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Diario YA


 

Barcelona convertida en la casa de Tócame Roque de la política

El separatismo crea el caos institucional en Cataluña

Miguel Massanet Bosch A medida que se va acercando la fecha fatídica del anunciado referéndum catalán por el “derecho a decidir”, anunciada para el mes de septiembre de este año, van surgiendo como hongos la serie de inconvenientes que, una actitud semejante, comportan. Los que se metieron de “hoz y coz” en la desafortunada aventura de intentar forzar la ruptura de Cataluña con el resto de España, sin tomarse la precaución de averiguar cuáles eran las posibilidades de tener éxito en tan peregrina empresa, ni medir las consecuencias jurídicas que iban a tener para quienes la promocionaran, ni los perjuicios que, una operación de tal magnitud y con tantas posibilidades de fracasar, iban a tener para la ciudadanía catalana; teniendo en cuenta el hecho de que, más de la mitad de los residentes en esta comunidad, no están por la labor de dejar de ser españoles e, incluso entre los que desearían una Cataluña independiente, hay una parte importante que aceptarían gustosos que el problema se solucionase con más autogobierno, sin que se llegara al extremo de una separación drástica de España.

Hoy en el periódico del grupo Godó, La Vanguardia, una de las puntas de lanza del intento de darle impulso a las ambiciones de CDC ( de la que depende económica y de cuyas subvenciones millonarias debe el haber superado periodos de problemática económica), aparte de los artículos cargados de fanatismo catalanista de la ínclita señora Rahola, y de las invectivas y críticas constantes contra el señor Trump, que parece que fuera uno de nuestros dirigentes si es que tenemos que tomar en cuenta la inquina, el fanatismo, la meticulosidad con la que intentan atacarle, hasta en los más mínimos detalles que, en cualquier otra persona, no merecerían la más mínima atención; hemos encontrado un artículos firmado por Alejandro Blanco Faraudo que, si no fuera porque ya conocemos el percal de estos independentistas, cegados a la realidad, obtusos en sus ideas y carentes de otra perspectiva que no sea la que les proporciona su cerrazón a cualquier argumento, explicación o consideración que no coincida con su mentalidad de “austracista” de pura raza; seguramente los trataríamos de despendolados. Este señor pretende establecer un paralelismo entre el cruce del Rubicón por Julio César, gobernador de la Galia, a su regreso a Roma con su ejército, violando la prohibición de que, un general, cruzara las fronteras de su provincia con su ejército; comparándolo con la situación de los adalides del independentismo que siguen empeñados, en su desafío a España, en cruzar su particular “Rubicón”, en esta ocasión desobedeciendo la prohibición del propio TC de llevar adelante un referéndum, a todas luces anticonstitucional.

Ya es tener una imaginación muy desarrollada el establecer cualquier tipo de intento de equiparar al señor Puigdemont o al señor Mas o, incluso, al señor Homs, con aquel victorioso general romano que tantas victorias había conseguido para su pueblo y que no pretendía, en ningún caso, como lo hacen ellos, independizar su provincia de la Galia Cisalpina del resto de las que formaban el extenso imperio romano.

Él quería gobernar toda Italia. Julio César lo que deseaba era evitar que Pompeyo le arrebatase el poder y el mantener su influencia sobre Italia. El asignarle el papel de Pompeyo al gobierno español y más concretamente al señor Rajoy, como se desprende del artículo mencionado, es conocer poco a Rajoy porque, si Pompeyo pecó de poco avisado y de no calcular los riesgos de que César se atreviera a cruzar el Rubicón; el señor Rajoy, por el contrario, es una persona extraordinariamente reflexiva, piensa cada uno de sus pasos y actúa con suma cautela, como lo está demostrando en esta ocasión ( muchos, precisamente, le criticamos esta aparente abulia que ha permitido que el problema catalán haya adquirido sus actuales dimensiones), en la que mide con precisión matemática cada paso que está dando respecto a los separatistas, valorando al milímetro cada reacción del gobierno ante los burdos intentos de violar la legalidad de los líderes independentistas, desesperados al ver que van directos al abismo y ya no tienen posibilidad alguna de volverse atrás, debido a que los ciudadanos, que arrastran tras de sí, no se lo iban a permitir.

