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Diario YA


 

No se puede decir que no hayamos sido pacientes

Rajoy perderá votos por su poquedad y falta de coraje ante el separatismo

Miguel Massanet Bosch. “Aborrezco a estos espíritus pusilánimes que excediéndose en la previsión de las consecuencias de las cosas, no se atreven a emprender nada” Molière No se puede decir que no hayamos sido pacientes ni que no le diéramos tiempo para llevar a cabo aquellas reformas que nos prometió a sus electores, cuando se postulaba para que le votáramos en las elecciones del 20 de Noviembre del 2011. Hasta le hemos reiterado numerosas veces nuestro apoyo a los recortes y sacrificios que nos ha exigido en beneficio de España, tanto en lo referente a aspectos personales como en cuanto a la renuncia de un nivel de vida que, con toda probabilidad, para algunos ya será imposible recuperar. Hemos aceptado sin rechistar que, desde Europa, se nos dictaran medidas que, sin duda, han sido duras y han representado que muchos españoles hayan perdido sus empleos; confiando en que, con ello, podríamos conseguir que nuestro país saliera del inmenso agujero económico, social, financiero y político que recibieron en herencia del anterior gobierno del PSOE. Todo, don Mariano, lo damos por bien empleado si ha servido para que repuntáramos en Europa, recuperáramos la confianza de los inversores extranjeros, y hasta, y mira que nos cuesta decirlo, que la ayuda a las entidades bancarias haya permitido que este pasado 2013, hayan conseguido ganancias de más de 7.500 millones de euros. Sin embargo, si apartamos su administración económica e internacional, deberemos reconocer que, en lo que respeta a su gestión de los problemas interiores que afectan a nuestro país, en lo que ha sido restablecer el orden constitucional, restaurar la confianza de las personas de orden en la eficacia de una política que garantizara una Justicia imparcial, rápida, despolitizada y honesta; en cuando a mantener la paz, la seguridad y la tranquilidad en las calles de nuestro país; en lo que se refiere a regular, de una vez, el derecho de Huelga y poner orden en los Sindicatos, comenzando por privarles de cualquier subvención pública, exigiéndoles rendir cuentas de los dineros que les fueron entregados para obras sociales y revisando las fortunas personales de sus miembros; investigando el origen de las grandes fortunas que algunos liberados y directivos han conseguido, sin que se sepa de qué medios se han valido para amasarlas; debemos convenir que se han apartado demasiado de lo que se nos prometió. Los últimos descubrimientos que han tenido lugar en Andalucía, que apuntan a una nueva trama de defraudadores del dinero público relacionada con cursos de formación en sindicatos y empresas; merecerían una actitud, paralela a la judicial, del ministerio del Interior y del de Justicia. Demasiada corrupción para pretender pasar sigilosamente por encima de ella. Pero donde, señor Rajoy, ya hemos llegado al colmo de la exasperación, el desencanto, la ira y la pérdida de confianza hacia el Gobierno que usted dirige – si queremos olvidarnos de sus incumplimientos de promesas: como una nueva ley del Aborto que corrigiera las salvajadas contenidas en la vigente ley socialista y nos desentendemos, de momento, del tema de las adopciones gay y del absurdo de ciertas demostraciones extemporáneas a cargo de colectivos que parece que se han olvidado de la decencia y que los derechos de los homosexuales no pueden ir contra los de los heterosexuales ha sido, sin duda, la forma en la que vienen tramitando el tema del independentismo que amenaza, cada vez con más fuerza y, animado por la falta de una reacción contundente del Estado de Derecho; lo que, a muchos, nos da la sensación de que está en ignorado paradero; al menos por lo que respecta a la defensa de la unidad de España y de la aplicación de las medidas previstas en nuestra Carta Magna para restaurar el orden en aquellas comunidades que se pasan de sus límite legales, enfrentándose, como es el caso catalán y vasco, al Estado con un desafío directo, reclamando, sin ambages y con temeridad, que se les conceda la independencia. Como he repetido en numerosas ocasiones es posible que, desde Madrid u otras comunidades apartadas del problema catalán, no se pueda valorar en sus justos términos cual es la situación en esta comunidad en la vivimos muchos cientos de miles de ciudadanos que no queremos sentirnos como “colonos”, expresión con la que la historiadora catalana, señora Anna Tarrés nos califica a los catalanes que hablamos el español. Para que entiendan cual es la verdadera situación en la que nos encontramos vean lo que dice la señora Tarrés: “no es catalán alguien que no habla catalán con los catalanes y entre los catalanes. Es catalán sólo aquel que habla catalán, el que defiende la nación catalana”. Esta es la verdadera realidad: una gran parte de la ciudadanía catalana a la que, los políticos nacionalistas, la libertad de enseñanza que se les ha otorgado, la falta de vigilancia del Estado y la forma timorata con la que, el gobierno del PP, viene respondiendo a los ataques a España; se siente soliviantada, esperanzada y convencida de que España se ha aprovechado de los catalanes en su beneficio. Se ha permitido que las cosas, en esta región, llegaran al estado actual, demostrando de una manera paladina que el miedo a enfrentarse al problema, la idea de que dejándolo que se solucionase por si solo acabaría por hacerlo desaparecer, y el temor, de siempre, a afrontar los grandes problemas del Estado sin complejos y de forma enérgica, siempre con el pensamiento puesto en el coste en votos que les pudiera representar el tomar, con valentía, aquellas decisiones que, por duras e incómodas que pudieran parecer, siempre son mejores y menos peligrosas que tener que enfrentarse a una actitud revolucionaria cuando los ánimos se han tensado y se han roto las posibilidades de que una solución constitucional se produjera de forma pacífica. Entonces surge la tentación de buscar caminos sinuosos con los que puentear las normas algo que, casi siempre, suele acaba de mala manera. Lo sentimos, señor Rajoy, pero ya hemos llegado a un punto en el que no confiamos en ustedes, que nos vemos abandonados a nuestra suerte por el partido que nos prometió firmeza y solidaridad y, por mucho que nos cueste, no nos va a quedar más remedio que retirarle nuestro voto para que se den cuenta de que no se puede jugar con los votantes, que no se puede prescindir de ellos para emprender una política completamente distinta de la que nos propusieron y que, cuando los dirigentes abjuran de los valores de un partido fundamentalmente de derecha y centro, no pueden esperar que los ciudadanos que fuimos los que le dimos el poder sigamos, como mansos corderos, dejándonos llevar y tengamos que soportar que, ahora que necesitan nuestros votos para las europeas, se nos vuelva a intentar camelar, como si todos fuéramos pardillos y botarates que no supiéramos lo que nos hacemos y no fuéramos capaces de tener criterio propio para evaluar la situación y saber cuando se nos intenta engañar y cuando no. Es posible que un escarmiento, haga ver a la actual cúpula del PP que han hecho mal prescindiendo de lo que pudiera pensar la parte más veterana del partido, la que atesora los valores de la antigua Alianza Popular pero que, seguramente, sigue siendo la más fiel y numerosa. Habrá que ver los resultados de las próximas elecciones y las consecuencias que se puedan derivar de ellas para España y sus ciudadanos. O así es, señores, como, desde la óptica del ciudadanos de a pié, nos negamos a ser ninguneados como electores.

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