Los talibanes del género
Manuel Parra Celaya. Recuerdo, algo nebulosamente, que, allá por el inicio de los años 70 del pasado siglo, una revista de pediatría dedicada a los padres publicó una portada con una fotografía de un niño y una niña desnudos; el contenido -serio y riguroso- del artículo interior versaba sobre la educación sexual en el seno de la familia. También recuerdo que ello provocó algunas voces airadas de protesta, a pesar de que los textos eran impecables desde los puntos de vista psicológico y pedagógico, y, por supuesto, alejados de cualquier precocidad o mal gusto y no propicios a interpretaciones sesgadas.
A quellas protestas -manifestadas en cartas al director- acaso eran debidas a la persistencia de cierta mentalidad arcaica, de un puritanismo rancio por más señas, que veía motivo de escándalo donde no lo había en absoluto; francamente, a mí y a mis compañeros generacionales nos parecieron francamente ridículas. Por supuesto, la sangre no llegó al río y ni siquiera hubo amagos de perseguir con sanciones o con multas ni a la revista ni a los psicólogos y pediatras que suscribían los artículos; creo que estaba vigente, a la sazón, la llamada ley Fraga, que venía a otorgar una especie de autocensura a las publicaciones.
Posiblemente, los nietos de aquellos puritanos de antaño, celosos de una ortodoxia que nadie discutía y rayana en el absurdo, son quienes, hoy en día, insultan, denuncian y sancionan al autobús de Hazte Oír y a todos los que se limitan a defender una antropología natural, de inequívoca base científica, frente al Pensamiento Único representado por la Ideología de Género. Y, a diferencia de sus abuelos, lo hacen al método talibán, sin resquicio alguno a la libertad de expresión, al respeto a las personas ni a esa cualidad tan aireada y tan poco practicada de la tolerancia.
Esa diferencia significativa entre los usos de abuelos carcas y nietos progres puede detectarse en el empleo de medios coercitivos, esos que la señora Hilaria Clinton exigía a los gobiernos del mundo para meter en cintura a las religiones que se oponían al aborto. Así como las autoridades entonces ni se dignaron entrar en la polémica, las actuales parecen estar conchabadas, de hoz y de coz, con esa ideología única oficial, que invade por decreto las aulas y amenaza con hacer lo propio en el seno de las familias.
Poderes municipales, autonómicos, nacionales e internacionales, al servicio del Sistema y de su Pensamiento mueven fiscales y policías; la Ideología de Género cuenta además con el favor de los poderosos altavoces de las cadenas de televisión habituales, de emisoras de radio y de la prensa afín; los tertulianos unidireccionales pretenden conformar, día a día y noche tras noche, una supuesta opinión pública, convertida en claque de la tendencia ideológica en el candelero; quienes defienden posturas contrarias, son reos de herejía y, en el caso de los promotores del autobús de Hazte Oír, relapsos dignos de la hoguera.
Además, como en otros procesos inquisitoriales o en las imágenes propagandísticas de los talibanes o del EI, estos culpables deben ser objeto de escarnio de la plebe, representada aquí por esas voces callejeras o mediáticas que insultan soezmente y con total impunidad, anhelantes de asistir a los autos de fe.
España se ha convertido en laboratorio de pruebas y punta de lanza de la Ideología de Género, sin oposición de partido alguno; según parece, los índices económicos y los cálculos electoralistas centran toda su atención y se han desatendido de esa impresionante ofensiva en el terreno de lo cultural y de lo antropológico; ya no se sabe si atribuirlo al conformismo, a la cobardía o a la complicidad. He contemplado imágenes de una gigantesca manifestación en contra de esta Ideología que se quiere imponer a la sociedad… en Perú; el lema era algo así como No se metan con nuestros hijos. Por mi parte, salvados mis hijos, por la campana de la edad y por la educación recibida en el seno de la familia, me uno al grito de alarma de los amigos peruanos para que dejen en paz a mis futuros nietos.