SEXUALIDAD PERVERTIDA
MANUEL PARRA CELAYA. Evoco con cierta nostalgia aquellas películas de Manuel Summers que ahora serían imposibles: “Del rosa al amarillo” y “Adiós, cigüeña, adiós”, ambas separadas entre sí por unos diez años. En su día, llegaron a escandalizar a algunos bien pensantes y, actualmente, serían objeto de burla y de rotundo rechazo.
¿Cómo compaginar el humor fino, la ternura y el tacto exquisito con que el cineasta enfocaba el despertar del amor y de la sexualidad en la pubertad con la cruda y aberrante realidad actual de violaciones en masa, cuyas víctimas y agresores son a veces apenas adolescentes? ¿Cómo podía hoy tener éxito el enfoque de Summers cuando los supuestos violadores son recibidos con aplausos al salir de los juzgados?
Sabemos que no ha sido solo una triste anécdota, sino que los casos van ocupando las informaciones periodísticas día tras día. Y ello nos obliga a reflexionar sobre muchas cosas que se relacionan con el tema entendiendo de antemano que los comentarios al respecto no siempre van a caber dentro de la corrección política impuesta a los medios.
Por supuesto, no vamos a caer en la vulgar tentación de culpabilizar a las actuales tecnología de la comunicación; hagamos mención, eso sí, de su uso indiscriminado, extemporáneo y sin control alguno por parte de niños y adolescentes, objetivo preferente de lo que en las series policíacas llaman depredadores. La figura de unos padres ausentes y a los que de ordinario no se les espera suele ser el origen del problema; claro que, en caso contrario, no tardarían en ser tachados de autoritarios y despóticos, si hacemos caso de las pedagogías al uso, de estirpe roussioniana.
Centrémonos, de entrada, en el pansexualismo que nos invade por doquier, no solo a través del lucrativo negocio de la pornografía, sino presente y explícita en películas, anuncios y revistas; tampoco caigamos en la mojigatería, pues siempre ha existido (¿quién no escondía páginas dobladas de un Play Boy en un libro de Matemáticas?), pero su alcance actual supera todos los momentos del pasado; decía Rafael García Serrano que la democracia nos ha llegado al bajovientre.
Ese pansexualismo interfiere y sobrecarga el natural despertar de jóvenes y adolescentes a la sexualidad, confunde los límites claros entre erotismo y pornografía y propicia situaciones psicológicas a menudo enfermizas. No es, ni mucho menos, que los niños de ahora sean más despiertos y menos ñoños que los de antaño, sino que el impacto de la propaganda del sexo actúa sobre ellos despiadadamente y puede malformar ese lógico despertar de sus inquietudes.
Añadamos a esta evidencia social otra, ya convertida en lugar común sin que pierda su validez: el vacío de valores; citemos, por orden de prioridad en este caso, los morales, los religiosos, los puramente humanos. En cuanto a lo primero, estamos lejos de una utópica ética universal, y, por el contrario, sí prevalece un total relativismo, en el que se confunden lo bueno de lo malo, lo que es lícito y no lo que lo es, porque siempre privará, desde esta óptica, el placer personal; en lo segundo, no entendamos solamente aquella visión negativa del pecado (solo referido al sexto mandamiento en la mayoría de los casos), sino la dimensión profunda y trascendente del ser humano, de su sexualidad y, especialmente, el concepto del amor, hoy reducido a una pura dimensión biológica; y ello nos lleva al tercer aspecto, el puramente human0, que es inconcebible sin tener el cuenta el valor del otro, en el que se debe respetar en su dignidad y en su libertad.
No nos recatemos de mencionar un factor estrictamente político: las ideologías, antropologías y supuestas éticas oficiales e indiscutibles se centran preferentemente en la recluta de adeptos entre las aulas; la pretendida información sexual incluida en los planes de enseñanza prescinde de la relación intrínseca entre sexualidad y amor , por lo que nuestros niños y adolescentes reciben un punto de vista sesgado, cuando, en todo caso, precisarían de una auténtica formación y no meras instrucciones de cómo colocar un preservativo y cómo acudir a la farmacia para comprar la píldora del día siguiente. Nos llegan informaciones sobre lo último en este sentido: en los niveles más infantiles, se habla de “educación afectivo-sexual”, y en otros se insiste en “coeducación e igualdad de género”; se incluye una “orientación educativa desde la perspectiva de género” y en “el papel de las familias para promover la educación no sexista”; en orden a la prevención, esta se circunscribe a “la violencia machista y LGTB fóbica”. Todo un programa ideológico.
Si unimos a todos estos factores el de la marginalidad en algunos casos, tendremos un cuadro casi completo para explicar la atrocidad de las manadas adolescentes de violadores y la, a veces poco analizada, conducta de sus víctimas.
La tontería del “solo el sí es sí” no soluciona absolutamente nada; como tampoco la legalización del aborto a los 16 años sin contar con las familias; en este último caso, se añade el asesinato del inocente a la estupidez o a la perversidad sociales.
Pensemos, también, que todo esto está ocurriendo en un marco político que se caracteriza por un puritanismo progresista, que puede competir con ventaja con aquel tonto puritanismo de quienes se escandalizaban ante las películas de Manuel Summers.