Un cuento de ovejas
José J. Escandell. Érase una vez una oveja. Una oveja normal y corriente, que salía del redil con todas las demás y que volvía siempre para dormir tranquila y protegida. Era una entre noventa y nueve. Porque, desde luego, había una oveja especial, una que iba siempre a su aire, que nunca hacía lo que las demás, es decir, que nunca hacía lo que el pastor quería. Era como cualquier otra oveja, pero se la conocía como «la oveja negra». El pastor se pasaba casi todo el tiempo vigilándola y buscándola cuando se iba del rebaño.
La otra oveja, la normal y corriente, a veces se ponía terca o se despistaba. A diferencia de lo que le pasaba a la «oveja negra», a ella el pastor le daba una pedrada y asunto resuelto. A otras ovejas les pasaba lo mismo. Con la pedrada, volvían al rebaño mansamente.
No es que fueran muy espabiladas, pero con tanto repetirse lo de la pedrada, y viendo cómo trataba el pastor a «la oveja negra» comenzaron a tener la impresión de que a ellas el pastor no las quería demasiado. Quizás fueran celos. De hecho, el pastor vendía siempre otras ovejas, pero nunca a «la oveja negra».
A la oveja normal y corriente le entró complejo de hermano mayor del hijo pródigo. Por un lado, veía con claridad la preferencia del pastor hacia «la oveja negra». Por otro, comprendía perfectamente que ella era una simple oveja y que, de vez en cuando, echaba una canita al aire. Esto último era lo que más le preocupaba, porque ella, en el fondo, siempre quería ser una oveja como Dios manda. Y no se atrevía a ir más lejos en sus reflexiones. Las pedradas le causaban, por eso, dolor y perplejidad.
Es el caso que el Papa Francisco ha abierto la caja de Pandora en el Sínodo sobre la familia. Tanto la preparación como el desarrollo de este Sínodo constituyen un permanente mimo hacia «la oveja negra» y una constante pedrada hacia la oveja normal y corriente. Parecen romperse los diques y desvanecerse las fronteras de la buena doctrina. En España, por nuestra parte, con las convulsiones políticas recientes, en especial la renuncia del PP al cambio de la legislación sobre el aborto, se ha caído por fin la máscara que cubría la infidelidad de obispos, sacerdotes y laicos provida.
Parece que todo se está poniendo patas arriba, que el pastor está decidido a demoler el redil, para que «la oveja negra» no se sienta discriminada ni distinta de las demás. Mientras tanto, las ovejas normales y corrientes vivimos entre el dolor y la perplejidad.