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Diario YA


 

Resumámoslo en que se robó un beso, pero la acusación formal es de “agresión sexual”

LA ESPAÑOLA CUANDO BESA…

Manuel Parra Celaya.
    Algunos lectores se sorprendieron -agradablemente- por la referencia a la mente privilegiada de Julián Marías en mi anterior artículo; como no deseo fatigarlos, acudo al popular una de cal y otra de arena y hoy me paso a una faceta que podríamos llamar más frívola; por ello, me propongo escribir sobre el beso y su carácter supuestamente punible, según recoge la coercitiva legislación española en este momento.
    Me ha sugerido esta idea la noticia, del tipo de las que pasan desapercibidas por la mayoría, sobre la condena a un policía por besar a una detenida; no se aclara si el beso fue forzado o aceptado con resignación, aunque me inclino por lo primero; dejémoslo en que fue un beso ineludible, en todo caso, inapropiado para la situación, que habría merecido una fuerte amonestación de los superiores del agente y las disculpas del atrevido a la apresada. Resumámoslo en que se robó un beso, pero la acusación formal es de “agresión sexual”, más o menos como aquel que, en un momento de entusiasmo, estampó el Sr. Rubiales en los labios, no menos entusiasmados, de Jenni Hermoso. No he podido menos que evocar aquella simpática canción de Manolo Escobar, “Por un beso que le di en el Puerto…”
    Al parecer, ahora está terminantemente prohibido robar un beso, es decir, sorprender a una moza en cuestión, al modo de escena de película, en la que la situación se resolvía de dos posibles maneras: o con un sonoro bofetón al osado o respondiendo con creces a la caricia amorosa, aunque lo más corriente -en el mundo del cine, insisto- era un rechazo inicial seguido del apasionamiento casi voraz de la sorprendida.
    En todo caso, el cine es el cine, y la realidad social es otra cosa; con todo, se me hace muy cuesta arriba imaginarme a John Wayne, a Charlton Heston o al eterno galán Gary Grant recibiendo un notificación judicial por agresión sexual. Por otra parte, me alegro mucho de que mi edad y condición de fiel esposo, padre y abuelo, me evite el peligro de ir besando jovencitas de buen ver cuando la circunstancia parezca propicia…
    El tema, sin embargo, va mucho más allá: en mi modesta opinión, se trata de una intromisión de la política en el ámbito social, y, lo que es peor, en la intimidad y el trato de las personas, concretamente entre un hombre y una mujer que puedan sentir una natural atracción; matizo: no he leído ninguna noticia, arresto o condena en el caso de que el beso, aun no consentido,  se hubiera producido entre una pareja que no fuera heterosexual.
    El fondo del asunto no es otro que la vigilancia y el control absolutos que procuran imponer las leyes diseñadas por nuestros políticos. Se añade a esta realidad la creación artificiosa de problemas para entontecer más al personal, amén de la incesante política del miedo (catastrofismo por el calentamiento global, nuevas y curiosas epidemias…) y el inigualable arte de la mentira, entre otras cosas. El españolito desconoce si una determinada conducta en su esfera rigurosamente personal se recoge como delito en alguno de los innumerables Decretos Leyes que van surgiendo como las setas en otoño, a pesar de que esa figura legislativa quedaba reservada, según la Constitución aún vigente, como casos “extraordinarios y de urgente necesidad”.
    Ya son muchas las voces que sostienen que hemos perdido la condición de ciudadanos para ser sustituida por la de vasallos, quizás con la diferencia de que, en la historia, a estos les quedaba el recurso de la rebeldía o la apelación a la figura real como árbitro en los litigios.
    Además, fijémonos en que el resorte que manipulan sin piedad los políticos suele centrarse en el ámbito de lo emocional y escasamente en el de lo racional; el ejemplo más claro puede ser la inclusión de la figura del “odio” como agravante en el delito, cuando este odio, al ser un sentimiento, no es punible jurídicamente; dan fe de esta maniobra las innumerables fobias que se convierten en acusaciones, aunque de momento ni la claustrofobia ni la agorafobia, por ejemplo, entran en lo jurídico.
    ¡Pobres adolescentes más o menos hormonados! ¡Pobres parejas este verano, que tras el idilio vacacional de turno, experimenten un desamor provocado por infaustos celucos! Es posible que los juzgados -ya suficientemente saturados por el incremento de la verdadera delincuencia o por la corrupción política- no den abasto para dictaminar sentencias sobre besos robados, calificados de agresión sexual, y de su gravedad según el momento y las circunstancias; me estoy imaginando los interrogatorios de las partes (con perdón) sobre la intensidad y profundidad de esta posible agresión.
    Volviendo al tono serio del asunto, me pregunto cuánto van a soportar los vasallos (antes, ciudadanos) este cúmulo de despropósitos que los políticos dejan caer en el mundo togado, además, siempre bajo sospecha; de momento, se vive con una triste resignación, pero puede llegar un momento en que se imponga el sentido común o la cólera del español cabreado, que sustituya a la mansedumbre de depositar un voto en la urna.
    Me he ido por la tangente, y lo lamento, Dejo la pluma y el ordenador para canturrear aquello de “la española cuando besa es que besa de verdad..”, y, para no discriminar, lo amplío a ambos sexos y a todas las veleidades de género que se les ocurran, con permiso de la legislación vigente.
 

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