MAYORÍAS ABRUMADORAS: cara a la galería, el 94% de los socialistas dicen estar de acuerdo
Manuel Parra Celaya.
Las bases han hablado; bueno, una parte de las bases, porque, en lo que respecta al PSOE al pedir opinión a sus militantes sobre el acuerdo con Podemos, participó un 70 % de los llamados a consulta; y, en la consulta de ERC a sus afiliados, fue solo un 63 % el que se dignó a responder. Una buena pregunta sería cómo debe entenderse el silencio de esos 30 y 37 %, respectivamente: ¿desacuerdo completo con el planteamiento?, ¿desinterés por lo preguntado?, ¿desconfianza en los constructores del relato?
En todo caso, en ambos casos y de cara a la galería, el asentimiento es abrumador: el 94% de los socialistas dicen estar de acuerdo con ese gobierno progresista, mixtura de socialismo y de populismo de extrema izquierda; el 92% de los llamados republicanos catalanes asume la visión estratégica de si partido.
En este último caso, es curioso el retorcimiento de la pregunta sometida a parecer de los fieles: ¿Estás de acuerdo con rechazar la investidura de Sánchez si previamente no hay un acuerdo para abordar el conflicto político con el Estado a través de una mesa de negociación? Uno se pregunta si, antes de opinar, los militantes de ERC habrán terminado de leer el texto que se les presenta; también, de un modo personal me ha sido inevitable evocar aquellas interminables asambleas universitarias en el postfranquismo y en la transición cuando se nos inquiría a los asistentes -que iban disminuyendo progresivamente- que levantaran la mano los que no estuvieran de acuerdo con la propuesta, trampa falaz donde las haya, o cuando se rizaba el rizo y se proponía vamos a votar si hay que votar, con lo que todos terminaban sin saber a qué daban su aprobación y muchos nos desplazábamos al bar de la Facultad para quitarnos las penas.
Dejando a un lado los recuerdos y lo alambicado de la pregunta de Esquerra, lo cierto es que esas mayorías abrumadoras, cercanas a las unanimidades, siempre me han parecido , por lo menos, dignas de sospecha. No, no pensemos solo en el pucherazo en el recuento de votos, sino en la misteriosa interacción que se produce entre representantes y representados; estos saben de antemano -sabemos, en todos los casos- que aquellos van a actuar en sus respectivos cargos según decidan las cabezas rectoras en función de los intereses de partido en cada momento, coincidan o no con las bases que los han elegido. Se trata de un compromiso tácito de hipocresía y de un secreto a voces, pero todos fingen creer en la mentira, porque, como dice el profesor y ensayista inglés David Runcinan, la propia democracia no es otra cosa que una ficción útil, aseveración aplicable a todos los casos, máxime si hablamos de democracia interna de las formaciones políticas.
En el caso de la política nacional, la ficción consentida y asumida ya ha marcado el futuro, que, salvo sorpresas de última hora, viene marcada, por una parte, por la colaboración, más o menos entusiasta, de los separatismos del PNV y de ERC -con menoscabo de los antiguos convergentes y de su jefe en su Waterloo- en aprobar con su abstención a Sánchez y a Iglesias; por otra, en que en España se instaure un semeje de Frente Popular.
Este irá tendiendo, más o menos abruptamente, hacia lo que llaman la segunda transición, esto es, en la construcción de un Estado Confederal (plurinacional, en expresión entusiasta de Iceta y, cómo no, del editorial de La Vanguardia), en el que -de momento- la Corona representará un a modo de simbolismo de un pacto medievalizante entre republiquitas soberanas y díscolas constantemente.
Otra pregunta que se me ocurre a tenor de estas previsiones: ¿también el conjunto del pueblo español soberano respondería con una mayoría abrumadora a las inevitables consultas que se le formulen para modificar de plano la actual Constitución en la línea indicada?
A uno no le extrañaría en absoluto; la capacidad de aletargamiento y de embrutecimiento nacional -de convencimiento, para los más ilusos, que ha demostrado el Sistema es impresionante, hasta el puno de conseguir desespañolizar a amplios sectores de ciudadanos, en territorios basatunizados al extremo o sembrar la duda en otros donde era impensable hasta hace pocos años que se suscitara la menor objeción a la condición española.
Otra cosa muy distinta e si los que han escapado -hemos, porque me incluyo humildemente- a esta impresionante labor de zapa dirigida desde centros de poder nacionales o internacionales, van a tolerar el desafuero.
Es ocioso e inútil predecir respuestas institucionales o ciudadanas; en todo caso, estas últimas dependerán del grado de fortaleza o de tibieza de las primeras.