Orgullo Nacional Versus Nacionalismos
Manuel Parra Celaya. Vaya por delante una afirmación rotunda: toda especulación estadística sobre intenciones de voto y tantos por ciento de catalanes favorables o no favorables a la separación es viciosa de origen. Como también lo es, sin duda, cualquier especulación del mismo tenor sobre las posibles apetencias del conjunto del pueblo español, acogiéndose al lugar común legal de la soberanía nacional.
La razón de esa rotundidad con la que me expreso no es otra que el de mi identificación orteguiana con el concepto de dogma nacional para definir el proyecto de España; o, dicho de otra manera, con mi firme creencia en su irrevocabilidad, ya que, como he dicho en otras ocasiones, la nación no puede estar al albur de los caprichos de la actual generación, mera usufructuaria, que no propietaria en exclusiva, de una tarea colectiva, siempre inacabada y, por definición, suprageneracional.
Toda forma de nacionalismo –catalán, español- choca frontalmente con la idea expresada, ya que esa tarea colectiva y secular se justifica, precisamente, en tres presupuestos: el primero, su capacidad de integrar en ella elementos heterogéneos –lenguas, tradiciones, usos, costumbres, incluso orígenes étnicos-; el segundo, por tener lugar en un marco de universalidad, de apertura al conjunto de otros pueblos y otras naciones, y, el tercero, por el cumplimiento de una tarea histórica colectiva.
Derivada de estos aspectos, añadiré su potencialidad de integración en colectividades y patrias más amplias, léanse, en nuestro caso, los proyectos hispánicos y europeos. Todo lo anterior me sirve para reafirmar cada día un legítimo orgullo de ser español (y, por ende, de ser catalán, europeo e hispano). Este orgullo no se puede circunscribir a la satisfacción por triunfos personales de compatriotas, por mucha complacencia que me puedan despertar; me alegra, por ejemplo, que la tenista Muguruza gane en las pistas o que muchos deportistas cosechen victorias, o que empresarios e investigadores españoles reciban un reconocimiento internacional…, pero no basta. Ni siquiera la memoria de hechos históricos importantes –que son repetidos, a veces, como tópicos vacíos- justifica por sí misma este orgullo, pues el devenir temporal es un continuum de pasado, presente y futuro, que no admite su fijación en un momento concreto.
Lo decisivo es que esa tarea suprageneracional se vaya realizando y actualizando ininterrumpidamente, sin cortes abruptos ni escisiones caprichosas. En contradicción abierta con la mentalidad posmodernista, una patria es un gran relato cuyos narradores y protagonistas son todos los que han participado, participan y participarán en su guion y desarrollo. ¿Puede inscribirse en el ámbito de la metafísica esta concepción de España? Sin lugar a dudas, pero sin perder por ello un ápice de realismo.
Hagamos derivar de este enfoque metafísico el tipo de patriotismo que considero más sincero y acertado: el de la crítica, o, en otras palabras, el que nace del dolor de España, ese que hunde sus raíces y fundamentos en las mentes más egregias de nuestro pensamiento, de antes y de ahora. Contrapongamos de este modo los aspectos más lacerantes de la España física (corrupción, paro, injusticia, insolidaridad, individualismo, relativismo y nihilismo axiológicos…) al ser ideal de la España metafísica, y esforcémonos en la superación de aquellos. Interioricemos lo español, encarnémoslo, no como visión pesimista de un imposible, como si el dolor por las lacras y defectos del presente llevaran irremediablemente a un estado de depresión colectiva incurable, sino como un acicate de superación, en línea de cumplimiento de aquella tarea histórica.
Lo contrario, cabalmente, de las actitudes nacionalistas, que, o se complacen bobaliconamente en la mediocridad de lo existente, o, por rechazo, buscan la huida en el ingenuo refugio del aldeanismo. El orgullo de la españolidad se anclará mejor en los surcos de la crítica y del esfuerzo colectivo y personal. En busca de una fórmula superadora del nacionalismo –de todo nacionalismo-, rechacemos de plano la frase canovista, en el marco de la I Restauración, de que es español el que no puede ser otra cosa, y demos actualidad al aserto joseantoniano de que ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo.