¿Tuvo legitimidad de origen el franquismo?
Pio Moa. La intención básica de la Ley de Memoria Histórica consiste en la deslegitimación del franquismo, en torno a la cual se ha forjado un extraño consenso. Extraño por su amplitud, ya que incluso gran parte de la derecha considera ilegítimo a aquel régimen. Y más extraño aún por su falta de fundamento, una vez examinada la historia
Suele hablarse de legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. Atendiendo al origen, solo podría ilegitimarse al franquismo si se hubiera alzado contra un gobierno legal y de convivencia en libertad. Pero el Frente Popular fue lo opuesto, y las pretensiones en contra chocan con los hechos, la lógica y el sentido común. Franco no luchó contra una democracia, sino contra un violento y tiránico proceso revolucionario que había devastado la legalidad republicana. Ello no tiene vuelta de hoja a tenor de los datos conocidos, por mucho que diversos ideólogos insistan con terquedad asombrosa en lo contrario. Rebelarse contra una amenaza radical como la que entonces pendía sobre la sociedad española, estaba justificado, como tantas rebeliones semejantes ocurridas en muchos países, y que a menudo son la base misma de su existencia.
Así pues, Franco no derrotó a un régimen de convivencia en libertad, sino a una revolución en marcha. Algo que ninguna fuerza de carácter liberal o demócrata estaba en condiciones de hacer. En esta difícil hazaña radica, precisamente la legitimidad de origen del franquismo. Recordemos las palabras del socialista Besteiro y del liberal Marañón justificando a los nacionales por haber salvado al país de un inmenso peligro.
Aducen muchos en contra que los nacionales recibieron apoyo de Mussolini y, sobre todo, de Hitler, un dictador totalitario; y sobre esa realidad han pretendido identificar a Franco con ellos. Claro que el Frente Popular gozó del respaldo de Stalin, y este doble hecho ya indica hasta qué punto estaba fuera de cuestión la democracia en aquella pugna. Ahora bien, hay diferencias fundamentales entre la acción soviética y la de los países fascistas en España. Así, Mussolini había sido muy poco sanguinario y Hitler no había cometido aún los crímenes de la Guerra Mundial, mientras que Stalin acumulaba ya una verdadera montaña de cadáveres. Esta es una diferencia moral decisiva.
Además, ni Hitler ni Mussolini redujeron la independencia política de Franco, que no vaciló en anunciar, en 1938, su decisión de permanecer neutral en caso de guerra entre los países fascistas y las democracias. El poder de Stalin sobre el Frente Popular fue incomparablemente superior, decisivo, por tres vías esenciales: las reservas financieras enviadas (fraudulentamente) a Moscú y que este pasó a controlar; el PCE, agente declarado (y orgulloso de serlo) de la Unión Soviética, que se convirtió en el partido más fuerte del Frente Popular, sobre todo en el ejército y la policía; y los asesores políticos y militares, cuya influencia superó de modo incomparable a la ejercida por alemanes e italianos en el bando nacional. Diferencia política indiscutiblemente crucial.
La diferencia resalta nuevamente en el empecinamiento del Frente Popular por alargar una guerra que tenía perdida desde octubre de 1937, con la esperanza de enlazarla con la guerra europea en ciernes. Como es sabido, Franco frustró este plan de sus adversarios, venciéndolos cinco meses antes del comienzo de la contienda en Europa. Y luego, si fuera cierta la identificación entre Franco y Hitler, el primero habría entrado sin duda en la guerra mundial al lado de Alemania e Italia. Pero no lo hizo. Por el contrario, mantuvo un equilibrio sumamente difícil entre ellas y los Aliados anglosajones. Ese equilibrio produjo inmensos beneficios para España, al librarla de una catástrofe mucho mayor que la guerra civil recién superada, y también proporcionó ventajas estratégicas de primer orden para los Aliados, cuya posición durante varios años habría estado muy comprometida si España se hubiera sumado a Alemania.
Dado el inmenso valor de la neutralidad española, muchos comentaristas han negado el mérito de ella a Franco, hasta atribuírselo ¡al propio Hitler! Pero las cartas cruzadas entre ambos en 1941, que he reproducido en Años de hierro, demuestran una vez más y de modo concluyente, que fue Franco quien evitó a su país unos sacrificios arrasadores. Sobre esto no puede caber hoy la menor duda.
Tenemos, por tanto, tres evidencias en el origen del franquismo: venció un proceso revolucionario de orientación totalitaria; logró terminar la lucha antes de la II Guerra Mundial; y libró a España de esta, la más sangrienta de la historia. Esta triple hazaña proporciona al franquismo una evidentísima legitimidad de origen, quizá la mayor de cualquier régimen español en los últimos dos siglos