PINTADAS
MANUEL PARRA CELAYA. Desde tiempo inmemorial, los seres humanos hemos tendido a comunicar nuestras reivindicaciones, nuestras cuitas o nuestros desahogos en los muros, para que el prójimo fuera partícipe de nuestras ideas o pulsiones, puramente personales o en busca de la complicidad de otros. Las paredes hablan, siempre se ha dicho, sobre todo cuando se da una censura, explícita o implícita, que coarta la libre expresión; claro que las redes informáticas proporcionan un cierto respiro, pero a todos nos consta que van a por ello…
De las pintadas más antiguas, me enterneció especialmente la de un soldado francés de la Guerra de Independencia en guarnición en Alba de Tormes, en el palacio del Duque, que, aburrido o temeroso por si aparecía por allí la guerrilla de Don Julián Gómez, grabó un “Marie, je t´aime”; y me divirtió la un camarada suyo, en Sos del Rey Católico, poniendo a caer de un burro al Empecinado, que asediaba la población.
Las escritas en las paredes de los últimos dos siglos, incluyendo las del actual, suelen carecer de estos tonos que las hagan tiernas o simpáticas; todas tienen un carácter político, en forma de anónimo desafío, de discrepante bravata o de apresurada manifestación de rechazo. Sus objetivos pueden ser variados: negar, aplaudir, concienciar, atraer, convencer, incitar, ilustrar…
Hace muchos años, el método era el de brochazo limpio; hoy en día, el cómodo spray o el rotulador de emergencia; por supuesto, no me voy a referir a las de bolígrafo en los váteres públicos, pintadas populares de ocasión, que oscilan entre la escatología que sugiere el lugar o la procacidad chabacana del reprimido, y normalmente son repetitivas y carecen del menor gracejo, a excepción de alguna que recuerdo en los servicios de mi vieja Facultad y que no escribo por si aún vive el destinatario.
Por supuesto, las pintadas suelen contar con la enemiga de la Autoridad Competente, sea porque contienen invectivas contra ella, sea por una simple cuestión de aseo y decoro de los espacios públicos; en algunos casos, sus autores, sorprendidos in fraganti, pueden ser multados y acusados de algo así como de atentado al mobiliario urbano, aunque una pared carezca de la capacidad de moverse. Claro que el rigor de las normas municipales o de orden público se suele aplicar cuando los pintores discrepan de la ideología predominante en el lugar: así en Cataluña, donde los chavales que pintan banderas rojigualdas o afirman la unidad de España con sus trazos corren el riesgo de entender lo de dura lex, sed lex, y sus pintadas borradas ipso facto, mientras que los separatistas ven eternizarse en los muros sus churros o lazos amarillos y sus esteladas, ante la indiferencia o complicidad de la Autoridad…Incompetente.
Sería muy prolijo intentar una clasificación de las pintadas, que va a depender de la circunstancia, del contexto social y político, de la procedencia ideológica, de la intención. De este modo, hay algunas cansinas y nada originales, como el resucitado No a la guerra actual; por el contrario, algunas son ingeniosas, sorprendentes y de significado ambiguo, como una pintada anarquista que llegué a apuntar en mi agenda: Sin mujeres no hay revolución; otra, del mismo signo político, con la “A” en su círculo de forma inequívoca, la clasificaría como obra de algún despistadillo: No parar hasta conquistar, pues el ácrata del spray había reproducido textualmente el lema de las viejas JONS ramiristas y el verso final de la canción Isabel y Fernando.
Unas pintadas con específicas y concretas (Fulano de tal es un ladrón, generalmente el dueño de la empresa que ha despedido), mientras que otras tiran por elevación y suenan a arcaica épica decimonónica (Ni Dios, ni Estado, ni patrón: revolución). Algunas son muy abstractas (Ni un paso atrás) o imprecisas (A la lucha), pero otras se refieren a un hecho concreto, casi siempre un desalojo de okupas, a pesar de la ayuda misericordiosa de la señora Ada Colau.
Hay pintadas siniestras y malévolas, que parecen proceder de una mala sangre (Muerte a…) o simplemente negativas (Abajo tal cosa); en cambio, parecen haber desaparecido las de signo positivo, como los Viva, y no digamos los Arriba…, lo cual constituye todo un reflejo de la sociedad en la que nos movemos.
Cuando escribo estas líneas (8 de marzo), he contemplado algunas pintadas -de inequívoco color morado- que intentan reivindicar el feminismo radical; no menciono las de carácter lésbico o de procacidad adolescente, y no por mojigatería sino por respeto a mí mismo; me ha llamado la atención, y confieso que no he acabado de entender su significado, una reciente: Mi pelo, mis normas. ¿Se trata del anuncio de una peluquería del barrio?, ¿contiene algún mensaje críptico, solo válido para iniciadas?, ¿hace una velada referencia al cuidado look de doña Yolanda Díaz?
Reconozco que ahora soy poco simpatizante de las pintadas, entre otras cosas porque su necesaria brevedad es incapaz de recoger el valor de una consigna que invite a reflexionar; prefiero el pasq uín (hoy en desuso) o la hoja volandera que me recuerda mis años de juventud. Todo lo más, busco en las pintadas aquello que puedan tener de gracejo, de chispa ingeniosa, de inteligencia lacónica, pero, tal como está el patio, la mayoría de ellas me invitan a repetirme a mí mismo la consabida pintada infantil, ingenua y popular del Burro quien lo lea.