Anabel Santos, PEKÍN.
A las 2:28 de la tarde del 12 de mayo temblaba China. Sin embargo, el terremoto de 8 grados en la escala de Richter que sacudía el suroeste del país no sólo afectaba a sus cimientos, sino que también convulsionaba a la clase política, puesta de nuevo contra las cuerdas y consciente de que la comunidad internacional vigilaría con lupa su gestión del desastre. A menos de tres meses de la celebración de los Juegos Olímpicos en la capital y todavía con el eco del conflicto del Tíbet, el gigante asiático se enfrentaba a una nueva crisis de cuya diligencia no sólo dependían miles de vidas humanas sino, por tercera vez en lo que va de año, su imagen de cara al exterior.
Los Juegos de Pekín proyectaban a China hacia el resto del mundo y se anunciaban como la oportunidad de demostrarle que su desarrollo va más allá del crecimiento económico. En este sentido, 2008 se auguraba como un gran año para el país. Incluso las supersticiones y creencias populares habían sido tenidas en cuenta para que nada se saliese del guión, eligiéndose como fecha para el comienzo de las Olimpiadas el 8/8/2008, la mejor de las posibles si se contempla que el 8 es uno de los números de la buena suerte para los chinos. No obstante, China no ha sufrido más que episodios que han puesto a prueba su capacidad para superar conflictos y que han hecho salir de nuevo a la palestra las dos caras de un territorio que abarca casi diez millones de metros cuadrados de superficie. Por un lado, la falta de libertad de prensa y el dudoso respeto por los derechos humanos que aún consiente el llamado “socialismo con características chinas”. Por otro, las dificultades por las que aún atraviesa la población, cuyo mayor deseo es que la prosperidad del país tenga una repercusión real a todos los niveles, tanto en las ciudades como en el campo.
"2008 se auguraba como un gran año para el país. Incluso las supersticiones y creencias populares habían sido tenidas en cuenta para que nada se saliese del guión"
El año comenzaba con el peor temporal de nieve que se recuerda en medio siglo. El frío y el caos se llevaron por delante la vida de más de cien personas. Además, carreteras cortadas y deficiencias continuadas en el suministro eléctrico colapsaban los transportes en los días previos al mayor desplazamiento en masa que tiene lugar una vez al año en China, la celebración del Año Nuevo lunar. Con la crisis quedaba en evidencia la enorme dependencia del carbón que todavía se conserva en todo el país y la falta de recursos fuera de grandes urbes como Pekín o Shanghai. Una vez superados los efectos de las nevadas, todos los esfuerzos volvían a tener como objetivo los Juegos Olímpicos. Eso sí, por poco tiempo. El inminente relevo de la antorcha acaparaba todas las miradas cuando dos semanas antes, el 14 de marzo, se desataba en el Tíbet (precisamente una de las paradas del relevo) una revuelta que, a diferencia del temporal de enero, no podía achacarse a la madre naturaleza. Ni sus causas ni sus consecuencias, ni tampoco el curso de los acontecimientos.
Los disturbios comenzaron tras la conmemoración, por parte de monjes budistas, del levantamiento fallido Tibetano de 1959 contra el ejército chino que ocupaba el territorio. En esta ocasión y tras la actuación policial sobre los manifestantes, grupos de Tibetanos atacaron establecimientos de la ciudad de Lhasa, haciendo que en todo el mundo volviese a plantearse la cuestión de la independencia del Tíbet, uno de los asuntos que peor concepto de China difunde en el exterior y que más dudas, siempre expresadas en voz baja, genera entre la población nacional. Por esta razón, desde el mismo día en que se iniciaron las protestas, el gobierno chino puso en marcha toda su maquinaria propagandística, utilizando la televisión estatal como punta de lanza. Con el fin de salvar su imagen de cara a las Olimpiadas, el Estado dirigió toda su atención en resaltar que el conflicto había sido orquestado directamente por el Dalai Lama, sin otra razón que la de perjudicar a China y a los Juegos de Pekín. De igual modo, se justificó la prohibición de entrada a los extranjeros en dicha región, especialmente a los periodistas, alegando velar únicamente por su seguridad. Por otro lado, los medios de comunicación oficiales comenzaron a reafirmar la unidad del territorio chino, alabando la gestión del gobierno en cuanto al problema del Tíbet y subrayando que el motivo de su actuación no había sido otro que el de salvaguardar los intereses de los Tibetanos. Otro de los mecanismos utilizados en este sentido ha sido el de dar a conocer la opinión de “expertos” Tibetólogos que no han cesado de enumerar los beneficios que ha alcanzado el Tíbet gracias al gobierno central. Asimismo, la Administración Estatal de Archivos (AEA) hizo públicos dos supuestos telegramas enviados por el XIV Dalai Lama al ex líder chino
Mao Zedong en 1956 y 1957, en los que según dicha oficina se desafían las afirmaciones de que el Tíbet carece de libertad de creencia religiosa al elogiar los esfuerzos del Partido Comunista de China para protegerla. También, en pleno corazón de Pekín, se ha instalado la exposición “El Tíbet en China, pasado y presente”, donde se resalta la situación de “esclavitud” de los Tibetanos antes de la pertenencia de la región a China. A pesar de estos esfuerzos, la disparidad entre la versión oficial y la que difunden otras fuentes es radicalmente distinta. En lo que respecta a las revueltas de marzo, China elevó a 19 la cifra oficial de muertos mientras que el gobierno Tibetano en el exilio llegó a hablar de más de un centenar de muertos.
