¿Estamos mejor ahora?
Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter. Ayer me preguntaba una persona muy querida: ¿Por qué no podremos tener en España un presidente tan enérgico y tan claro como François Hollande? La pregunta es oportuna, y la respuesta está muy clara. "Porque tampoco votan ciudadanos como los franceses".
Uno de mis principales empeños desde que me dedico al periodismo es hacer entender a los públicos que la clase política dirigente no es una suerte de colectivo extraterrestre, enviado por Dios o por el diablo para nuestra desgracia. Debemos entender, y debemos entenderlo cuanto antes, que nuestros políticos son como nosotros, exactamente iguales que nosotros. Y si hay excepciones notables en la política, ese mismo porcentaje, ínfimo, es el que existe también en el conjunto de la sociedad.
En España, créanme, hay miles y miles de rodríguez zapateros, cientos de miles de marianos rajoys, probablemente millones de felipes gonzález. Son como nosotros porque salen de entre nosotros. Y sus complejos, sus traiciones, sus miedos absurdos, su mediocridad intelectual, sus dobleces morales, su arrogancia y su soberbia, sus múltiples limitaciones que condicionan nuestras vidas haciéndolas más pobres, son exactamente las mismas que caracterizan a la inmensa mayoría de los españoles. Hasta que no entendamos que esto es así, no podremos cambiar nuestro futuro y, por tanto, seguiremos teniendo dirigentes políticos tan nefastos, tan traidores a España, tan inútiles como los anteriores. Acabamos de cumplir el 40 aniversario de la muerte de Francisco Franco.
Pero hoy no voy a perder ni un minuto en explicar cómo fue de verdad el franquismo; no, desde luego, como nos lo cuentan los mentirosos libros de texto que leen nuestros niños y jóvenes por culpa de los mentirosos editores y de los mentirosos políticos que lo ordenan. Les remito a historiadores decentes como Luis Suárez Fernández o, en algunas obras, al recientemente fallecido Ricardo de la Cierva. Hoy quiero hacer un rápido análisis de cómo es la España de hoy en relación con la que teníamos entonces. Un país que está muy cerca de dejar de existir como tal, de romperse en dos, o en más de dos, por la acción de unos políticos separatistas irresponsables y de los millones de votantes que se lo han pedido en las urnas. Y por unos dirigentes nacionales inoperantes que se escudan en altos tribunales para no tomar medidas que les corresponde tomar a ellos. En concreto, al presidente del Gobierno. Un país, la España de hoy, donde se puede abortar libremente a partir de los 16 años de edad. Sin el menor miedo a ir a la cárcel. Un país donde se puede meter en prisión a un jubilado por no pagar a tiempo el recibo de la luz, pero en cambio circulan decenas de políticos corruptos, con millones de euros en cuentas ilegales en el extranjero, sin ningún temor a que se les ajusticie.
Un país donde vemos sentados en los distintos parlamentos a terroristas, o amigos y cómplices de los terroristas, manejando dinero público y censos con direcciones particulares. De los calabozos y las prisiones directamente a los escaños. España es hoy una nación donde lo peor que se puede ser es una persona normal. Si madrugas, vas a trabajar y pagar tus impuestos, puedes darte por bien..., fastidiado. Aquí viven bien, cada vez mejor, los vagos y maleantes, los chorizos, los delincuentes y los terroristas. Si eres honrado, si llevas una vida ordenada, si no robas, si convives pacíficamente con los demás, preocúpate y mucho, porque irán a por ti. Alégrate, en cambio, porque te premiarán con generosidad si eres un parásito acostumbrado a que te den de comer, si has descubierto que puedes disfrutar de todos los servicios públicos sin dar nada a cambio, o si, simplemente, eres un golfo o un sinvergüenza. Les aseguro, y sobre todo se lo aseguro a nuestros oyentes más jóvenes, España hace 40 años no era así. Me dirán que hay otras cosas también. Las libertades, claro. Y los derechos. La posibilidad de votar cada cuatro años. De publicar lo que uno quiera, bueno, casi lo que uno quiera. De ser del partido que a uno le guste, aunque algunos partidos patriotas no puedan concurrir a las elecciones. Pero la impresión que uno tiene es que, globalmente, como sociedad, como nación, como país, hemos ido perdiendo fuerza. Hemos olvidado nuestras heroicas virtudes del pasado para ser un pueblo ramplón, cómodo y apátrida del que salen continuamente políticos adornados por idénticas características. Lo llevamos viendo cuarenta años.