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Diario YA


 

UNA ASIGNATURA PENDIENTE…Y NO PROBABLE

Lo cierto es que suenan por doquier tambores de guerra -eufemismo de cañonazos, misiles y drones mortíferos-

Manuel Parra Celaya. Oí decir el otro día el exministro Moratinos que “estaba extremadamente preocupado porque estamos al borde de una guerra mundial”. Quisiéramos la inmensa mayoría no compartir este pesimismo, pero lo cierto es que las constantes informaciones sobre la situación internacional nos inquietan mucho más que los reiterados avisos de alarma sobre el presunto cambio climático o esa proliferación de nuevos virus, advertencias que parecen diseñadas para mantener amedrentadas a las poblaciones y tenerlas en estado perpetuo de sumisión.
    Lo cierto es que suenan por doquier tambores de guerra -eufemismo de cañonazos, misiles y drones mortíferos-, pero ¿en qué momento de la historia ha dejado de escucharse? Desde que el hombre existe, siempre ha habido guerras de más o menos extensión y alcance, como si la narración bíblica de Caín y Abel constituyera un estigma para la raza humana. Pero no entremos en divagaciones cuasi teológicas, en planteamientos conspiracionistas o en profetismos agoreros; lo lógico y lo racional es mantenerse atento a un mundo que cambia día a día, sea por la tecnología o por la violencia, y sopesar las informaciones que nos llegan, para no confundir noticia con propaganda bélica y tejemanejes políticos o económicos con las cornetas del séptimo de Michigan. Es decir, sin alarmismos, pero con realismo.
    Viene todo esto a cuento si fijamos en concreto nuestra vista en España, que cuenta -no lo olvidemos-, no solo con esos peligros externos, de los que no se escapa ningún país, con otros, acaso más acuciantes, de carácter interno. No obstante, levantando un poco la vista de corrupciones y corruptelas, de malos gobiernos, de ineficaces oposiciones y de las vesanias disgregadoras de los nacionalismos, lo cierto es que estamos integrados en un mundo real y más amplio que tiene abiertos varios frentes bélicos.
    Nuestros acuerdos internacionales, más que salvaguardarnos, nos pueden situar en cualquier momento en el ojo del huracán, tal como se encuentran, por cierto, nuestros soldaditos en misión de paz de la O.N.U. en el conflicto de Oriente Próximo.
    Y ahora puede venir la pregunta del millón: ¿cuántos ciudadanos son conscientes de la presencia de la sufrida Brigada Aragón en el Líbano, que será relevada dentro de un mes y poco por la Brigada Guzmán el Bueno? ¿Cuántos escolares han sido informados en sus aulas de las tareas, sea de esa ineficaz Organización Internacional para la paz o de la O.T.A.N, en territorios ya en conflicto o cercanos a las guerras que se están librando en este momento?
    Ya he escrito en varias ocasiones sobre el triste divorcio existente entre nuestras Fuerzas Armadas y la sociedad civil, y no exagero con la palabra divorcio; sí que es cierto que hay muchísimos españoles que han acudido en Madrid a aplaudir en el reciente desfile del 12 de octubre, pero, lamentablemente, acaso haya muchos más que ven con indiferencia o con palurdo pasotismo a sus compatriotas uniformados; y no digamos en los territorios donde la sola presencia militar se ve con hostilidad y algunos políticos pugnan por su alejamiento.
    Se echa en falta la existencia de una sólida cultura de defensa en la sociedad española; esta cultura debe comenzar en las aulas y mantenerse para todas las edades, situaciones y circunstancias; no basta con que periódicamente se abran los establecimientos  militares en jornadas de puertas abiertas o se invite -selectivamente- a actos castrenses, casi siempre en recintos cerrados; suele ocurrir que, en esas ocasiones, el público ya está probado, ganado de antemano más que suficiente, pero el resto de la sociedad, no educada en esta cultura, permanece al margen.
    Falta, por ejemplo, que, en los colegios e institutos, se enseñe, con rigor científico y patriotismo, la historia real de España, y no se hurten a los estudiantes los referentes militares y los valores que encarnan.
    Falta, por ejemplo, que esos valores de la Milicia (servicio, compañerismo, abnegación, disciplina, lealtad…) informen toda la vida española en su dimensión civil.
    Falta, por ejemplo, una promoción de asociaciones cívico-militares, de veteranos de distintos cuerpos y unidades, cuya actual existencia es contemplada, incluso, con recelo en muchos estamentos.
    Falta, para seguir con los ejemplos, que la presencia de un uniforme miliar en nuestras calles y plazas, tal como se ve en la mayoría de naciones de nuestro entorno, no sea vista como una “provocación”, no sea objeto de prohibición y se considere como algo tan natural como cuando vemos a un deportista con su chándal, a un oficinista con sus papeles bajo el brazo,  a un sacerdote con su clériman (¡ay!) o a un campesino con sus aperos de labranza.
    No, no tenemos en ningún sentido esa cultura de defensa, por no hablar de la necesidad de instruir a la población en general para su ocasional comportamiento en el caso de que las alarmistas palabras del Sr. Moratinos se hicieran tristemente realidad, que Dios no lo quiera.
    Algunas encuestas que se han realizado entre los jóvenes sobre quiénes estarían dispuestos a defender a España en caso de conflicto ofrecen datos muy pesimistas; un servidor, en su época docente (hace ya algunos años) hizo un amago de ello en su aula y no tengo más remedio que decir que se me cayeron los palos del sombrajo, expresión que no serán capaces de entender muchos, precisamente por la inexistencia de esa cultura en nuestra sociedad actual.
 

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