"Entre los líderes occidentales más severos con China destacó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien no dudó en dejar la puerta abierta a un posible boicot a los JJOO"
Como era de esperar, el conflicto del Tíbet no se quedó en casa. Pronto trascendió al escenario internacional, desde donde llovieron las críticas a Pekín. Se cuestionó una vez más la adhesión de la Región Autónoma al gigante asiático, se denunció la represión policial durante las revueltas y se reclamaron el respeto por los derechos humanos y la libertad de prensa. En las calles de varias ciudades, estas protestas se tradujeron en constantes arremetidas contra el recorrido de la antorcha olímpica, el cual se convirtió en un auténtico calvario en lugares como París o San Francisco. Entre los líderes occidentales más severos con China destacó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien no dudó en dejar la puerta abierta a un posible boicot a la ceremonia de inauguración de los Juegos de Pekín, como llamada a la “responsabilidad de las autoridades chinas". Una postura, la de Sarkozy, que algunos han tachado de hipócrita al recordar que, en noviembre de 2007, cerró con su homólogo chino, Hu Jintao, acuerdos económicos por valor de 20.000 millones de euros. A destacar, la venta de 160 aviones Airbus por unos 11.700 millones y la construcción por la francesa Areva de dos centrales nucleares en China, por otros 8.000. Entonces, Sarkozy no sintió la necesidad de exigir responsabilidades a su socio.
La tensión entre China y Francia se esfumó, al menos por el momento, tras el tercer embate que ha sufrido el país asiático en lo que va de año: el terremoto de Sichuan, el más violento en tres décadas. No han sido pocas las ayudas enviadas desde el exterior, incluyendo a la República Francesa, para paliar las consecuencias de la catástrofe. Y no es para menos. Las cifras hablan por sí solas: según la página web de información oficial de China, el número de víctimas mortales como consecuencia del seísmo supera las 69.000, mientras casi 380 mil personas han resultado heridas y más de 17.600 continúan desaparecidas. Fuentes oficiales indican que en total más de 46,16 millones de personas en las provincias de Sichuan, Gansu, Shaanxi y Chongqing se han visto afectadas por el terremoto. Mientras, se inician las labores de reconstrucción de ciudades enteras, convertidas a escombros. Para ello, el vicepremier de China,
Li Keqiang pidió acelerar dichos trabajos durante una visita realizada a Gansu y Shaanxi entre el 5 y el 7 de junio, desde donde afirmó que las escuelas, los edificios más perjudicados de todos, serían la mayor prioridad, al menos en cuanto a la disposición de instalaciones temporales. El drama de las escuelas ha sido especialmente doloroso. Miles de niños y adolescentes murieron aplastados cuando los colegios en los que estudiaban se derrumbaron, mientras las construcciones pertenecientes al gobierno e incluso templos centenarios soportaban el temblor. Los padres y madres de estos niños, quienes han perdido a su único hijo, piden ahora respuestas después de acusar a las constructoras de utilizar materiales de baja calidad para levantar las escuelas. Desde el gobierno central, ya se han dado varios pasos. En primer lugar, exonerando de la política del hijo único a familias con hijos muertos o mutilados como consecuencia del terremoto y en segundo, la advertencia de que se "castigará severamente" a toda persona o empresa que sea responsable del derrumbamiento masivo de escuelas durante el seísmo, según el diario China Daily. Entre dichos responsables, se baraja la posibilidad de que se encuentren
algunas autoridades locales, ya que, según distintas fuentes, éstas reciben parte del dinero que se asigna a las constructoras, las cuales abaratan costes empleando materiales de mala calidad.
