La Cataluña normal
Manuel Parra Celaya. Temo que hoy voy a defraudar a los lectores habituales de mis líneas semanales, porque no trataré en ellas del fraude tributario de Jordi Pujol, y ello por dos motivos: el primero es que nunca me ha gustado hozar en la porquería; el segundo, porque estoy seguro de que la noticia no va a servir para convencer a ningún forofo del “derecho a decidir” y cosas así; ya tienen preparada, de antemano, como si fuera un amuleto, la respuesta: “Por lo menos son ladrones de aquí…”, recurso ya empleado abundantemente en los últimos tiempos, antes casos como el del “tres por ciento” (aquel que destapó un lenguaraz Pasqual Maragall en un momento de acaloro parlamentario), el “Pallerols” (que pasó sin gloria ni pena, y nunca mejor dicho) o el más reciente de las ITV.
Prefiero en esta ocasión escribir sobre la “Cataluña normal”, esa que no sale en los periódicos ni en la tele, que es, gracias a Dios, mayoritaria, y que es la que deben conocer el resto de españoles cuando se animen a darse un garbeo por mi tierra. Están ustedes, pues, ante un relato más costumbrista que político, si bien no puedo omitir una coda lamentable al final.
Verán, acabo de regresar de un fin de semana en un pueblo del Pirineo leridano, como es normal, de lengua catalana predominante y donde, por cierto, se ven escasas “esteladas” en los balcones y en las farolas; y aclaro esto último: los Ayuntamientos nacionalistas están prescindiendo de los mástiles donde colocar la enseña separatista, para evitar que unos grupos (que la Delegada del Gobierno español llamó “incívicos”) los serraran con nocturnidad, afición y una radial, seguramente; ahora encargan a los bomberos locales –pagados con fondos públicos- que las anuden en las farolas de alumbrado público.
Volviendo al hilo de mi relato costumbrista de fin de semana, la Eucaristía a la que asistí en la parroquia de la localidad estaba presidida, por ausencia del titular, por dos sacerdotes hispanoamericanos, quienes, lógicamente, seguían el ritual de la Misa en español; también en español fue la homilía; las lecturas, a cargo de los fieles, fueron en ese bonito catalán occidental que tanto desconcierta a los barceloneses, y los cánticos se entonaron en ambos idiomas. Todo con normalidad, con esa naturalidad de esa Cataluña que, por lo menos desde el siglo XVI, tiene la suerte de poseer dos idiomas, sin excluir ni al uno ni al otro. No hay ni que decir que ninguno de los asistentes se sintió molesto por el bilingüismo, atentos al profundo sentido religioso.
De regreso al hostal, durante la cena, fui oyente involuntario de una conversación entre la patrona –que nos sirvió una excelente “escudella”, por cierto- y otros clientes que le habían dado las gracias por el servicio; transcribo del catalán original: “Es que nosotros, los españoles, no tenemos esa buena costumbre que tienen algunos franceses de decir ´mercí´ a los camareros”; recalco: “Nosotros, los españoles…”. Me imagino que en el comedor no estaba presente ningún “comisario político”, porque nadie hizo aspaviento alguno.
Ahora viene la de arena, que no puede faltar en el agitado mundo que nos rodea; a fin de cuentas, no todos somos iguales, gracias a Dios: en un pueblo cercano, unos “Minyons Escoltes” acampados robaron, por la noche, la bandera española de un vecino campamento de afiliados de la Organización Juvenil Española de Cataluña y Baleares; evidentemente, no se trataba de una chiquillada ni de una broma, porque, ante el correspondiente aviso a la Policía Autonómica, la bandera fue rápidamente reintegrada a sus dueños, sin una palabra de disculpa, todo hay que decirlo… Como se ha dicho, no todos somos iguales, y de todo hay en la viña del Señor.