¿Y ahora se escandalizan?
Manuel Parra Celaya. “…Caló el chapeo, requirió la espada/ miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Sin duda pueden aplicarse estos endecasílabos cervantinos a quienes fingen escándalo por la pitada al Himno Nacional y al Rey –en calidad de actual Jefe del Estado- en la final del otro día.
La Fiscalía del estado y el Comité Anti-violencia habrán creado a estas alturas alguna comisión –de esas que, según Napoleón, servían para que nada se resolviera- para tratar el tema de las posibles sanciones y presuntos culpables; entretanto, las declaraciones de escándalo y de indignación (comedida, eso sí) se unen a los dengues, melindres y remilgos legales; a uno solo le parece sincero, qué les voy a decir, el Ministro del Interior, aunque, en cuanto a efectividad, esos son otros garcías…
A estas alturas, todos sabemos que los nacionalismos separatistas tienen patente de corso en España; o, si se quiere, Bula, a juzgar por los abundantes apoyos y colaboración de hábitos religiosos que los jalean y acompañan en su implacable hoja de ruta antiespañola. La marea secesionista hubiera sido imposible sin la colaboración interesada, en unos casos por omisión o dejación de funciones, en otros por acción cómplice, de sucesivos gobiernos españoles del actual Régimen, que han logrado que el Estado español, sus instituciones y su poder coercitivo en todo caso ni esté ni se les espere. Leyes y sentencias judiciales han sido desobedecidas, si se prefiere, han sido transitadas por el arco de triunfo de los separatistas, y perdonen ustedes la manera de señalar.
¿A qué ahora ese alboroto por el grave incidente del Nou Camp? No ha sido la primera vez ni será la última; para más inri, era sobradamente conocida la intención, sabidos los promotores e inductores, localizados los medios incluso materiales. ¿No existe ninguna figura jurídica que se refiera a la prevención de un delito? Claro que todavía falta por dilucidar, con visos de eternidad, si se trata de tal delito o de un simple ejercicio de la libertad de expresión, como afirmó la futura alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Cierto personajillo nacionalista –cuyo nombre siento no recordar- se permitía preguntar, impertinente él, si estábamos realmente en una democracia o habíamos regresado a los tiempos de la Inquisición.
Oiga, pues sí, estamos en plena era inquisitorial, pero ese nuevo Santo Oficio está presidido por la “estelada”: el que niega derechos lingüísticos elementales y ha sido hasta denunciado por la ONU, el que ha convertido en papel mojado una Constitución de todos los españoles, el que elabora listas de desafectos a la causa en pueblos y localidades, el que coloca capirotes y sambenitos a los políticos contrarios al separatismo, el que prima la inmigración islamista sobre la hispana, por aquello de lograr aliados útiles, el que simula fusilamientos a ediles con pólvora negra de trabucaires (y eso de momento), el que hace autos de fe con banderas españoles y fotos del rey, el que controla la lengua del patio de los escolares, el que supervisa que los libros de textos se ajusten a la ortodoxia, el que subvenciona largamente, con dineros públicos, a las asociaciones afines y cierra la bolsa para las contrarias, el que silencia o justifica los latrocinios de sus mentores…
Entretanto, al entreguismo del Estado ha seguido la impotencia y la presunta indignación; ese Estado que mira de soslayo, requiere la espada de la ley, se da media vuelta y, efectivamente, no hay nada de nada.
He empezado con un los versos de un soneto clásico; para la conclusión, permítanme que haga memoria de una coplilla popular: “Yo sé de un pueblo que no hay justicia, que no hay alcalde, que no hay razón…” Excúsenme el final, porque en él va incluida la palabra mierda, y esto puede ser muy fuerte para los más delicados.
MANUEL PARRA CELAYA