"el gobierno central ya ha dado algunos pasos, exonerando de la política del hijo único a familias con hijos muertos o mutilados por el terremoto y advirtiendo de que se "castigará severamente" a toda persona o empresa responsable del derrumbamiento de escuelas durante el seísmo"
En cuanto al papel de los dirigentes gubernamentales, en especial el desempeñado por el primer ministro
Wen Jiabao, la celeridad con la que se desplazaron a las áreas perjudicadas por el seísmo les ha valido el reconocimiento generalizado de la población. Además, se ha procurado dar una imagen de apertura al exterior desde dos vertientes. Por un lado, admitiendo sin ningún tipo de pega la ayuda internacional. Algo que ha evitado los paralelismos con Myanmar y su rechazo a recibir socorro desde el extranjero tras el paso del ciclón Nargis. Por otro, la permisión de acceso a las áreas afectadas a la prensa foránea, en un intento por compensar la cerrazón de la que China hizo gala durante los sucesos del Tíbet. Este último punto, sin embargo, ha sido también criticado por organizaciones como Reporteros Sin Fronteras, desde donde se denuncia el control policial de los periodistas extranjeros que investigan el hundimiento de los colegios. También se oyen voces discordantes entre la población, sobre todo entre miembros pertenecientes a minorías étnicas, y que consideran que el gobierno tan sólo está llevando a cabo una inmensa labor de propaganda con la que apenas ofrece a la población una versión edulcorada y sesgada del verdadero horror causado por el seísmo y las posteriores tareas de rescate. Respecto a la función de los medios de comunicación, estos están sirviendo de plataforma desde la cual no sólo se ha informado hasta hace poco en exclusiva sobre el terremoto (durante los tres días de luto, se prohibieron los programas y espectáculos de entretenimiento y se suspendió la emisión de cadenas extranjeras por cable como la CNN), sino que se pone especial énfasis en las idas y venidas de los líderes políticos sobre el terreno, incidiendo en el aspecto más sentimental de sus encuentros con los afectados.
"el terremoto de Sichuan ha servido como detonador de un movimiento ciudadano de solidaridad y de un renovado sentimiento patriótico"
En cualquier caso, lo cierto es que, en general, el terremoto de Sichuan ha servido como detonador de un movimiento ciudadano de solidaridad abrumador, además de un renovado sentimiento patriótico. Los símbolos de apoyo a Sichuan se han unido a las banderas de China en camisetas y brazaletes, y desde los medios, los políticos han alentado a la nación exaltando “la unidad, la fuerza y la valentía del pueblo chino”.
Pese a todo, poco a poco el país ha ido regresando a la normalidad. De nuevo, la atención se volvió a centrar en las Olimpiadas una vez pudo reanudarse el recorrido de la antorcha, suspendido durante los tres días de luto tras el terremoto. China, y en especial su capital, continúa modificando su fisonomía e incluso el comportamiento de sus habitantes de cara al acontecimiento. Entre los cambios más destacados, la adopción de medidas que promuevan la convivencia ciudadana al gusto occidental, como la obligación de respetar las colas o la prohibición de escupir en el suelo, costumbre muy arraigada entre la población. A los taxistas, quienes comen y duermen en su vehículo, se les alienta a abandonar este hábito y a poner más atención en su higiene personal. También se anima a la población a aprender inglés, tanto a quienes trabajan de cara al público como al resto, y se apuesta por el ecologismo con nuevas normativas como la retirada en tiendas y supermercados de las bolsas de plástico, altamente nocivas para el medio ambiente. También se acentúan las medidas de seguridad en lugares públicos, especialmente en el suburbano, y se restringe la entrada o permanencia en país de trabajadores extranjeros. Todo esto, por no hablar del notable encarecimiento de la vida en Pekín.
"sorprende que el mundo señale con el dedo a China este preciso año, y nadie levantara la voz cuando se eligió Pekín como ciudad anfitriona de los Juegos"
Entretanto, las desaprobaciones a China desde el exterior se han ido diluyendo, al menos en lo que respecta a la cuestión del Tíbet, y la corriente predominante ha sido finalmente la de separar la política del deporte permitiendo que la preparación de los Juegos Olímpicos se desarrolle en un ambiente de relativa calma. A pesar de ello, muchos son los aspectos que todavía están en el punto de mira de la comunidad internacional, y, aunque latentes, propician una tensión que se acumula a medida que se acerca el evento. Ante esto, el malestar es inevitable entre muchos chinos que consideran que los problemas de su país son malinterpretados y exagerados fuera, a veces incluso de forma intencionada. Por otro lado, sorprende que el mundo señale con el dedo a China este preciso año, y nadie levantara la voz cuando se eligió Pekín como ciudad anfitriona de los Juegos. Un hecho que desprende, inevitablemente, cierto aire de oportunismo entre un amplio sector de la sociedad. Ahora en China sólo se espera que lo que resta de 2008 sean días de paz y que las Olimpiadas se celebren con normalidad. También, si puede ser, que deparen éxitos deportivos a los atletas nacionales. No para la gloria de la cúpula política. Ni siquiera como lavado de imagen, sino, simple y llanamente, como recompensa a una ciudadanía volcada en este acontecimiento hasta en lo más personal y cuyo trabajo y esfuerzo tienen fecha puesta para dar fruto. El 8/8/2008.