo siguiente: Puede la idea de Hispanidad ser un numen, a condición de que se descubra en ella -y se descubrió- aquella vocación universal por cuya virtud la esencia alquitarada de lo que pudo tomarse por estrechamente nacional se vierte en la amplitud de lo ecuménico y católico (…) Cuando los españoles han comprendido finalmente que su cultural misión, lejos de ajustarse a nada que se pueda localizar espacial y temporalmente, aspira a la milicia de lo eterno.
Ahí radica la esencia de esos valores y de ese pensamiento hispánicos: en esa interpretación trascendente de la vida, que nació con el maravilloso sello del Mestizaje.
Poco entienden de esa Ecumenicidad y de ese Catolicismo los patronos de la Aldea Global, cuyos pasos van por senderos muy distintos. Y poco lo comprenden tampoco los apegados fanáticamente a la Pequeña Aldea, algunos de mis paisanos, que, en su día, primaron la inmigración de origen islámico frente a la hispana, por creerla más asimilable y cómplice a la hora de enarbolar esteladas.
Entretanto, siguen pendientes mis ansiados viajes atlánticos. De momento, rendiré un pequeño homenaje, por ejemplo, al militar leridano Gaspar de Portolá, ganador de California para España en pugna con los conquistadores rusos de Alaska, y prácticamente ninguneado por los nacionalistas de aquí y de allí.
catos, los medios de comunicación y asociaciones sociales para establecer un pacto integral que permita revertir el invierno demográfico”.