RASPUTINAJE
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MANUEL PARRA CELAYA Tomo prestada la palabreja que preside este artículo de un neologismo acuñado en una lectura de Josep Pla, el genial escritor ampurdanés ahora silenciado y olvidado por el nacionalismo, que no considera catalanes a quienes, en el pasado o en el presente, no comulgan con sus disparatadas ideas.
Rasputinaje: confieso que me sorprendió el término. Ya saben: Rasputín fue un siniestro personaje de la Rusia de los Romanov, entre místico, sanador, embaucador y consejero de la corte; un extraño monje que, con un tremendo poder de sugestión y unas prácticas pseudorreligiosas, encandiló a la propia zarina y casi llegó a dirigir los destinos de Rusia en los años precedentes a la revolución. La leyenda se une a la historia en este punto, pero, según parece, una conjura dirigida por el príncipe Yusúpov acabó con la vida de este personaje, primero con un intento de envenenamiento y luego con cuatro tiros.
¿A qué viene esta referencia? Un poco de calma, lectores… Juan Carlos Girauta afirma que, mientras Franco vivía, no había prácticamente nacionalismo en Cataluña y que solo unos cuantos curas, más o menos trastornados, convencieron a Jordi Pujol de que era el elegido. Alguno más de cuatro habría, digo yo, si me baso en experiencias de mi juventud y en la evidencia de las escasas promociones que han salido después de los casi vacíos seminarios de nuestra tierra.
La cuestión es que el separatismo catalán, al igual que el vasco y la propia ETA, tiene desde siempre un regusto a conciliábulo de sacristía -de espaldas al Altar- y un olor revenido a cera, nada que ver, por supuesto, con un verdadero Cristianismo ni con el amor al prójimo que la Iglesia Católica debe transmitir, sobre todo si este prójimo está situado más allá del Ebro o, de allí hacia nuestros lares, se empeña en ser español; en cuanto al amor a Dios, se les hace muy difícil si se pretende que Él esté por encima de la Cataluña Independiente.
Quedan ya para las hemerotecas el manifiesto de los 300 sacerdotes y diáconos que se sumaron alegremente a la gran estafa del referéndum del 1 de octubre que debía traernos la república de la señorita Pepis; también, las inequívocas declaraciones de los obispos catalanes reunidos en un monasterio tarraconense, nunca contestadas de forma clara y rotunda por sus hermanos, los obispos del resto de España reunidos en la Asamblea Arzobispal Española; también se pueden recordar las sesiones de oración por el independentismo que los frailes capuchinos de Barcelona albergaron en su iglesia. También me entero ahora de que sus colegas de congregación en Les Borges Blanques (Lérida) han decidido suprimir el Belén Viviente de cada año como protesta por la prisión de los golpistas.
Siguen ahora las homilías en las que se exhorta a rogar por los presos políticos; el otro día, sin ir más lejos, un buen amigo abandonó un templo donde el mosén exhortaba a sus siete escasos fieles a esta tarea.
Como última noticia al respecto, leo en la página de Somatemps que la revista Cataluña cristiana -que se subtitula Semanario de información y cultura religiosa- acusa a Rajoy y al Rey de ser traficantes de armas; los chicos de esa página se preguntan por qué no se mencionan en el artículo los gastos del govern de Puigdemont para la adquisición de un arsenal de verdaderas armas de guerra con destino a los Mossos, amén de otra (frustrada, a Dios gracias) compra de material casi pesado que fue interceptada a tiempo y cuyo posibles usos han quedado en el secreto del sumario.
En el mismo número de Cataluña cristiana -que, por cierto, depende de una fundación que preside el cardenal de Barcelona- también se inserta un texto titulado Preocupación por el encarcelamiento de los consellers, con las consabidas fotos de las pancartas por la liberación de los presos políticos, con una declaración del inefable obispo Nonell: No es justo que por la vía de la fuerza se impida a este pueblo decidir su futuro. Otrosí: la revista cristiana se adhiere a un editorial de la Asociación de Publicaciones Periodísticas en catalán sobre el encarcelamiento del gobierno legítimo, hecho demoledor que nos revierte a otros momentos dramáticos de nuestra historia.
A esto me refería con la extraña palabra empleada por Pla: al papel de Rasputín que lleva a cabo un sector importante del clero y la jerarquía catalanas. El resultado inicial es vaciar las iglesias, igual que despoblaron ya los seminarios.
Aquello de Cataluña será cristiana o no será, que se atribuye a Torres y Bages, ha quedado en puro eslogan: la Cataluña de los separatistas ni es cristiana ni siquiera es la verdadera Cataluña, ya que muchos de sus pastores prefieren intentar emular al intrigante Rasputín en lugar de predicar el Evangelio de Cristo.
Se acerca la Navidad, con la sorprendente proximidad de unas elecciones autonómicas que el Sr. Rajoy situó con urgencia el día antes del tradicional sorteo. A muchos se nos ocurre que, en realidad, van a ser dos loterías seguidas y que los premios van a quedar tan repartidos que nadie saldrá satisfecho. ¿Es esto lo que se pretendía con la convocatoria tan inmediata?
Pero, volviendo a nuestro tema, ¿qué nos predicarán los rasputines separatistas en la Misa del Gallo? ¿Comentarán, compungidos o satisfechos, el resultado del escrutinio? ¿Seguirán invitando a la oración por los golpistas presos, si es que antes no han sido puestos en libertad para que coman los turrones en familia? ¿Se invocará al ectoplasma de Puigdemont, esté todavía atizando la confusión entre flamencos y valones o paseando tranquilamente por las bonitas calles gerundenses?
Lo que es seguro es que los rasputines no se acordarán del mensaje de la Navidad y no osarán repetir las palabras de los ángeles en Belén: Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad. Porque ellos, evidentemente, carecen de esta buena voluntad.