¿Pueden algunos acabar asaltando el cielo?
Francisco Torres García.- A estas alturas de la semana abundan ya los análisis de los resultados electorales del pasado domingo. Quedan los mensajes elaborados por los equipos de publicidad de cada partido amplificados por su red de tertulianos. Ya sabemos que el PP anda empeñado en demostrar que aquí no ha pasado nada, que casi han ganado las elecciones -somos el partido más votado, afirman- y que, como ha dicho Mariano, solo han tenido algunas dificultades; que el PSOE anda también proclamándose casi vencedor como el armazón del cambio que se anuncia... Todo ello no es suficiente para disfrazar la realidad: que el gran vencedor en una partida que no se cerrará hasta las próximas generales ha sido PODEMOS. Mucho más que Ciudadanos.
PODEMOS es un partido o movimiento en construcción aupado sobre una base social que ha ido conformándose en la dos últimas décadas, con la suficiente inteligencia para manejar la ambigüedad en las definiciones políticas para poder convertirse en lo suficientemente transversal como para asaltar el cielo. Ciudadanos es un partido de aluvión, aupado sobre la coyuntura, con un discurso dirigido a una franja concreta del electorado, con un techo electoral bastante definido y dependiente de cómo gestionen el tesoro con el que se ha encontrado y con un posible crecimiento exponencial si acaban absorbiendo los restos de UPyD, pero está muy lejos, salvo quizás en Cataluña, de ser la alternativa al PP.
Si las elecciones del domingo han resquebrajado el bipartidismo queda por saber si las próximas generales lo derrumbarán. Lo que sociológicamente ponen de manifiesto los resultados es que hoy por hoy la mayoría de los españoles, electoralmente hablando, se sitúan en el centro-izquierda aunque eso no signifique que sean realmente de izquierdas. Este y no otro es el gran fracaso de la derecha pepera, el fracaso desde que Franco les legara una mayoría sociológica de centro derecha que derrumbaron con los gobiernos de UCD y no han sabido ni reconstruir ni mantener. Queda por saber si las próximas elecciones de noviembre confirmarán, como estimo que sucederá, esta realidad.
Digamos que todos los ejercicios de estrategia, de colocar peones, de intentar tener bastones o anular bastones, realizados desde el poder o desde las venganzas mediáticas han fracasado y han acabado costando al PP algún sillón que ahora les permitiría respirar (no ha salido muy bien la promoción a VOX de algunos estrategas para canalizar un cierto descontento y reducir las posibilidades de Cs de tal modo que la injusta ley electoral hiciera el resto). Y aún andan algunos soñando con la implosión del PP cual si fuera una UCD-bis ignorando que el partido que representa a la derecha española es una gigantesca máquina electoral que va a seguir ahí aunque ya no sea capaz de alcanzar mayorías absolutas, pero tampoco las va a conseguir el PSOE.
A nivel municipal y autonómico el bipartidismo está en la UCI. Con los resultados en la mano ya pueden ir despidiéndose los que soñaban con las trampas legales para mantenerse en el poder con reformas electorales para consolidar el bipartidismo, que algunos tontos compraban como sinónimo de regeneración. Es más, es posible que tengan que hacer reformas hacia la proporcionalidad sin correcciones, sin circunscripciones para que solo puedan salir electos los representantes del PP o del PSOE, que variarían notablemente el panorama político.
Desde la noche electoral, presos de la idea de que solo se puede gobernar con mayorías absolutas o coaliciones, andan no pocos españoles haciendo cuentas de quién va a gobernar en su Ayuntamiento o Autonomía mirando de reojo a lo que lleva aconteciendo desde las elecciones en Andalucía. antes era sencillo porque IU casi siempre ha sido un fiel lacayo del PSOE ahora, con unas elecciones a tres meses vista, todo se complica porque PODEMOS y Cs han puesto precios muy altos y si no son engullidos por el oro del sistema impedirán que continúe el modelo del despilfarro, el enriquecimiento y el clientelismo que han generado el ambiente de corrupción en el que muchos han vivido mirando mayoritariamente para otro lado,
Ahora bien, los posibles pactos de postelectorales pueden transformarse en el típico abrazo del oso, como desearían PP y PSOE, porque cuando un partido, PODEMOS y Ciudadanos, se presenta con un lenguaje distinto a la división de derechas e izquierdas o se postula como el cruzado contra la casta difícilmente puede acabar formando coalición con los que critica. Sin embargo, al mismo tiempo, los partidos emergentes temen que los votantes que les han dado su papeleta pensando que eran de izquierdas o contrarios a la izquierda les retiren esa confianza si permiten un gobierno del color contrario. Las urnas han colocado a Cs y a PODEMOS en una difícil situación. Quizás Pablo Iglesias haya encontrado la solución con su apuesta salomónica: permitir la llegada de la izquierda pero no entrar en esos gobiernos, eso sí siempre que acepten algunas bases estrella de su programa; Cs está intentando algo similar pero ya ha rebajado sus exigencias. No lo dicen, pero ambos confían en que, llegado el caso, si en alguna Autonomía hubiera que convocar nuevas elecciones saldrían beneficiados. Así pues el PP ha quedado rehén de Cs y Cs del PP. Y Albert Rivera se juega mucho más que Pablo Iglesias en este interesante tablero de ajedrez a cuatro bandas.
Más valiera que el PP comenzará a trabajar con una realidad política distinta. No creo que lo que está sucediendo sea un simple sarampión -pudiera serlo si Cs y PODEMOS gestionaran muy mal sus resultados y expectativas-. PP y PSOE van a tener que acostumbrarse a jugar con un margen de apoyo electoral del 25% al 35%, quedando siempre lejos de las mayorías absolutas. Y eso siempre que se mantengan los niveles de abstención, porque en realidad en estas elecciones el PP, siendo el partido más votado, solo ha sido apoyado por el 16% del cuerpo electoral. La gran bolsa que es la abstención puede resultar imprevisible en noviembre. Tan imprevisible que algunos podrían acabar asaltando el cielo mientras que otros sólo tienen como argumento el miedo. Argumento que a muchos podría acabar importándoles un pimiento porque no están conformes ni con la realidad en que viven ni con el futuro que se les anuncia.