Tomás Moro como modelo de autoridad pública
José luis Orella
La vida de Tomás Moro desarrolla una actividad pública al servicio de la persona que le lleva a defender sus ideas con coherencia, serenidad profesional y llega al total desprendimiento de la vida cuando debe mantener la defensa de la verdad, apoyándose en su fortaleza interior. El estadista inglés se proyecta desde el pasado como un modelo de hombre político al que los católicos pueden seguir para desarrollar su vida pública en el siglo XXI al servicio de la justicia.
La naturaleza y la responsabilidad que conlleva la vocación a la acción política consisten en usar el poder legítimo en consecución del bien común de la sociedad. En este sentido, el político católico no debe dejarse llevar por los intereses personales o de partido, sino buscar el bien de la totalidad de la sociedad, y en primer lugar de los más desfavorecidos. La preocupación que debe mostrar el ciudadano católico debe estar en luchar por la justicia y la igualdad de oportunidades. Las personas que pierden el vagón, que quedan abandonadas ante la competencia de hoy, los relegados de la vida moderna deben ser los que queden más amparados por la actividad de los católicos públicos. Juan Pablo II en su discurso en el Jubileo de los políticos decía: “El cristiano que actúa en política –y quiere hacerlo “como cristiano”- ha de trabajar desinteresadamente, no buscando la propia utilidad, ni la de su grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno y, por consiguiente, en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad. En la lucha por la existencia, que a veces adquiere formas despiadadas y crueles, no escasean los ”vencidos”.
Sin embargo, en la actual sociedad pluralista, el político católico se encuentra con la delicada misión de discutir leyes que plantean concepciones contrarias a la conciencia. No debe refugiarse en un lugar arrinconado y puro, sino dar testimonio público de su Fe y vivir con coherencia sus principios. En este sentido, Juan Pablo II se refirió en la Evangelium vitae: En la base de estos valores no puede estar provisionales y volubles mayorías de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto a ley natural inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil.
Esto significa que el político católico debe hacer todo lo posible para que la ley positiva se identifique al máximo con la ley natural. Por tanto, el derecho a la vida del ser humano, se convierte en la principal trinchera del político católico. La persona humana desde su estado embrionario hasta su fase terminal debe estar protegida y a salvo de todo tipo de agresión o manipulación. Lo mismo ocurre con la defensa de la familia como célula básica de la sociedad y escuela de valores de los niños. En Europa el relativismo impregna una sociedad que aprueba toda medida que quede respaldada por una mayoría parlamentaria.
El ejemplo de Tomás Moro como padre de familia y a la vez como hombre coherente con sus principios se proyecta de manera clara. Los más necesitados como los no nacidos, los ancianos o los enfermos incurables quedan en la actualidad indefensos ante leyes que no respetan sus derechos más elementales. El legislador católico tiene la obligación de servir de portavoz de sus intereses y ser el máximo defensor de unas personas que por su falta de rentabilidad social pueden verse despreciadas, marginadas y alentadas a aceptar una solución interesada. La actual pandemia nos devuelve a la realidad de la que no tuvimos que salir, la solidaridad de la comunidad, de la familia y un Estado social que aporta medios para afrontarlo. Esperemos que esto sirva para un mayor apoyo a la vida y a nuestros sanitarios, fuerzas de seguridad y sacerdotes que se encuentran en primera línea de defensa de la sociedad.