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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Hispanos y no latinos

HISPANOS

Manuel Parra Celaya. Hispanos y no latinos. Cada vez que escucho el uso espurio de este vocablo, incluso en bocas o plumas autorizadas o por sus mismos protagonistas para autoidentificarse, evoco aquel rosa rosae o el qui quae quod de mis primeros años de Bachillerato, primero sentido como suplicio infantil y luego percibido y asimilado con gusto, como fuente de cultura, de conocimiento y de motor de estructuración lógica de mi mente.

¿Fueron las legiones de César a colonizar América? ¿Hablan latín sus habitantes? Hablemos, pues, con propiedad: hispanos. Me refiero a esos hispanos vecinos de los bancos en las iglesias, jóvenes o familias enteras; a esos hispanos que ocupan en los Seminarios los vacíos de vocaciones de españoles; a esas hispanas de los Monasterios, que han elegido la vida religiosa y cantan y oran como los propios ángeles; a esos hispanos sacerdotes que llenan sus homilías de dulces acentos de sus lejanas tierras de origen.

A esos hispanos que, a veces, ejercen los oficios más humildes, que muchos autóctonos desprecian; que me atienden en el taller de automóviles con sus manos llenas de grasa o que me sirven el café en el bar de la esquina; o a aquel hispano maravilloso, amable y educado que me presentó una buena pizza en un restaurante de Roma –la casa madre- y casi se emocionó al hablar conmigo en español. A esos hispanos cuyo léxico es mucho más preciso, culto y extenso que el de nuestros universitarios; y que emplean términos que nos hacen evocar a nuestros clásicos y que nosotros hemos olvidado llevados por las prisas del frenesí tecnológico, o esas otras palabras, de derivación propia en sus áreas lingüísticas y que enriquecen nuestro común patrimonio idiomático.

A esos hispanos que, en nuestro despoblado Ejército, han cubierto los huecos producidos por el pacifismo tontorrón, la propaganda antimilitarista y la escasa vocación de esfuerzo y servicio de algunos jóvenes españoles, y que se juegan el tipo en misiones internacionales con la bandera roja y gualda en el brazo. Ya sé que hay de todo, como en botica. Y que se dan casos de quienes prefieren sentirse yanquis de segunda categoría –en palabras del genial Alfredo Amestoy- y que imponen a sus hijos nombres anglosajones de actores de moda, pero irremediablemente seguidos, para su escarnio, de inequívocos apellidos godos como Rodríguez, Pérez, Fernández o García.

Y que los hay que se avergüenzan de su origen mestizo y se han hecho eco de la demagogia antiespañola en sus aulas, o en las nuestras, y rechazan el concepto de Hispanidad en consecuencia; y dicen cosas como aquella que me espetó un alumno de la ESO, sediciente y fervoroso converso al nacionalismo catalán: Los españoles solo vinieron a mi tierra a violar indias y a robar oro; a lo cual me vi obligado a responder: Serían tus antepasados, porque los míos se quedaron en la Península.

Y también sé que hay jóvenes hispanos que componen bandas y pandillas al estilo de West Side Story, pero más a lo bestia; y pienso que la culpa es nuestra, porque me remonto entonces a los Campamentos de mi juventud y a la formación que recibíamos en ellos muchos jóvenes de entonces que ahora peinamos canas, y lamento que no se les ofrezca hoy algo similar. Y soy consciente de que hay otros que, imitando a los autóctonos peninsulares, no quieren dar palo al agua, confiando en que se les mantenga a pan y cuchillo al integrarse en la confusa marea de los ni-ni.

A pesar de estas excepciones, confío en un segundo mestizaje; en el de ellos sobre nosotros, los españolitos del siglo XXI, a los que la democracia nos ha llegado al bajovientre, como dijo Rafael García Serrano. Confío en este segundo y recíproco mestizaje que nos devolverá el regusto por la común historia patria, el valor de un destino común de los pueblos hispánicos, la variedad y riqueza de un idioma y las ganas de rezar ante Dios.

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