Antonio Millán Puelles, el amor a la Hispanidad y el Bien Común
Javier Paredes. El protagonista del día es el filósofo Antonio Millán Puelles que, el 11 de febrero de 1921, nacía en el pueblo gaditano de Alcalá de los Gazules y falleció en Madrid el 22 de marzo de 2005.
Se orientó hacia la filosofía porque un día se encontró con un libro de Husserl en una librería de Cádiz, mientras comenzaba los estudios de medicina. Fue discípulo de Manuel García Morente y de L. E. Palacios, dos conversos cruciales en las letras españolas de la posguerra. Enseguida ganó cátedra de Instituto (cuando los Institutos eran algo serio) y, al poco, de Universidad. Y ahí acaba lo central de sus avatares profesionales, salvo que tuvo ocasión durante su vida de tratar a los grandes intelectuales españoles de su tiempo y que produjo una obra filosófica de primera importancia. Naturalmente, el pensamiento dominante hoy, progresista o conservador, procura no leerla, amparado siempre en la leyenda del «páramo intelectual» o de la no reconocida propia incapacidad.
Lo primero de la biografía de Millán-Puelles es, sin duda, su sentido religioso. Hombre de intensa piedad, mezclaba el constante rezo de «salves» con la lectura de Aristóteles, Santo Tomás, Kant, Schopenhauer o Sartre. Una cabeza que no se emborrachó de éxito y de autosatisfacción, sino siempre rotundamente cristiana, rendidamente cristiana. Que realizó así, en concreto y de veras, la síntesis viva, existencial de la fe con la razón, en generosa entrega a la Iglesia. Mientras que dijérase de nuestros días que quien se las da de filósofo procura disimular su cristianismo, y quien es cristiano se dedica a la pastoral y a la innovación antes de tomarse en serio su filosofía.
Un filósofo original, seguramente uno de los pocos modelos sólidos que cabe encontrar en el siglo XX de arraigo en la tradición del pensamiento y de originalidad y progreso verdaderos.
También desarrolló cierta actividad política, siendo miembro del Consejo Privado de D. Juan de Borbón y profesor particular del Príncipe D. Juan Carlos. Amigo de muchos políticos de variado signo, se mantuvo dentro de un amor recio a las fuentes de la Hispanidad, para la que deseaba el éxito y el progreso de una sociedad armónica, organizada en paz y gobernada hacia el Bien Común.
Si la humanidad no se extravía del todo, días vendrán en que de todos los rincones llegará el homenaje que merece esta figura señera de nuestro pensamiento español contemporáneo.