El cancer separatista
María Landaluce. Para el ojo del observador, el paso del tiempo ofrece ciertos paralelismos entre las figuras de los grandes hombres y la de los grandes imperios. En ambos casos partiendo casi de la nada y sin que se sepa muy bien por qué, comienza en un lugar determinado un progreso excepcional, de una persona o de una nación, que les lleva a destacar sobre lo que tiene alrededor, en uno o varios factores como el de las artes, las letras, el militar, las ciencias, etc. A posteriori, antes o después, llega la decadencia o la muerte. Como los casos son muchos y conocidos a lo largo de la Historia, sobran los ejemplos.
Aquí en España tenemos otro caso, trágico esta vez, de paralelismo, que se da entre el nacionalismo separatista y el cáncer. Ambos desgraciadamente de moda. En el caso del nacionalismo surge no se sabe muy bien todavía como; el nacionalismo vasco, de la prolífica mente de Arana, pero de forma espontánea. El nacionalismo se alimenta del mismo organismo/estado al que está fagocitando; necesita de sus instituciones, de sus presupuestos y subvenciones, como de la sangre, las proteínas y los aminoácidos indispensables para su desarrollo. El nacionalismo no tiene inteligencia ni visión de futuro, no pueden tenerla, es incapaz de percibir que su propio desarrollo implica su destrucción. No perciben que su
crecimiento, a corto o largo plazo implica la muerte del órgano o del organismo entero, y por consecuencia, la suya propia. Mucho más en un mundo tan globalizado como el que disfrutamos o padecemos hoy en día.
Tampoco tiene el menor escrúpulo en pegarse a cualquier órgano o sistema, para poder desarrollarse con comodidad para después, en el momento que exige su nivel de evolución o desarrollo, acabar con aquello que le ha dado cobijo. Durante el periodo de la 2ª República el nacionalismo no tuvo inconveniente ninguno, más bien al contrario, de aliarse con el Frente Popular, para luego apuñalar por la espalda a sus aliados. El muy conservador y fervorosamente religioso PNV de los años 30, no tuvo el menor cargo de conciencia a la hora de alinearse y combatir codo con codo, con fuerzas anarquistas y revolucionario-marxistas, que en esencia le repugnaban, pero que mientras le sirvieron para defender Euskadi, es decir Vizcaya, puesto que desde el principio de la guerra civil no les quedó otra cosa, les vinieron muy bien; para traicionarles después al negarse a combatir fuera del País Vasco. Además de engrosar con batallones enteros las fuerzas franquistas, casi sin solución de continuidad.
Con la Iglesia el nacionalismo siguió su inexorable camino. Mientras era un pilar importante en el devoto nacionalismo vasco, que llegó a emplear sacerdotes en misiones políticas de importancia fundamental, su hermano el nacionalismo catalán se dedicó con fanático fervor anticlerical a quemar conventos e iglesias y a asesinar a cuantas monjas, sacerdotes y obispos que cayeron en sus manos, saqueando sus posesiones y profanando con saña cuanto pudieron. El objetivo de ambos, sin embargo era el mismo, corromper desde dentro al Estado para lograr la independencia.
Esta situación no podía extrañar a nadie puesto que había antecedentes. En tiempo de la 1ª República el nacionalismo, esta vez no solo el vasco y el catalán, se había extendido por todo el territorio nacional, amenazándolo seriamente con la desintegración. Se multiplicaron las proclamas de independencia cantonalista y regionalista. El más conocido popularmente es el del Cantón Independiente de Cartagena, que llegó a tener ejército y flota propios, pero no fue el único ni mucho menos. Dándose en tristísimo caso de declararse la guerra entre algunas de estas vecinas aspirantes a nación, por motivos que inevitablemente recuerdan a pueblerinos conflictos, por un surco del arado tirado un poco más a derecha o izquierda del mojón indicador.
Tampoco hace falta remontarse mucho en la historia de España para observar clases maestras de política o de traición política, según se mire, por parte del nacionalismo, como a finales de los años 70 en plena etapa de lo que se ha dado en llamar la “Transición”. El nacionalismo se pegó al órgano de la Constitución y del nuevo Estado, apuntándose a instituciones y presupuestos que parecían ilimitados, participando en Ayuntamientos, Diputaciones y Cámaras nacionales, que necesitaron para subsistir e ir creciendo en su malévola y destructiva misión.
Hoy el tratamiento contra esta enfermedad existe. Es duro y el organismo se suele resentir; el cirujano y/o el equipo médico necesitan un pulso firme, pero el mal se puede eliminar en muchos casos. En otros no. Es esencial una férrea decisión para extirpar el mal. Aquí no sirven los paños calientes y que el tiempo pase, eso solo alimenta a la bestia.