REFLEXIONES ANTE EL SANTO PATRÓN
Manuel Parra Celaya. Reciente la festividad, jornada laborable en muchas Comunidades, me pregunto cuántos españoles han sido conscientes, ese día, de su patronazgo en esta época convulsa y extraña que nos toca vivir.
Bien mirado, poco le importa a un servidor que el Apóstol Santiago estuviera o no dando mandobles en la batalla de Clavijo, según ironía de José Antonio Primo de Rivera, como burla amable a unas derechas que, llenándose la boca de referencias del pasado lejano y de leyendas piadosas, se desentendían de las necesidades perentorias del pueblo español. Sobre Santiago, me basta con saber que era uno de los hijos del Trueno, discípulo predilecto de Cristo, predicador del Evangelio, primer mártir por esa causa y que entró por esos méritos en el santoral; con el importante añadido temporal que es el Patrón de España y de la Caballería española.
Con otras palabras, pero con el mismo tono burlesco y crítico de José Antonio, dejo escrito Machado aquello de la España y de charanga y pandereta, y, tras estos dos referentes, otros muchos han considerado que el verdadero patriotismo no puede quedar limitado a las efervescencias de un triunfo deportivo o a una exaltación de las glorias históricas, sino que, sin menospreciar esas sensibilidades, mayoritarias por lo que parece, tiene que atender a los problemas del trabajo y su justicia, de la cesta de la compra, de las necesidades de vivienda digna y del acceso a la cultura de todos los españoles, por poner algunos ejemplos.
También aquí se puede desenredar el meollo de la burda clasificación entre ciudadanos de derechas o de izquierdas (según Ortega, formas de hemiplejía moral), o de la fachosfera o del rojerío, cuando se extrema esa clasificación. Claro que tampoco creo que ese problema sea privativo de España, pues la tendencia a la polarización es común a multitud de países europeos e hispanos, con la diferencia de que los primeros suelen -por el momento- limitar esas tendencias de forma moderada, y los segundos -quizás por nuestra herencia- las llevan al paroxismo; incluso, los ciudadanos de EE. UU., hasta hace poco modelos de democracia, según su propaganda, extreman sus posiciones mucho más allá de sus preferencias por la señora Kamala Harris o por el lenguaraz Trump.
Limitémonos, no obstante, a nuestras particulares visiones, que nos llevaron al manido, y real, tópico de las dos Españas, y sigamos con estas reflexiones sobre el patronazgo de Santiago, crean y confíen o no en él, pues el Apóstol está ahora en un nivel muy superior al de nuestras particulares y domésticas discrepancias: así pues, un servidor lo considera como eficiente intercesor ante Dios, y no pierde comba en cuanto a sus oraciones por las necesidades personales y colectivas.
No caigamos en el error o tentación de que se adueñen de su figura y eficacia intercesora solo una parte de los españoles, los que lo invocan precisamente como supremo adalid en Clavijo sobre un caballo blanco; Santiago debe ser de todos, inclusivo, como decía Laín, y a él debemos rogar por nuestros problemas como habitantes de este trozo de la Creación. Pidámosle, en primer lugar, por la integración armónica de nuestros hombres y de nuestras tierras, tan sometidas ahora a los silbos de la aldea y al influjo de los duendes de la dispersión.
Y, de acuerdo con lo expresado antes, confiémosle del mismo modo nuestras aspiraciones, tanto en el orden de lo trascedente como en el temporal; en lo primero, que España se siga sustentando en la religiosidad de su historia y de su cultura, lo que no quiere decir que todos seamos conducidos al Cielo a base de patadas en el trasero, pues por algo el Creador nos dotó de libertad; en lo segundo, que desaparezcan las aterradoras cifras del paro, y la especulación sobre las viviendas, y que todos tengamos el necesario sustento…
Y que nuestra sociedad evolucione, en paz y concordia, hacia un Sistema más justo, libre y equitativo, como esperanza para nuestros hijos y nietos, aunque, de momento y tal como están las cosas, nosotros solo lo veamos como aspiración constante.
Pero tampoco seamos localistas en nuestras peticiones al Santo; invoquemos ante la necesaria comunidad entre los pueblos, recordando que las peregrinaciones al Campo de la Estrella fueron una ocasión en la que Europa se hizo hispánica y España se hizo europea…sin necesidad de la burocracia de Bruselas.