Rey Juan Carlos: Demasiadas prisas por llegar los primeros a Cuba
Miguel Massanet Bosch. Cuando un partido antepone, al prestigio y dignidad de una nación, las conveniencias materiales; cede en sus principios fundamentales y en el mantenimiento de su integridad y respeto por el pueblo, en favor de los meros intereses económicos o a las ambiciones de poder; nos encontramos, sin duda, ante una postura que, para muchos de sus simpatizantes y votantes, pudiera interpretarse como contraria a los fundamentos, los apoyos o los principios básicos de su ideario político, social, humano y ético.
No basta que se atribuya el apelativo de “partido de centro derecha” ni que se venda como defensor de las esencias de la civilización cristiana o que se atribuya ser el valedor del derecho constitucional de la propiedad privada ya que, por encima de todo, su deber es hacerlo. Cumplir con sus promesas a sus electores y no doblarse ni sucumbir ante las posibles contrariedades o conflictos a que lo sometan sus rivales en la política si, llegado el momento de mantenerse firme en sus convicciones, no sabe sostener en alto el pabellón que se le ha encomendado defender.
Estos días, con la muerte del dictador Fidel Castro, hemos tenido que contemplar y soportar que se nos haya machacado, por todos los medios informativos, lo mismo con alabanzas, panegíricos y loas en honor del “estadista”, como con diatribas, insultos y maldiciones en contra del tirano, que han mantenido 57 años a su pueblo sojuzgado bajo la bota comunista. Sin embargo, a medida que el enfervorizamiento causado por el óbito de Fidel se ha ido enfriando, que las cancillería de los países europeos han empezado a calcular las ventajas que, para cada nación, podrían reportar el ser de los primeros que se aprovecharan de la ausencia del extremista y fanático Fidel, para intentar llegar a acuerdos económicos con su sucesor, al menos por dos años, su hermano Raúl; aparentemente más flexible, propicio a llegar a acuerdos y con una mente quizá más pragmática, siempre que sus interlocutores no pretendan desmontarle el tinglado comunista que han venido, juntamente con su hermano fallecido, manteniendo y consolidando durante los años de revolución castrista, que han sabido conservar en la nación cubana.
Y como quien no corre vuela, hete aquí que, nuestras autoridades españolas, se han olvidado de todo los que nos separaba del régimen castrista, de la serie de desaires que España recibió de parte de los hermanos Castro, de las políticas totalitarias que desplegaron en su país y de los más de siete mil asesinatos, reconocidos, llevados a cabo por los criminales del régimen comunista castrista, para evitar que la oposición consiguiera que la isla recobrara la democracia, que tantos años llevaban pidiendo; sin que el aparato del partido les hiciera el más mínimo caso. La tímida apertura aceptada por Raúl Castro como consecuencia del reciente acuerdo convenido con sus seculares adversarios, los EE.UU, apenas si ha tenido repercusión en la política social y policíaca castrista, que no ha alterado sus razias, sus detenciones, sus encarcelamientos y todo su aparato de control del pueblo cubano, especialmente de aquellos que se han atrevido a enfrentarse al todopoderoso artífice de la revolución.
Y, por si para luego es tarde, nuestro Gobierno parece que no quiere perder comba y ya ha tomado las primeras medidas para adelantarse al resto de países que ya piensan en desembarcar en la isla caribeña para implantar en ella sus multinacionales, con el fin, nada altruista, de hacerse con un importante sector del amplio mercado, representado por los casi once millones y medios de presuntos compradores. Y ¿qué mejor que, ya que enviar a Felipe VI sería quizá demasiado aparente y exagerado, sustituirlo por el jovial, chistoso, con poco trabajo que hacer, encantado de que se le encarguen misiones diplomáticas y dispuesto a utilizar toda su reconocida simpatía y savoire fair para encargarse de implantar la “primera pica en Flandes” en la Cuba comunista, don Juan Carlos I, padre de nuestro actual monarca.
