Reflexiones sobre la crisis de los refugiados
Gustavo Vidal. Las noticias sobre refugiados han copado los medios en los últimos días. Sin duda el derecho de asilo y refugio debe respetarse.
No obstante, tras el impacto de las primeras imágenes, debemos reflexionar con rigor toda vez que algunas piezas de este gigantesco puzzle comienzan a no encajar.
Hombres jóvenes en edad militar… ¿las mujeres y los niños primero?
Llama la atención que, en mitad de una guerra, los refugiados no sean en su inmensa mayoría mujeres, niños y ancianos, sino hombres jóvenes, fuertes y en edad militar. Es evidente que han privado a otros mucho más débiles de una “plaza” de refugiado… ¿a quién violan en una guerra?, por ejemplo.
Obviamente, no alcanzaría a entenderse que otros Estados realizasen un despliegue militar en Siria mientras docenas de miles de hombres sirios podrían quedarse en Europa percibiendo prestaciones públicas.
Ni que decir tiene que ante una previsible acción de tropas terrestres en Siria al objeto de restablecer la paz, ningún hombre sirio en edad militar debería permanecer en el continente europeo mientras mueren y arriesgan su vida en Siria soldados españoles, franceses, alemanes, etc.
Y reitero, sin perjuicio de lo que establezcan las leyes de cada país relativo a la deserción, todo hombre joven y sano que huye de un conflicto bélico le está quitando su plaza de cupo de refugiado a un niño, un anciano o una mujer, muchas de ellas embarazadas, lactantes o que llevan hijos consigo.
¿Refugiados o inmigrantes económicos?
Por otra parte, de acuerdo con el Derecho Internacional ha de solicitarse refugio en el primer país no en guerra al que se acceda. Sin embargo, gran parte de la actual oleada ha clamado por pisar suelo alemán… ¿acaso hay guerra en Portugal?
Refiero lo anterior, pues, encontrándome en tierra lusa al comienzo de la oleada, pude comprobar cómo una periodista portuguesa preguntaba a una refugiada si querría ir a Portugal. La indescriptible expresión de miedo y el balbuceo de la refugiada fueron inconfundibles: “No, no, yo a Alemania, a Alemania”.
La finalidad del refugio, como la propia palabra indica consiste en protegerse de algo. Una vez que cesa la causa de la huida (en este caso, la guerra), el refugiado debe retornar salvo, obviamente, que en su tierra se instale una dictadura que se lo impida.
Pero mucho me temo que la finalidad es otra: arraigarse en Europa y preferiblemente en aquellas naciones que les proporcionen mayores y mejores recursos públicos.
En la práctica, pues, se podría estar acogiendo a una avalancha de inmigrantes económicos que se acabará instalando en una Europa que, a duras penas, puede siquiera sostener a muchos de los suyos.
Yihadistas infiltrados
Además de la gran baza que se está brindando a la extrema derecha, van emergiendo, poco a poco, alarmantes datos sobre posibles terroristas infiltrados en la avalancha Siria, así como el robo de pasaportes tal vez con objeto de su posterior falsificación proporcionando cobertura en Europa a bandas criminales y grupos terroristas.
Inquieta pensar la cantidad de células durmientes terroristas que podrían instalarse en el corazón de Europa o en la zona sur.
Unas consecuencias a tener en cuenta
Sobre las derivaciones de la oleada de refugiados habría que preguntarse quién las sufriría.
En primer lugar, no hay duda de que el coste sería soportado por la Unión Europea recortando de ingresos destinados a otros sectores. Y eso afectaría a cualquiera, desde los subsidios por desempleo hasta jubilados, sin olvidar sanidad, educación y empleados públicos, entre otros.
En segundo lugar, en Europa se podría fácilmente desatar la ira de algunos sectores depauperados al contemplar las prestaciones que reciben quienes huyeron de la guerra. Sin contar con el alimento que lo anterior podría suponer a movimientos de extrema derecha. Sin olvidar a los refugiados reales, los preferentes: mujeres, niños, ancianos, desvalidos, etc, que habrán perdido su oportunidad de refugiarse.
