No hay vergüenza porque no hay moral
Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter Aquellos que desde sus trincherillas partidistas han sacado esta semana sus afilados cuchillos para despiezar lo que queda del Partido Popular, pretendiendo hacer de él el paradigma del choriceo y de la corrupción, en el fondo producen la misma lástima que esos otros que, como plañideras de nómina o carnet, pretenden defender lo que es a todas luces indefendible. Esa competición vergonzante por ver qué partido es más corrupto, si el A o el B, si Cánovas o Sagasta, si Felipe o Aznar, si Rajoy o Zapatero, es un juego de mediocres en el que nosotros, en este programa, nunca hemos tenido la menor tentación de participar. Porque es un juego que no conduce a ninguna parte.
Sólo los que tienen algún interés particular en el asunto (ya sea tangible o lo que nos parece aún más inexplicable, intangible), pueden estar interesados en esa pequeñez. Aquí el meollo de la cuestión es que tanto A como B, así como C y como D, en realidad todos los partidos con representación institucional, podríamos decir que sin excepción, participan de un clima, de un statu quo, que favorece, promueve y permite la corrupción. Porque las aristas entre lo público y lo partidista están tan próximas que casi se tocan. Y así, teniendo en cuenta las habituales taras de la condición humana, es imposible hacer que brillen la transparencia y la honradez en la actividad política.
A nosotros, no nos asombra especialmente lo que hemos visto esta semana en relación con el Canal de Isabel II. Muchas de las cosas que ahora se han hecho públicas ya las podíamos suponer, porque conocemos cómo son esas relaciones, realmente pestilentes, entre los partidos, las grandes empresas y las instituciones. Nos ha impactado más, aunque no sorprendido, que aparezcan el director de La Razón y su editor como presuntos autores de chantajes y presiones a Cristina Cifuentes, si bien parece que después ella misma ha declarado que nunca se sintió presionada. Tampoco esto último nos sorprende lo más mínimo. Y que el Fiscal Anticorrupción intentase evitar la detención de Ignacio González responde al hecho innegable de que los fiscales dependen jerárquicamente del Gobierno de turno.
Lo que venimos manteniendo en este programa es que el origen de la corrupción política es la corrupción moral de la sociedad. Los políticos, siempre se lo digo, no vienen de otros planetas, no están hecho de una pasta distinta a la nuestra; son como nosotros porque salen de entre nosotros, y por desgracia no salen los mejores de entre nosotros, sino casi siempre los peores, los que no han podido triunfar en la empresa privada. Si en el conjunto de la sociedad el descuido, el hurto, la estafa, la triquiñuela, el "con IVA o sin IVA" en las facturas domésticas, el escaqueo del pago de una multa que nos parece injusta, no están mal vistos, no reciben reproche moral alguno, tampoco podemos pretender que lo tengan los casos de corrupción de la clase dirigente.
La corrupción política tiene como origen la corrupción moral, que es explicativa de todas las demás. Y del mismo modo que la pequeña corruptela no produce vergüenza en quien la protagoniza, porque siempre se siente con razones suficientes que la justifiquen, esquilmar el dinero público tampoco produce vergüenza en los políticos porque también ellos encuentran siempre la dispensa moral para hacer lo que saben que está mal. También ellos tienen siempre sus razones, interesadas, particulares, ombliguistas, subjetivas, que les hacen mirar hacia otro lado e intentar llevárselo crudo, o en el mejor de los casos sanear las cuentas de su partido con el dinero de nuestros impuestos.
¿Y cómo y cuándo se ha desmoronado el edificio de la moral pública? La respuesta es muy sencilla y difícilmente puede ponerse en duda: cuándo, desde la muerte de Franco hasta hoy. Y cómo, permitiendo los españoles que una clase dirigente sin escrúpulos haya pervertido los valores tradicionales, la integridad, la honradez, la decencia, la laboriosidad y los principios cristianos que siempre han estado presentes en la sociedad española. El relativismo, el ateísmo y el hedonismo son hoy la única religión de Occidente, y es esa la ciénaga en la que se ahoga cualquier esperanza de regeneración. Pero insistimos, mientras la mayoría de los españoles se dedique a perder el tiempo sobre si son galgos o son podencos, el futuro sólo será peor que el presente.