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Diario YA


 

los guardias civiles eran la obsesión de este criminal

Un malo menos

Rafael Nieto, director de "Sencillamente Radio" en Radio Inter. Vivimos en el tiempo de los eufemismos. De llamar a las cosas con nombres raros o inventados. Intentando dulcificar o maquillar realidades. Pero las cosas tienen una naturaleza, son como son; y al final, de poco valen las maquinaciones de manipuladores y acomplejados.

La maldad humana, amigos, existe. Así, pura y llanamente, la maldad. ¿O cómo vamos a calificar, por ejemplo, el hecho de secuestrar a un hombre durante 116 días, como le pasó a Julio Iglesias Zamora?, ¿qué palabra usamos para definir un cautiverio de 532 días en un zulo de 3 metros de largo, como el que sufrió José Antonio Ortega Lara? Imaginen ustedes que les secuestran durante un día, y multipliquen ese sufrimiento por 532, a ver qué les sale.

Sí, maldad. Una maldad humana pero inhumana, despiadada. El retorcimiento salvaje de un mal bicho. El 6 de diciembre de 1983, en compañía de los también pistoleros José Miguel Gaztelu y José Luis Erostegui, acribilló a tiros al guardia civil Mario Leal Baquero. En 1987, mató a sangre fría a otros dos jóvenes guardias civiles, Pedro Galnares Barrera y Antonio Ángel López. Ya ven, la maldad de un malnacido.

Se ve que los guardias civiles eran la obsesión de este criminal, porque el 8 de junio de 1986 participó junto al mencionado etarra Erostegui y el también asesino Javier Ugarte en el homicidio alevoso del agente Antonio Ramos Ramírez, asesinado por defender España de esta lacra inmunda de ETA.

La piltrafa que cometió estos horrendos crímenes terroristas se llamaba Josu Uribechebarría Bolinaga, y estaba libre como cualquiera de ustedes desde septiembre de 2012 porque se encontraba malito. Tenía un cáncer que se lo ha llevado ahora, dos años y medio después, sin que haya pagado ni la décima parte del tiempo de las condenas que había recibido. Los gobiernos del PSOE y del PP lo trataron como lo que siempre quiso ser: un preso político, y no como lo que realmente fue, un miserable asesino, cobarde y vil, de la peor calaña.

Basta con echar un ojo a los países de nuestro entorno, los verdaderamente civilizados, los realmente demócratas, para comprobar cómo tratan allí a los terroristas. Para ver cómo distinguen entre la ciudadanía, portadora de derechos elementales y universales, y esta gentuza de la peor estofa que no merece otra cosa que el castigo por su maldad. Sí, por su maldad, porque en eso se resume la cuestión.

Ya les he dicho alguna vez que no me alegra la muerte de nadie. No es ninguna virtud ni tampoco una impostura; es mi forma de ser, sin más. No celebro la muerte de nadie. Pero entiendo perfectamente el dolor de un familiar que haya sufrido el zarpazo mortífero y cruel de esta sanguijuela inmunda. Lo entiendo y lo comparto. Y lamento profundamente que España sea un país que no sepa defenderse de sus enemigos, como hacen otros a los que, en eso y en otras muchas cosas, deberíamos imitar.

No, no había ningún proyecto político en su cabeza. Ninguna idea de país. Es la maldad y sólo la maldad. Y antes de que este indeseable recibiera la mirada escrutadora de Dios y la verdadera y única Justicia, tendría que haber pagado en la Tierra por todo el dolor que provocó. Queda, una vez más, en nuestro debe.
 

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