ROSAS Y LIBROS, LA PRIMAVERA Y SUS CONTRASTES
Manuel Parra Celaya.
El día de las rosas y los libros, esto es, el 23 de abril, fiesta patronal catalana y aragonesa por Sant Jordi o San Jorge, que tanto monta; asimismo, es la conmemoración del fallecimiento de Miguel de Cervantes y, según algunos cálculos del calendario, de William Shakespeare. Día pleno de primavera estacional -que no política, por desgracia- en el que todos miramos al cielo ad petendam pluviam, acaso para llevar la contraria a los agoreros del cambio climático.
En esa festividad, es costumbre que el enamorado regale una rosa a su amada y esta le corresponda con un libro; no se nos escapa un cierto tufo de machismo ancestral en esta tradición; para remediarlo, de forma cada vez más frecuente, las señoras o señoritas reciben, junto con la flor, el correspondiente ejemplar salido de la imprenta. No sería nada extraño, sin embargo, que, con los tiempos que corren, hubiera serias dudas acerca de los destinatarios de ambos obsequios en razón del género, aunque confiamos que esto no merezca una ley del Ministerio de Igualdad en el BOE, una vez que sus titulares han asumido el trágala del acuerdo PSOE-PP (o viceversa) sobre la ley del solo es sí es sí, aunque, eso sí, sin que se hayan dado ni por asomo dimisión de poltronas.
Tampoco me extrañaría que la leyenda del Santo alanceando al Dragón y rescatando a la Doncella hubiera sido intervenida enérgicamente por una coalición de feministas radicales y de animalistas furibundos, además de anatemizada por algún cura a la page por dotar de arreos belicistas al Patrón de Aragón y Cataluña, ese que era invocado por los fieros almogávares en sus correrías por Oriente. Sea como sea, a un servidor no se le van a pasar por alto las tradiciones de la fecha, y seguro que, con mi esposa intercambiaremos libros de interés.
Lo que me causa más contento es comprobar que muchos chicos y chicas jóvenes mantienen las costumbres; me cruzo con adolescentes que llevan su rosa -ya regalada o por regalar- en la mano, entre tímidas y orgullosas, pero aún me emociona más observar que también la ostentan parejas de ancianos, de esos que se prometieron amor eterno hace muchísimos años.
Por otra parte, ¡qué excelente ocasión perdió mi Cataluña de instaurar su “diada” el 23 de abril, y no en la artificialidad partidista y sectaria de tergiversar una guerra civil entre austracistas y borbónicos en el siglo XVIII, cada 11 de septiembre, cuando ya se aproxima el otoño!
Rivaliza este ambiente de primavera, alegría y sensibilidades, este año, con la mediocridad generalmente chabacana de la propaganda electoral para la cita con las urnas el próximo mes de mayo; qué le vamos a hacer si también es un fruto de la época… Seguro que los candidatos repartirán también rosas -sin frescura de primavera- en sus stands publicitarios; prometo que me abstendré de aceptarlas.
Pero, sobre todo y de un modo mucho más grave y alarmante, contrasta el clima de Sant Jordi con las noticias de delitos cometidos por menores inimputables, por no alcanzar la edad de los 14 años, especialmente las constantes violaciones grupales. Esa es la parte de una juventud enferma que comentaba en un artículo anterior, que seguro no prestarán ninguna atención ni a las rosas ni a los libros.
Hagamos omisión de datos ocultos sobre las procedencias de los agresores, como lo hacen -por imperativo legal todos los medios-, pero no nos cansaremos de repetir que la causa última de estas conductas depredadoras estriba en un absoluto vacío de valores, que han encontrado en una sociedad relativista. Los orígenes pueden estar en la familia y su supuesta variedad legal, en las redes y los medios, y, con gran parte de responsabilidad, en la Educación en las aulas o fuera de ellas.
En este último ámbito, cabría invocar la ignorancia generalizada de aquel método preventivo de los Oratorios de Dom Bosco, constatar la ineficacia de una supuesta educación en valores de tinte progresista o el menguado y casi inexistente influjo del asociacionismo infantil y juvenil en el tiempo libre; es decir, que la culpa puede repartirse entre lo que hoy día se llaman Educación Formal, Educación Informal y Educación No Formal. Me imagino que cualquier asomo de remedio que se pretenda invocar sería despechado bajo el infamante título de paternalismo por quienes llevan hoy a aulas y actividades de ocio una supuesta educación “afectivo-sexual” y que, en realidad, no sobrepasa la pura biología.
Y no trato -¡por favor!- de invocar corriente alguna de romanticismo como contraste con esta animalidad desbocada; ya sabemos que el romanticismo, en su falsedad, tiene los pies de barro y se sustenta sobre quimeras. La fiesta del libro y de la rosa es otra cosa y algo más, pues encuentra su arraigo en el Amor y en la Cultura, ambos elementos diametralmente opuestos a la irracionalidad y a las alucinaciones.
Ojalá sean precisamente el amor y la cultura los valores -entre otros- que vuelvan a enseñorearse de toda la sociedad española, y desde ellos podamos superar este momento en que la alegría de la fiesta primaveral se empaña con la chabacanería o con el puro salvajismo.