Hipocresía
Manuel Parra Celaya. Ha bastado que Albert Rivera opinara en voz alta que legalizar la prostitución evitaría la proliferación de mafias dedicadas al tráfico y a la explotación de mujeres abocadas a ello para que le llovieran los aspavientos y críticas de quienes le tienen ganas, a diestra y siniestra (aunque algunos le tienen más ganas que otros); parece como si el líder de Ciudadanos fuera la encarnación de la rijosidad y la lujuria o si hubiera ofrecido un panegírico del llamado oficio más viejo del mundo.
Pero no se trata aquí y ahora de entrar en polémica sobre la legalización, tolerancia o tapadillo de la prostitución, sino de sacar a colación una figura que recorre las filas, escasamente prietas pero abundantes de codazos, de los partidos políticos y que, sin paliativos, recibe el nombre de hipocresía, que queda definida por la RAE como “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”.
Hipocresía es, por ejemplo, la actitud de escándalo que se suscita en un partido ante los indicios de corrupción o mangoneo en el rival, y que no se corresponde en absoluto cuando los indicios –o las evidencias- apuntan hacia la propia formación.
Hipocresía, en términos más generales, es la formulación de grandes promesas e época electoral cuyo cumplimiento se sabe de antemano que no va a tener lugar.
Hipocresía es, descendiendo a lo concreto, la celosa mirada inquisitorial feminista sobre cualquier expresión o gesto sospechosos de machismo en el mundo occidental y el habitual silencio sobre la situación de la mujer en los países de rigurosa legislación islamista.
Hipocresía, ya en el ámbito de lo español, es el maniqueísmo de la falaz memoria histórica sobre las actuaciones, lejanas en el tiempo, de unos y otros, con la exaltación propagandística de los desafueros de unos y la ocultación sistemática de los cometidos por los otros; un caso señero podría ser la instrumentalización política del crimen de Federico García Lorca y el empeño en que se desconozca el de José Mª Hinojosa y su familia.
Siguiendo con el tema histórico, hipocresía es la burda manipulación de hechos y personajes aun más lejanos en el tiempo, clasificados en un Valle de Josafat ideológico, por capricho, ignorancia o sectarismo.
Hipocresía es la mojigatería laicista ante cualquier delito, falta o error cometidos por sacerdotes católicos, que no suele corresponderse cuando igual delito, falta o error es cometido por miembros de otros colectivos, especialmente si se trata de rostros populares en los programas-basura y similares.
Hipocresía es el delicado juego de esgrima con florete embolado, con saludos rituales incluidos, con quienes conspiran a diario contra la integridad de España, y con quienes luego se tiende a pactar –también de tapadillo, como en el caso de la prostitución- por aquello de los apoyos parlamentarios.
Hipocresía es resaltar los brillantes resultados de las entidades financieras como muestra de la salida de la crisis y seguir lamentándose de los números del paro o de la penuria económica de muchas familias españolas.
Hipocresía es el rancio pacifismo y la inquina hacia cualquier presencia de uniformes de nuestros Ejércitos, escudriñados con lupa en todas sus expresiones públicas y privadas, y que no tiene parangón con ninguna nación de nuestro entorno europeo.
Hipocresía es considerar como derecho de la mujer el asesinato del nasciturus o hacer mangas y capirotes de las ingenuas expectativas de intervenir en la legislación escudándose en criterios de oportunidad política, consensos y cosas así.
Por todo ello, no tomo en serio la gazmoñería y los dengues ante las opiniones del señor Rivera, del mismo modo que no lo hago en los casos de hipocresía expuestos, y en los muchos que se les pueden ocurrir sin mucho esfuerzo a los lectores, todos ellos propios del infumable mundillo de la política nacional