SOSIEGO TRAS LA VEHEMENCIA
Manuel Parra Celaya.
Pues no voy a ser menos. He leído bastantes artículos sobre la moción de censura y me doy cuenta de que aún colea, en contra de las opiniones despectivas suscitadas a priori, y ahora me toca a mí escribir sobre el tema. Empezaré diciendo que, en contra de mi costumbre, seguí con interés las intervenciones, especialmente la del candidato, que era el único que tenía algo de interés que decir a Sus Señorías y a una buena parte de los españoles pensantes.
De don Ramón Tamames se puede discrepar con elegancia, pero no desde la estulticia, esa que sobreabunda en el hemiciclo. Como ya es conocida suficientemente su intervención, me limito a formular, desde el sosiego, una síntesis muy personal de mis pensamientos, una vez pasada la vehemencia, producto de la indignación que me causó escuchar a sus oponentes. Acudo a un modo casi telegráfico para informar al lector de mis impresiones.
En primer lugar, aquello fue una confrontación de inteligencia frente a demagogia. De sabia ironía -no comprendida, claro, por aquellos a quien iba dirigida- frente al desprecio con gotas de gerontofobia. De serenidad frente a un nerviosismo mal ocultado. De apelación al diálogo frente a quienes emplean la cabeza para embestir. De patriotismo frente a quienes desconocen el sentido y la profundidad de este valor.
Mientras escuchaba a Tamames, iba pensando que, con personas como él, era posible una España de todos y para todos, entre discrepancias lógicas y razonadas; muy difícilmente es posible lograr esa España ante quienes se consideran portadores de una verdad otorgada por un extraño consenso de partidos; recordé las palabras del poeta: “¿Tu verdad? La verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Traducido en román paladino: no me vengan ustedes con milongas…
No hace falta estar de acuerdo al cien por cien con don Ramón; ni con Fernando Sánchez Dragó, al parecer, su inductor; ni con Vox, que arropaba generosamente a un candidato de trayectoria tan distinta a la del partido. Pero sí coincidí en los modos del candidato, en su uso de la razón y en la crítica.
En la crítica ante la grave situación de España, que continúa siendo un borrador inseguro, en el que los aliados y jaleadores del gobierno español son precisamente quienes no quieren ser españoles o aquellos que lo son por puro accidente geográfico. En la crítica a las memorias democráticas, que persiguen el enfrentamiento entre los ciudadanos y están calculadas para provocar un intento suicida de volver a las dos Españas. En la crítica a una izquierda que se desentiende de las necesidades reales del pueblo español, que avanza en la pobreza. En la crítica a un proceso de erosión a marchas forzadas de un Estado de Derecho, sustituido por más o menos encubiertas formas de tiranía.
Los lugares comunes y las muletillas con que ¿respondieron? a Tamames eran las habituales y tópicas. Allí salió a relucir, sin venir a cuento, la consabida alusión al franquismo y, no se sabe bien por qué, a Blas Piñar. Nihil nuevo sub sole. En su torpeza, suscitaron el aburrimiento de Sus Señorías; tedio, para la minoría que apoyaba la moción, para la mayoría que jaleaba al Presidente y a sus amigos, y para los convidados de piedra, alguno de los cuales se debía estar reconcomiendo por tener que obedecer, velis nolis, a la disciplina de partido en una Cámara en la que no debe existir, por imperativo constitucional, el “mandato imperativo”.
Mis sencillas y humildes discrepancias con la intervención de don Ramón se refieren a algunas referencias históricas de su salto a la palestra en este momento, y, con lo que está cayendo, carecen quizás de importancia. La primera viene resumida en el refrán “de aquellos polvos vinieron estos lodos”; ¿no estamos ahora heredando las consecuencias de aquella (acaso bien intencionada) Transición, operación apresurada e hilvanada con quebradizos cordones? Observamos que sus beneficiarios actuales son curiosamente sus detractores, y llevan su inquina, no solo a aquellas fechas, tan celebradas con el habla, pueblo, habla y cosas así, sino a toda una trayectoria histórica que se remonta casi a los Reyes Católicos.
Aquella operación fue tutelada desde el exterior, y algunos partidos políticos fueron fruto de una creación ex nihilo o consecuentemente recauchutados para la ocasión. El Estado de las Autonomías, organizado a partir de una Constitución que don Torcuato Fernández Miranda se negó a firmar, abrió un amplio camino para que los nacionalismos separatistas se impusieran en sus territorios de conquista; se desdeñaron los argumentos sensatos, como los de Julián Marías, por ejemplo, sobre el riesgo que representaba la inclusión de la palabra nacionalidades en el texto. En suma, se pervirtieron las supuestas buenas intenciones hasta desembocar en el marasmo actual, en el que una supuesta supremacía moral de la izquierda ha ido consiguiendo imponer leyes como las del aborto y la eutanasia, y, más recientemente, las de los trans o la del solo el sí es sí; todo ello de un modo inmune a cualquier oposición de una derecha que, para más inri, parece comulgar con las arbitrariedades y chapuzas legislativas, atenta solo a los datos macroeconómicos.
No entremos en el amplio mundo de la corrupción o de las puertas giratorias, pan nuestro de cada día, tema a los que no parece prestar atención una ciudadanía sumida en un aletargamiento inducido. Me pareció que un cierto matiz de escándalo se produjo en el hemiciclo cuando Tamames se refirió a la necesidad de modificar la ley electoral, pero acaso fueron figuraciones mías…
Un pesimista diría que, ante ese panorama (¡qué paisaje y qué paisanaje!) no hay salida posible. Un optimista confiaría en las virtudes soterradas del pueblo español. Un realista afirma que no habrá más remedio que transitar por estas aguas podridas, siempre con la esperanza de encontrar singladuras en océanos sin contaminación.