El rey emérito, Juan Carlos I, será el enviado especial de la nación española a las exequias por el difunto canciller cubano, para testimoniar ante el hermano del finado, Raúl Castro, lo que España “lamenta” la muerte de tan importante representante del más rancio y obsoleto comunismo, al viejo estilo del desacreditado comunismo bolchevique, hoy en día heredado por estos grupos populistas, importados de los países bananeros de Suramérica, empeñados en resucitarlo, convencidos de que, si lo consiguieran, podrían reeditar las famosas “hazañas” de su predecesor, el genocida soviético, José Stalin.
No sabemos lo que dará de sí esta visita regia ni, tampoco, si las esperanzas puestas en don Juan Carlos van a tener alguna consecuencia práctica, en cuanto a lograr acuerdos comerciales con el régimen cubano que, si es cierto que ya no dependía de Fidel, según se comenta, su hermano Raúl no difiere mucho de él, en cuando a la mano dura con la que sabe dirigir el partido comunista y aplicar las medidas coercitivas para que, ningún cubano que pretenda introducir la democracia en Cubas, tenga posibilidad alguna de conseguirlo.
Empezamos a temer que, el nuevo gobierno minoritario, dirigido por don Mariano, adquiera nuevos vicios, se preste a acuerdos contrarios al espíritu del PP, negocie soluciones que atenten o puedan atentar contra el espíritu de la Constitución y deje en barbecho las verdaderas políticas que debiera de poner en práctica, por aquello de que “ahora no toca” o por entender que “no son oportunas” y, entre tanto, las fuerzas del comunismo, los separatistas acérrimos, los mismos de Ciudadanos, siempre con posturas cambiantes, mudando de objetivos según entiendan que les conviene, sin importarles que sus vaivenes los lleven hacia la derecha o lo hagan a la izquierda siempre que ellos encuentren un sitio en el que sostenerse.
Y no perdamos de vista al PSOE, hoy enzarzado en discusiones suicidas, embarcados en las disputas entre sanchistas o partidarios de Susana Díaz, todos luchando para que se adelante o se retrase el Congreso del partido socialista en el que, presuntamente, se van a dilucidar por quién se decantan las preferencias de aquellos que, con su voto, tienen en sus manos a quién le corresponderá la dirección del partido socialista.
Como anticipa la presidenta de la comunidad andaluza, hoy en plena vorágine entre partidarios y detractores, es muy posible que después del próximo congreso, las aguan se amansen y pueda salir de él un dirigente que sea capaz de devolver, a los socialistas españoles, el puesto que les corresponde ocupar como partido de centro-izquierda, que tan necesario es para establecer el equilibrio deseado entre la derecha y la izquierda, sin que caigamos en el peligro de que sean los extremismos populistas los que acaben por hacerse con España.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la desagradable impresión de que, este gobierno, no tiene nada que ver ni con el de la pasada legislatura, aunque, de hecho, sean casi los mismos con algunos retoquen que más bien los hacen más vulnerables, durante la cual no supieron aprovecharse de las ventajas de tener una mayoría absoluta, ni con el que los ciudadanos que los votamos pensamos que surgiría de las urnas. Por el contrario, mucho nos tememos que es muy posible que acabe convirtiéndose en el pim-pam-pum de los partidos de izquierdas y que, los apoyos que esperaba tener, por parte de Ciudadanos o del PNV, parecen estar muy verdes.
Como ya dijimos, el tener en sus manos las posibilidades de, a los seis meses, si el país se hace ingobernable, convocar nuevos comicios, no le van a garantizar los mismos resultados que se preveían si hubiera, como muchos pedíamos, dejado que se produjeran las elecciones anticipadas, en las que su postura, según todas las encuestas, hubiera quedado muy reforzada. Esperemos estar equivocados y que todo se desarrolle de la mejor manera para España y los españoles.