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Diario YA


 

la gallera

La educación es tarea del Estado

José J. Escandell. Hace unos años escuché a un conocido socialista decir que el Estado en España debe asumir el protagonismo de la educación porque la familia ha hecho dejación de su tarea y está en crisis. En aquel momento yo entendí aquella afirmación como expresión de un mero hecho. En realidad contenía también una afirmación de principio.
El hecho chocante e innegable es que, en nuestra desarrollada sociedad occidental, la familia está en crisis. Tanto, que escasea y tiende a la desaparición. El virus que la destruye se llama divorcio, junto al cual han venido a continuación una amplia ristra de infecciones, como la ideología de género, y en especial el aborto provocado.
Casi desaparecida la familia, he aquí que muchos occidentales han perdido el punto de referencia respecto de su origen. Uno nace aún de una mujer, pero luego esa mujer desaparece, o forma familia con personas ajenas a uno, de modo que puede el hijo encontrarse en muchos hogares sucesivos que van siendo sustituidos unos por otros; o se queda como en suspenso, en el aire, sin saber a qué hogar acogerse, porque está sin hogar alguno.
Cuentan que, con la ola de calor de hace algunos veranos, hubo en Francia miles (¡miles!) de fallecidos, sobre todo ancianos. Vivían solos y murieron deshidratados. Van hoy muchos a sus casas y se encuentran allí con la nueva pareja de su padre o de su madre, con hijos de aquella mujer, o de aquel hombre (a los cuales nada le une), con los nuevos hijos de la nueva pareja y, quizás, con hijos de alguno de sus hermanos solteros, etc. O se topa con la pareja de su hermanastro y se encapricha con la hija de ella, o con la de su madre, etc. Había un chiste que circulaba hace años, que consistía en la carta de despedida de un suicida. Lo que el pobre hombre explicaba al juez es que, dados los emparejamientos de sus padres, ya no sabía si lo eran, si eran sólo primos, tíos, abuelos…
Claro que la familia está en crisis, aun siendo verdad que muchos hogares, centrados en la fe cristiana, mantienen vivos los restos del naufragio de nuestra civilización.
Es verdad que el Estado tiene que suplir. Es en realidad lo único estable y fijo que nos queda. Quizás mañana no reconozcas a la mujer que duerme junto a tu padre; pero siempre tendrás a Hacienda reclamando, cada año, todos los años, una parte de tu sueldo. Puede ser que en una semana tu casa ya no sea tu casa, porque tu pareja ha buscado nueva compañía, pero siempre permanecerán inexorables jueces, ambulatorios y concejalías.
Lo malo de la situación es que el Estado va asumiendo con gusto el papel de padre y de madre, de hogar y familia. Ese «paternalismo» tiene una acusada manifestación en la idea del «Estado del Bienestar». No es sólo que el Estado se preocupe por nuestro bienestar (cosa que le es obligatoria y va de suyo), sino que se introduce entre los resortes de nuestras vidas y de nuestros corazones para ofrecernos un remedo de aquella tranquilidad y aquella seguridad que nos daban los brazos de nuestras madres.
Curiosamente, el Estado benefactor que suple a la familia, lo hace con gusto. Prueba de ello es que, no sólo no frena la crisis de la familia, sino que la fomenta. Ante las ruinas de la familia, adopta pose de «liberal» y fomenta su desaparición. Porque cuanto menos familia, más poder político y más control despótico.
Por eso mismo, no es malo que el Estado eduque. Es su obligación. Lo malo es que el Estado, como los pinos, no deja crecer nada a su alrededor.

 

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