¿EL HUMOR EN LA POLÍTICA?
Manuel Parra Celaya. Indudablemente, la situación de España no es para tirar cohetes, sobre todo por la triste realidad de que algunos españoles se niegan a serlo pero pugnan para que se cuente con ellos de forma definitoria para legislar en contra de la integridad de la nación, gobierne quien gobierne. Esa es la cruda realidad, ante la que no cabe la estrategia del avestruz, y es un reto para varias generaciones sucesivas a la nuestra revertir el panorama de la presencia del negacionismo separatista; hoy por hoy, no creo que lo consigan estas urnas -escribo estas líneas sin saber cuál será el resultado del escrutinio- ni otras próximas, y solo confío en dos vías de enmienda: la primera, que algunos atinen en proponer para España aquel proyecto sugestivo de la vida en común que proponía Ortega, que es lo único, según el desarrollo del filósofo, que puede deprimir y superar por elevación los nacionalismos insolidarios; la segunda, la Educación de futuros ciudadanos, lo que pasa también porque ese proyecto futurible incluya currículos de verdadero patriotismo, hoy completamente ausentes de las aulas.
A lo mejor, ese proyecto hoy inexistente ayudaría a cambiar en profundidad no solamente los contenidos de la política, sino también su apariencia, sus formas, y daría entrada a una cara más amable de la misma, incluyendo la entronización de la sonrisa y de las buenas maneras, tan ausentes ahora en las cámaras e instituciones, en los debates y declaraciones de los personajes públicos. Aspiro, por tanto, a que el sentido del humor sustituya el insulto, la chabacanería y las expresiones agrias en un mañana que me gustaría vivir y contemplar. Y tomaría como ejemplo a los ingleses, no sé si a los actuales pero sí a sus predecesores en la historia.
Sí, es cierto, no se me oculta en el fondo un cierto cariz personal de anglofilia; ello sin olvidar el permanente litigio que sostenemos con la Gran Bretaña a cuenta de la persistencia de la bandera de la Unión Jack en las rocas gibraltareñas, y de otras menudencias históricas como fue el descarado protagonismo en las guerras de emancipación de los territorios americanos, que lograron arteramente que desapareciera de leyes, mentes y conciencias aquella bella definición de la Constitución de Cádiz referente a los españoles de ambos hemisferios.
Obviando estos aspectos históricos y actuales, no dejo de admirar algunas características de los ciudadanos de la Rubia Albión, tales como su desayuno, su apego a las tradiciones patrias, parte de su cine, su producción de novelas negras y, sobre todo, su sentido del humor, que, junto al judío, me merece el calificativo de inteligente.
Recuerdo haber leído en cierta ocasión una anécdota parlamentaria de aquellos lugares; acaso fue Churchill con referencia a Mr. Eden (no hagan mucho caso de la exactitud histórica) el que pronunció la siguiente frase descalificadora: “Hace un rato ha llegado a la puerta de este lugar un taxi vacío del que se ha apeado Mr. Eden”, y que el lector me corrija si estos no fueron los protagonistas de la pugna parlamentaria de entonces. ¿Alguien se imagina unas palabras parecidas en el Congreso de los Diputados español? Si se diera el hecho, inmediatamente sería respondido con un exabrupto, una acusación de algún chanchullo personal de hace tiempo o con el abandono en masa del grupo ofendido.
Y todo porque este tipo de humor responde a parámetros de inteligencia, y me malicio que de esta no andan muy sobrados algunos de nuestros representantes (repito que escribo antes de saber el resultado de las elecciones y, por tanto, qué insignes posaderas se sentarán en los escaños cuando se formen las Cámaras).
El humor inteligente no es ofensivo ni está reñido con la firmeza ni con la dureza en echar por tierra propuestas e ideas del adversario, siempre considerado como persona merecedora de un respeto a su dignidad; quizás es necesaria esta aclaración, pues, quizás por contumacia ideológica y moral en mi persona, considero que todo ser humano, incluso el más despreciable por su conducta pública o privada, está dotado de dignidad.
La ironía forma parte de este humor inteligente e incluso un sarcasmo que no caiga en la crueldad; ambas muestras de esas variantes del humor están presentes, por ejemplo, en las intervenciones parlamentarias o en las crónicas (“El Parlamento visto de perfil”) de aquel anglófilo que se llamó José Antonio Primo de Rivera.
Quiero confiar en que, cuando los candidatos de estas elecciones se conviertan en Sus Señorías, tengan algo de cabida estos rasgos, capaces de sustituir la crispación de los españoles en sonrisa. Sonrisa que se haría mucho más franca y permanente, eso sí, en el caso de que España llegara a integrarse plenamente, en sus tierras y en sus hombres, con mi doble propuesta de ese proyecto sugestivo de vida en común y de una Educación en el civismo y en la españolidad en su Escuela.