Rusia es la grandeza de Iván IV
Daniel Ponce Alegre. La Historia está llena de hombres que por diferentes circunstancias son tratados injustamente, o no con el criterio apropiado al contexto sociocultural del momento. Uno de esos hombres fue el Tzar, Rey, o más correctamente César, Iván IV, que ha pasado a la posteridad como " El Terrible ". En esta semana, hace 432 años, se produjo su muerte: los reinos hispánicos se acababan de unificar, el magnífico legado del papado Borgia aún estaba fresco y floreciente, y el modelo de Príncipe era el del prudente Maquiavelo.
En los lejanos confines del Imperio de los zares, en el siglo XIII d. C., se acababan de formar, a manos de los khanes del Imperio Mogol, de procedencia indoeuropea, persa y china, los Khanatos de Siberia, Astrakhán y Khazán. Tres siglos después los antiguos principados moscovita, kievense, de Rostov - Susdal, de Novgorod y finés, ahora gracias al Legado de Iván IV todos ellos bajo la Corona Cristiana del Zar de Moscú o de Todas las Rusias,
La Tercera Roma tras haber caído el Imperio Romano de Oriente a manos del Imperio Otomano, con el que los zares estuvieron en constante guerra durante siglos por la defensa de la Cristiandad; como digo, tres siglos después, esos principados, en colaboración con sus hermanos en Cristo, cosacos y tátaros( con ciertas influencias orientales ), que actualmente ocupan la región caucásica, entre los mares Negro y Caspio, de Rusia, luchaban por la liberación de Sibir, la capital del Khanato de Siberia, en el momento de la liberación de Sibir, Iván IV moría. Iván fue revestido, según la tradición rusa cristiana oriental con el burel o hábito monástico, tradición que actualmente Rusia ha recuperado para algunos casos concretos de laicos monjes y que en otro artículo trataré detenidamente. Este revestimiento implicaba en el caso del Zar Iván IV, la profesión monástica.
En un excelente manual sobre Historia de la Rusia Imperial podemos leer respecto a su " crueldad ": " La noción de humanidad le eran tan extrañas al Zar Iván IV como lo eran a un sultán de los turcos, a un khan mogol o a un sha persa pero era un ser notablemente instruido, con una sed grande de lecturas y asiduidad para acudir a las Santas Escrituras, que como podemos ver en sus obras cita frecuentemente, al igual que a los Padres de la Iglesia Universal y a los Concilios; los autores clásicos latinos y griegos, así como la historia profana, le eran familiares. Como hombre ilustrado, Iván IV, protegió el establecimiento de la primera imprenta rusa; como gran político convocó por primera vez en Rusia los Estados Generales, y como Autócrata le gustó explicarse ante la opinión pública, su Pueblo.
Desde es punto de vista personal, si se quiere psicológico, se sintió siempre solo, pues nadie le comprendía, sin un amigo fiel o una compañera leal. Como he dicho al principio del artículo, la Historia le ha tratado injustamente y con él también en muchas ocasiones al Pueblo de Rusia, que se encuentra entre Occidente y Oriente, entre Roma y Persia o entre Roma y el Lejano Oriente, siendo su factor de unificación la Cristiandad. Sin esta consideración no es posible entender a la actual Rusia y sin entenderla no se puede amar a ese gran Pueblo Cristiano. A Iván IV, así como al resto de zares y reyes de toda la Cristiandad, junto con los gobernantes de este mundo, y a nosotros mismos, sólo nos queda el juicio misericordioso de Dios Padre, mediante su Único Hijo Jesucristo: Rey de Reyes y Señor de Señores.