ANTONIO
José Vicente Rioseco. Antonio es un hombre orgulloso. Tiene el orgullo del que sabe que nada le puede superar por mucho que haga. Por cientos o miles que aparezcan nadie es superior a él. Sean hombres sabios, o fuertes, o famosos, o ricos, o geniales, nadie le supera. Ni los premios nobeles son más que él, ni el balón de oro del futbol mundial, ni la más bella mujer ganadora del último concurso de miss universo, o la estrella de Hollywood ganadora del óscar a la mejor actriz se le puede comparar.
Nadie es superior a Antonio porque Antonio tiene dos mil años. Si es verdad que somos lo que creemos que somos; y es verdad también que somos lo que nuestra memoria nos dice, si eso es verdad, y lo es, Antonio ya era un triunfador hace XX siglos.
Porque Antonio es romano. Desde sus sandalias de soldado caminante del Imperio, a los pelos largos de hombre seguro de sí mismo que no necesita ni toques ni tintes, Antonio se siente romano.
Es verdad que él dice que es ciudadano del mundo, pero de ese mundo cuyo centro fue y es Roma. Si un turista alemán cruza “sin respecto” (sic) por los terrenos de la colina Palatina, por los que no está permitido pasar, él le llama, mejor, le grita “bárbaro”. Si alguien se atreve a comparar el coliseo con algún estadio de futbol actual, hace un gesto de desprecio y ni se digna contestarlo.
Como buen romano, critica a los suyos y al gobierno: Se enfada y mucho porque la policía romana utiliza como coche oficial, coches franceses: “cuando ellos hacen los mejores coches del mundo”. Son sus palabras.
Pero Antonio, por lo que tiene dos mil años, es porque dentro de él, en su espíritu, ya vivía cuando Cesar conquisto las Galias, cuando las fronteras del Imperio llegaban a la Mesopotamia, al Rhin, a lo que hoy es Escocia y en todo el norte de África se hablaba el latín. Participó de los triunfos de los ejércitos romanos, recorriendo en sus artesanas sandalias de cueros, miles de kilómetros de lo que llegó a ser el más grande imperio conocido por el hombre.
Fue él y los suyos los que hicieron las vías que unían los más lejanos lugares del Imperio con Roma. El y los suyos hicieron circos, anfiteatros, acueductos, leyes, un gran idioma, y hasta edificios con altura de cinco pisos en los que se podría comprar desde joyas echas con oro traído de Galicia, hasta perfumes que poseían los secretos de Oriente. Aquella ciudad en la que Antonio nació, era millonaria en habitantes en tiempo de los emperadores, y apenas tenía cincuenta mil habitantes cuando Lutero la visito a principios del siglo XVI. La oscura Edad media, lo fue sobre todo para Roma.
Pero Antonio dice que solo fue un sueño de mil años, porque enseguida aparecieron aquellos hombres del cuattrochento y del cinquecento, y llevaron a Roma a lo más alto del universo cultural. Muchos de ellos ni siquiera eran nacidos en Roma, como Miguel Ángel, como Rafael, pero allí desarrollaban su arte y su gloria.
El recuerdo del Imperio volvió a inundar Roma, y a la sombra del nuevo emperador, el Papa, se crea el Vaticano, la Piedad, los techos de la capilla Sixtina y Roma que nunca había muerto renació para seguir eterna.
Todo eso lo ha vivido Antonio. Conoce la historia de Roma, desde esa deliciosa mentira de Rómulo y Remo amamantados por una loba hasta los últimos chismes sobre algún diputado; y por supuesto la última alineación de su club de futbol del alma “La Roma”, pasando por los crímenes de aquella familia de valencianos que desde el trono de Pedro tanto influyo en la política de Europa, allá por el 1.500.
Allí asesinaron a Julio Cesar, más allá Cicerón defendía a los romanos más ricos, con el verbo más brillante. Por esta puerta entraban los generales victoriosos con los reyezuelos vencidos y encadenados, y algo más lejos, en el Tíber, apareció el cadáver de uno de los hijos de Alejandro VI asesinado, quien sabe por quién.
De todo esto te puede hablar Antonio. Porque Antonio conoce la historia de Roma, de Italia, de su patria. Y porque la conoce la ha vivido, y por eso Antonio tiene dos mil años. ¿Cuántos españoles conocen la historia de España? Me refiero a conocerla de la forma en que Antonio conoce la historia de Roma. ¿Qué españoles están orgullosos de su historia, como lo está Antonio de la suya, de la de su pueblo?
En nuestras escuelas, no es que ya no se estudie la historia de España, es que se estudia algo tan extraño que me resisto a llamarla historia. Algo que lo único que consigue es desinformar al estudiante, cuando no engañarle conscientemente.
Es verdad que durante la dictadura de Franco, la historia que se estudiaba estaba orientada a un fin político; pero entre líneas podíamos llegar a un conocimiento relativamente completo de la historia. En la actualidad, en unas regiones más que en otras, el conocimiento de la historia es casi nulo, y la mayor parte de las veces, deformado.
Uno de los más grandes españoles de todos los tiempos, Santiago Ramón y Cajal decía que la educación era la mayor fuente de riqueza de los pueblos. Sin olvidar a Don Santiago, envidiamos al orgulloso Antonio, el que dice que en Roma, siempre hubo, al menos, un Julio y un Antonio.