EL DISCURSO DEL ADVERSARIO
MANUEL PARRA CELAYA Al adversario, por definición, hay que vencerlo. Cualquier duda o vacilación al respecto es presagio de una derrota propia, ocasionada por falta de convicción en la propia causa. Así, el espectacular crecimiento del separatismo en Cataluña en las últimas décadas se debe, no solo a las estudiadas y aplicadas estrategias, sino a la debilidad del Estado español que debía hacerle frente; y esto, como todo el mundo sabe, puede aplicarse sin distinción a los sucesivos gobiernos de izquierda y de derecha. Nuestra conclusión es que este Estado, fuer de proclamarse liberal, no cree ni en sí mismo.
Quedamos en que la primera instancia es vencer; el aserto aconseja, además, convencer. Sin embargo, esto no es posible cuando ese adversario está fanatizado al extremo, pues ha hecho de su radical nacionalismo una suerte de religión, cuyos dogmas no pueden ser debatidos y deben aceptarse sin más, ya que forman parte del credo indiscutible, por muy irracional que nos pueda parecer a quienes no comulgamos con su fe.
Por muchas y excelentes razones que ofrezcamos, el adversario nacionalista no será en absoluto dúctil para admitirlas: la deconstrucción de la historia real y su sustitución por el mito impide hablar del pasado; la mística del presente obceca la evidencia, y la utopía del futuro de esa tierra prometida cierra las puertas a las previsiones de la lógica. Así, ya hemos visto que su invitación al diálogo cuenta siempre con una premisa inalterable: es diálogo para pactar la separación.
¿Cuestión de soberbia? ¿Contumacia en el error? No: sencillamente estar en la convicción de que se posee la verdad, que está por encima de cualquier debate racional, verdad asimilada a su dios-nación, frente al cual no valen argumentos; es así y punto. Haría falta un estudio serio acerca de cómo ha podido influir la procedencia clerical de sus prohombres en esta perspectiva, del mismo modo que se ha analizado cómo influyó el mesianismo hebraico de sus orígenes en las previsiones de Karl Marx.
¿Qué hacer, pues, si es imposible convencer con la inteligencia? Lo necesario es sobrepasar por elevación el discurso del adversario. Las aportaciones dialécticas que se le puedan formular sobre historia, economía, legalidad y marcos de referencia deben estar presididos por un discurso propio y alternativo, en el que la propuesta exceda en mucho al ámbito de lo sentimental.
No es positivo enfrentar nuestros sentimientos a los suyos, a su nacionalismo otro de mayor envergadura, porque -como quedó escrito- el que sea más cercano al terruño propio será más intenso y atraerá mucho más; es inútil glosar el verdor de otros céspedes o la limpieza de otros arroyos frente a la emotividad que puedan despertar la tierra que te vio nacer y la pureza de sus aguas. No es factible oponer un discurso centrípeto, sin más, a sus tesis centrífugas.
Del adversario nacionalista habrá que asumir aquellos aspectos sentimentales que no se opongan a los criterios de unidad y proyección universal de la patria común, que es España; hay que evitar que la derrota se una a un estado de rencor o que en la supuesta y necesaria victoria se agravie cualquier fondo de emotividad. Lo dijo claramente un catalán español e hispánico, Eugenio d´Ors: Ni secar fuentes ni dejarse arrastrar por los torrentes.
Hay que sobrepasar el discurso humillado y victimista del nacionalismo en Cataluña, y en cualquier otro lugar en que se presente, proponiendo la integración del terruño, como realidad histórica y funcional, en una atrayente y más amplia realidad histórica y funcional llamada España, y esta, a su vez, en otro más amplia y subyugante que se tiene que llamar Europa.
Pero las palabras no bastarán, harán falta hechos que demuestren que el Estado español es capaz de llevar a cabo una doble empresa: de cara al interior, una profunda y completa tarea de regeneración social, económica, política y ciudadana, que garantice presupuestos de justicia, de libertad, de autoridad, de progreso y de respeto a la herencia tradicional; de cara al exterior, un firme compromiso de trascender a Europa, a América y al mundo conocido con una impronta española, un sentido total de la vida y de la historia, como aportación original y decisiva en la convivencia entre naciones.
¿Puede el actual Estado proponer al adversario interior de los nacionalismos (y a los adversarios exteriores existentes) estos alcances? Creemos que, de proseguir con su trayectoria, la iniciada en la llamada transición, escasamente. Debe creer en sí mismo para transformarse, y, de esta forma, conseguir la modificación completa del discurso con que debe oponerse a todos sus adversarios.