Sólo aquellos que están desesperados pueden abrigar la menor esperanza de que, un intento revolucionario en Cataluña, puede tener el menor éxito y más, si todas las aspiraciones de mejoras económicas que pudieran albergar los catalanes, resulta que se les están poniendo en bandeja por el propio Ejecutivo que, hoy mismo, por medio del mismo Presidente del gobierno, en una reunión con la flor y nata de los empresarios catalanes, les va a dar cuenta de todas las obras e infraestructuras que, el Gobierno, tiene previstas para poner en marcha en los próximos meses. No piense el señor Blanco que muchos votantes del PP estamos de acuerdo con esta forma de actuar del señor Rajoy pero, sin duda, es por razones opuestas a las esgrimidas por el autor del artículo de La Vanguardia; muchos, al contrario, pensamos que se van con demasiadas vaselinas, con demasiadas ofertas y con demasiado dinero para una autonomía que, lo único que ha hecho, ha sido despilfarrar los millones recibidos de la financiación y del FLA al invertirlos en las infraestructuras paralelas a las del Estado para cuando se decidan a declarar su independencia. No creemos que, para frenar el problema catalán, el resto de provincias españolas tuvieran que verse perjudicadas en sus legítimos derechos de mejorar sus carreteras o sus ferrocarriles, para que toda la financiación del Estado se vaya hacia Cataluña.

Yo pienso que, a diferencia de Pompeyo que pecó de confiado y, por añadidura, no disponía de las legiones suficientes para enfrentarse a César; en el caso que nos ocupa, los que no disponen de las legiones, de los medios, de la potencia económica, del apoyo de todos los ciudadanos, del soporte de los empresarios y, mucho menos, del de las multinacionales, que están ojo avizor ( las que todavía no se han ubicado en otras provincias españolas) pendientes del más mínimo signo de que la anunciada separación de España tuviera algún pequeño viso de que se hiciera realidad, para marcharse inmediatamente de Cataluña; porque son conscientes que, si en estos momento es esta autonomía la que más carga fiscal hace soportar a los ciudadanos, en el caso de que tuvieran que depender de ellos mismos, fuera de Europa, pagando tasas por las importaciones y sin el aval de su deuda pública que ahora tienen del Estado español, los impuestos se dispararían y los productos que fabrican en esta región iban a sufrir un incremento de costes que no podrían seguir manteniendo.

A mí no me preocupan todos estos que siguen en la inopia o que se creen, a pies juntillas, lo que les dicen estos cuatro bocazas nacionalistas que, todavía, siguen engañando al pueblo, diciéndoles que fuera de España se iba a vivir mejor, que Europa nos acogería con los brazos abiertos y que, en este nuevo país, todo iba a ser Jauja. Sí me preocupan los que siguen siendo españoles, los que están soportando la presión de los que no soportan que, en territorio catalán, queden personas que quieran hablar en castellano, que sus hijos puedan estudiar en el idioma patrio y que no tengan que esconder su españolidad para no ser objeto de exclusión social. Es indecente que veas, por todas partes, las “esteladas” independentistas y que, por otra parte, en la mayoría de ciudades catalanas, la bandera española brilla por su ausencia en los edificios públicos cuando está ordenado que estén junto al resto de banderas.

O así es como, señores, cuando en periódicos que en otros tiempos gozaron de un cierto prestigio, tenemos el convencimiento de que están desarrollando un tipo de propaganda solapada, encubierta y, por supuesto, engañosa y tendenciosa,66 que no parece tener otra finalidad que la de animar a formar parte de este independentismo radical que, desde hace unos años, viene progresando de una manera continuada aunque, todo hay que decirlo, no estamos convencidos de que últimamente no se empiece a producir un movimiento de retroceso ante la inminencia de lo que pueda llegar a ocurrir en Cataluña, si los dirigentes catalanes no cesan en su intento de jugárselo todo a una sola tirada. Lo que puede ocurrir si se deciden a ello es lo que seguramente pensaría Julio César aquel día en que dio orden a sus legiones que vadeasen aquel pequeño río italiano, conocido como el Rubicone. Su frase, en aquella ocasión, fue ilustrativa: alea jacta est. César tenía la fuerza, tenía la inteligencia y amaba a Roma. Los separatistas catalanes nada más tienen fanatismo, palabrería y desesperación. No son bastantes arreos para enganchar el carromato del éxito.

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