¿Significa todo lo anterior que no debe otorgarse refugio? De ninguna manera. Pero esta situación solo debe prolongarse mientras dure el conflicto e inmediatamente la reconstrucción del país debe ejecutarse por las manos de la gente sana y fuerte una vez retornada.
La civilización no siempre gana la batalla. ¿Debería Europa preocuparse?
La mayoría, en el presente mundo occidental, no puede siquiera concebir que las cosas se compliquen de verdad, y tiende a asumir que la paz es la norma y la prosperidad algo que debe aumentar indefinidamente. De hecho, las crisis conllevan una sañuda contestación social.
Pero, desgraciadamente, la paz y la prosperidad son excepciones en la historia de la Humanidad. Grandes imperios se derrumbaron. La civilización no siempre gana. Jamás lo olvidemos.
Preocupa que Europa puede quedar en los próximos años al albur de pueblos islámicos, en esencia culturas antidemocráticas, trufadas de teocracia, fanatismo e intransigencia hacia quienes no son como ellos. ¿Cómo separar el grano de la paja?, ¿cómo distinguir al yihadista o al fanático del refugiado? En suma ¿cómo pensar que muchos no intentarían imponer sus dogmas islámicos cuando hasta en la progresista Dinamarca la inmigración musulmana ha pugnado por imponer la sharia?
Esto no es un comentario gratuito, de hecho, algo de esta intolerancia ha podido constatarse en las recientes imágenes de hombres refugiados de entre 20 y 40 años arrojando rabiosamente, al grito de “Alá es grande”, los paquetes de comida blasonados con la Cruz Roja. No olvidemos que entre el cupo de refugiados, muchos son partidarios del llamado Estado Islámico. “Curiosamente” estas imágenes casi no han sido difundidas.
Políticas interesadas y “buenistas profesionales”
A todos ello hay que añadir, lamentablemente, que en Europa (y muy especialmente en los países del sur) los políticos parecen más interesados por alcanzar y mantener el poder que por elaborar y consolidar políticas serias y sensatas a medio y largo plazo.
A la anterior debilidad, hay que sumar la atronadora caterva de los “buenistas profesionales”, “abrazadores” de causas que, en la mayoría de casos, solo conocen a través de frases sueltas, tópicos y titulares. Ociosos y zascandiles de redes sociales a la vez que furibundos opinadores dispuestos a asaetear en la picota de internet al grito de “¡insolidario!” a quien no comparta sus opiniones.
Este run-run de buenistas y de políticos interesados no parece un adecuado parapeto con el que afrontar una avalancha islámica.
¿Podría detener Europa una masiva “Marcha Verde”?
Visto lo anterior, en esta Europa infectada de buenismo, políticos incompetentes y millones de ciudadanos asustados ante la posibilidad de no ser considerados solidarios… ¿podría la Unión detener una masiva “Marcha Verde” de cientos de miles, millones de habitantes de países musulmanes?
Si a este escenario añadimos el soterrado y previo establecimiento de millones de musulmanes en Europa… ¿alguien cree que podríamos conservar no ya los restos de nuestro Estado de bienestar, sino las más elementales libertades?
Huelga aclarar que las libertades y el bienestar quedarían triturados ante un predominio del Islam y sus costumbres. Entre las que, por cierto, no parece encontrarse la de acoger a sus “hermanos” sirios que huyen de la guerra.
Confiemos que la actualmente llamada “crisis de los refugiados sirios” no se convierta en la avanzadilla de sucesivas e incontenibles oleadas migratorias que inunden y derrumben el edificio europeo que tanta sangre, sudor y lágrimas costó levantar.
Viene, pues, a la memoria, la frase de Oswald Spengler: “Al final a la civilización siempre la acaba salvando un pelotón de soldados”. Esperemos que no haya que recordarla más veces.