Rearfimación de una acrtualidad
Manuel Parra Celaya. Mis erráticas preferencias como lector de prensa me llevan bastantes domingos a las páginas de ABC; la causa no hay que buscarla ciertamente en mis tendencias dinásticas ni en propensión alguna a lo conservador por sistema, sino en la búsqueda de plumas de rigor intelectual, sean coincidentes o no con mis opiniones.
Del pasado domingo, 29 de marzo, entresaco dos encuentros dotados de ese rigor: la tercera de su director, Bieto Rubido (“La baja autoestima de España”) y la entrega de “Domingos en historia: en busca de una idea de España”, de Fernando García de Cortázar, titulada “José Antonio: el fervoroso afán de España”.
Sobre el primer texto –cuyo contenido suscribo en un alto porcentaje- diré que, junto a su acierto en la denuncia, ya puesta en verso por el poeta Bartrina hace casi dos siglos (Oyendo hablar a un hombre fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba a Inglaterra, será inglés; si os habla mal de Prusia es un francés, / y si habla mal de España, es español), presenta, a mi juicio dos carencias: la explicitación de la actitud vergonzante de la derecha española ante el patriotismo y la ausencia de una censura de los defectos de la España física de hoy en día, toda vez que entiendo que un verdadero patriotismo debe llegar por el amargo camino de la crítica y no por el de la autocomplacencia. Esta crítica positiva no se opone a la autoestima, sino que es parte importante de ella.
Se ama –cuando el amor es profundo y sincero, y no mero fogonazo romántico- con voluntad de perfección, en la confianza en que el objeto amado se eleve sobre sí mismo, como dice nuestro Pedro Salinas al referirse al amor entre hombre y mujer. Con el amor a la patria común ocurre otro tanto; grandes amadores de España fueron Francisco de Quevedo, Mariano José de Larra, Miguel de Unamuno (“Me duele España”) y José Antonio Primo de Rivera, del que intenté hace pocos días dar razones de su actualidad.
Y a este último dedica su página cultural García de Cortázar y, sorprendentemente, también dedicaba La Vanguardia de Barcelona su “contra” el día anterior (sábado, 28). Lástima que el gran historiador se quede en esta ocasión con las palabras del discurso del teatro de la Comedia de 29 de octubre de 1933 y, a renglón seguido, con las de su testamento en Alicante en noviembre de 1936, con omisión de los textos entre ambos años; porque en ellos se nos puede ofrecer una clase de un brillante proceso de afirmación de lo esencial, revisión de lo accidental y agregación de ideas –según el también historiador Francisco Torres-, que componen un lúcido esquema, acaso inacabado, de su idea y afán por España.
Para un servidor, la vinculación entre ambos artículos del rotativo madrileño es más que evidente: ese patriotismo crítico, apasionado y, a la vez, sustentado en lo intelectual y lo racional, es el que podría haber garantizado que, como dice Bieto Rubido, “las jóvenes generaciones vieran a su país con ojos más limpios que los de sus abuelos”.
A modo de coda, me llega por Internet un artículo de ese maestro de periodistas que es don Enrique de Aguinaga; se titula José Antonio, superviviente, y es un brillante ejercicio de memoria y de profecía histórica partiendo de su primer escrito sobre el tema, ¡en 1944!, hasta llegar a esa actualidad a la que me refiero; cita don Enrique unas palabras propias, escritas en plena transición, que pertenecen al ámbito de las constantes o eones, que diría el otro maestro, mi paisano Eugenio d´Ors: “Ya es tiempo de liberar a José Antonio de su secuestro. Ya es hora de transferirlo a todos los españoles como patrimonio general, sin manipulaciones, sin ataduras históricas, para una nueva confrontación en libertad, que nos pueda dar el valor actual de su pensamiento, la dimensión de su persona. Esta no es una idea repentina, una ocurrencia conmemorativa, sino la aspiración de veteranos campamentos y arduas travesías”.
El patriotismo, así, tampoco debe ser patrimonio particular de derechas o de izquierdas o de centros. Como en todas las naciones más agudas y civilizadas, debe convertirse en reconocimiento de un pasado común, sin exclusiones ni exclusivismos, motor de presente y acicate para el futuro. Un buen mensaje para esos ojos más limpios de las nuevas generaciones.