Salvador Sostres y “Tres taras catalanas”
Manuel Parra Celaya. Puede ocurrir que mi habitual sentido del humor esté en horas bajas, porque no me hacen ni siquiera sonreír aquellos textos que, en clave de ironía y/o sarcasmo, tocan aspectos que considero importantes para mí; así, las burlas de doble y amable lectura que menosprecien España en su totalidad o en alguna de las tierras que la integran.
Por supuesto, no de dejado de entender la intención antiseparatista de un asiduo colaborador de ABC, Salvador Sostres, catalán él, pero que, con el título de “Tres taras catalanas” publica un artículo en ese rotativo, que pretende ser sátira político-sociológica, pero que se convierte en munición para el adversario al que pretende ridiculizar.
El uso abundante de la primera persona del plural (“los catalanes nacemos…”, “tenemos que…”) y el abundante “nosotros” que se encuentran en sus líneas parecen disipar cualquier duda y manifiestan su intención, pero, en realidad, ofrecen a cualquier lector, simple y sencillamente catalanista, sin más adjetivaciones de signo ideológico, que se asome, por casualidad o por curiosidad malsana, al artículo aludido, motivos de rechazo y de ganas de alinearse con posturas radicales de inclinación nacionalista.
Para resumir sus palabras, esas “tres taras” que parece asumir en su identidad catalana (aunque sabemos que no por su trayectoria) son las siguientes: no nos cae bien España, y eso hay que superarlo; España nos roba, en política, en economía o en fútbol, y conviene que nos demos cuenta de que no es así; y somos malos padres; ante esta última tara, no ahorra en despectivos: enfermitos, hipócritas, narcisistas, mezquinos, egoístas, educadores en el resentimiento… Repito que una lectura reposada hace evidente el dardo de su mordacidad y de su intención, pero, más que invitar a la reflexión, provoca resentimientos. Por supuesto, habrá catalanes (y andaluces, y castellanos, y vascos…) que adolecen de estas y de otras posibles taras, pero da la desagradable impresión de una generalización absurda a todas luces, e -insisto- rearma a un adversario en lugar de aplacarlo o de convencerlo de lo contrario.
Sabemos, por los conocimientos históricos y por la experiencia reciente y actual, que “en Cataluña hay un separatismo rencoroso de muy difícil remedio” (José Antonio Primo de Rivera); y, también, del mismo pensador, que “la tierra de Cataluña tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones”: escrito quedó y, a veces, no cumplido. Pero fue precisamente ABC el que, por aquellos turbulentos años, se despachó con la disparatada ocurrencia de lanzar un “¡O hermanos o extranjeros!”, lo que equivalía sin dudas a un insulto a la irrevocable unidad española.
Somos legión los catalanes -no entiendo ni hago caso de porcentajes- a los que, no solo nos cae bien España, es decir, el conjunto nacional, sino que muchos atesoramos “un gran sentimiento de españolidad” (como dice el autor del artículo). Como en la conocida respuesta anecdótica de Yagüe, cuando la propaganda enemiga decía que sus legionarios eran hijos de cura, y el respondió: alguno habrá, pero decirlo de todos…, ni todos los catalanes (repito: ni naturales de otras regiones) son fervientes patriotas españoles, ni todos son separatistas a ultranza.
Cada vez que escucho o leo el genérico de los catalanes, me pongo de los nervios, de modo similar a cuando los libelos de la Leyenda Negra acusaban (y acusan) a los españoles de mil barbaridades, lo diga López Obrador o el Papa. Porque, si toda generalización es odiosa de antemano, máxime en estos casos, que afectan al propio ser de España o a una de sus partes, que es como si lo dijeran de todas. Algo por el estilo me sucede cuando alguien dice, en clave de otro tipo de nacionalismo, los europeos, como si nosotros fuéramos africanos…
El problema de Cataluña es un componente más del problema de España, ese que sigue sin resolverse; en cuando al nacionalismo separatista, habrá que darse cuenta, de una vez por todas, que es una cuestión bifronte: por una parte, nos encontramos con la sentimentalidad de un pueblo (“es un problema difícil de sentimientos”); por otra, sabemos de una oligarquía que envenena y manipula esta sentimentalidad; a esto último no se suele atender, y no olvidemos que fue precisamente ABC quien declaró a Jordi Pujol “español del año”… No hagamos, por torpeza, que ese “pueblo sentimental” (también cita joseantoniana) se siga echando en brazos de sus manipuladores
Cuando vivimos las turbulentas jornadas que se iniciaron en otoño de 2017 (la siembra venía de años atrás), muchos catalanes echamos de menos el calor y el apoyo, no solo de los partidos nacionales o de la prensa, sino de otros muchos españoles que creían que su patriotismo equivalía a un españolismo de opereta, y multiplicaban sus agravios a esta parte de España llamada Cataluña.
Algunos creemos firmemente que la única salida posible al problema no radica en más envenenamiento, sino cuando “una nueva poesía española sepa suscitar en el alma de Cataluña el interés por una empresa total, de la que desvió a Cataluña un movimiento, también patriótico, separatista”.