Una teoría de la fiesta: no se renuncia a nada, a no ser por amor
Pablo Velasco Quintana. 10 de junio. “Lo sé, en cuanto que nadie me pregunta, tan pronto como quiero explicarlo a quien por ello me pregunta, no lo sé”. La cita es de San Agustín, y expresa, aunque no se refiere al tema del ensayo que nos ocupa, la sensación que brotaría a cualquiera que fuera cuestionado por el concepto de fiesta.
Una teoría de la fiesta de Josef Pieper forma parte de la colección Biblioteca del cincuentenario de la siempre interesante editorial RIALP, que además, para regocijo de los nostálgicos para la impresión de este título se ha utilizado la técnica de la reproducción fotostática de la edición de 1974.
Es verdaderamente Pieper uno de los filósofos más importantes del siglo XX y de los de mayor éxito editorial también. Catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Münster, y doctor honoris causa en multitud de Universidades. Estamos ante un excelente maestro, de estilo claro y diáfano.
Empieza Pieper por lo más lógico, que es contraponer fiesta a trabajo, pero, como él mismo enfatiza, no estamos ante una antinomia como día y noche, o izquierda y derecha, porque el trabajo es lo cotidiano, y la fiesta es lo especial, lo no común.
La fiesta no es meramente un día en el que no se trabaja, sino que en la fiesta se accede a algo diverso de lo cotidiano. Y es en los actos religiosos donde lo encontramos, porque es allí, ante la majestad de Dios donde se percibe lo nuevo, lo distinto.
Recuerda el autor que Santo Tomás de Aquino califica de injusta la burla que hace Séneca del sábado judío, “tan lleno de futilidades”, ya que tal tiempo no se pierde, “cuando se realiza el sábado aquello para lo que está instituido: la contemplación de las cosas divinas”. No es la fiesta sólo un día sin trabajo, una pausa neutral, es una pérdida de ganancia útil. En un mundo configurado al servicio de lo útil, no puede haber espacio de tiempo no útil, “como tampoco puede darse un trozo de terreno sin aprovechamiento”. Aquí está uno de los aspectos fundamentales de la fiesta: la fiesta es esencialmente una manifestación de la riqueza, no precisamente de dinero, sino de riqueza existencial.
Ahora bien, ¿cómo es posible ofrece algo tan valioso sin más? Pieper contesta: la contemplación es elemento constitutivo del hombre “de la misma manera que el logro de la contemplación, por ser contemplación del amado, supone una relación inmediatamente existencial, no intelectual con la realidad, que no tiene otro nombre que el de amor. A pesar de la hojarasca de trivialidad, sentimentalismo, y desrealización espiritualista, bajo la que la palabra amenaza llegar a ser irreconocible, no se puede prescindir de ella; ninguna otra puede ser tan atinada en este caso”. No se renuncia a nada a no ser por amor.
Los intentos laicistas de inventar fiestas a partir de simples ideas han fracasado por esta razón. “Por eso no es de extrañar, que cayeran en el vacío los intentos racionalistas de celebrar la fiesta de la inmortalidad, o de la humanidad, o de la intimidad del hogar, ideadas por Comte”. En este sentido tiene especial interés los capítulos dedicados a los intentos de la Revolución Francesa de inventar festividades y el caso del 1º de mayo y los totalitarismos del siglo XX. Pseudofiestas que ha habido durante toda la historia y que hoy, además de los desmanes del laicismo democrático, tienen en el abuso comercial causa de su existencia.
La propuesta de Pieper se basa en la idea de que celebrar una fiesta significa celebrar de modo no cotidiano la afirmación del mundo, y que no puede darse una afirmación del mundo más radical que la glorificación de Dios, la alabanza al creador del mundo: “al ser la fiesta la compenetración con lo que existe, la fiesta litúrgica es la forma más festiva de la fiesta. Por tanto, no puede darse en el mundo una forma de aniquilación más letal que la negación de la alabanza cultual”.
Editorial RIALP