Señora Carmena… ¡¡¡meta la bicicleta por donde quepa!!!
Gustavo Vidal. La última carmenada consiste en fomentar sí o sí el uso de la bicicleta en una ciudad como Madrid que, de por sí, ya arrastra serios problemas circulatorios, adolece de suficientes plazas de aparcamiento y registra un tráfico anual de millones de coches.
Pero, como ya sabemos, en la mente comunista de Manuela Carmena, el ciudadano no es libre para elegir sino que debe ser “educado y dirigido en los sanos principios que han de guiar al pueblo.”.
En el presente, en detrimento de quienes libremente, y con su dinero, deciden valerse de su vehículo particular o incluso del transporte público, medio utilizado masivamente por los madrileños.
LOS CICLISTAS DEBERÍAN ABONAR IMPUESTO DE CIRCULACIÓN
Ante lo anterior, la lógica impondría eliminar o reducir notablemente el impuesto de circulación a los coches, pues si se puede circular menos debe pagarse menos y en cualquier caso, dicho impuesto deberían abonarlo los ciclistas, pues también circulan y, recordemos, las bicicletas también son vehículos.
Pero no parece que esto vaya a ocurrir. Más bien nos veremos ante una dificultad creciente, cuando no abierta restricción, para circular con nuestro vehículo a la par que seguiremos pagando la misma cuantía impositiva. Muy “justo”, como puede verse.
CIRCULAR EN BICICLETA EN UNA CIUDAD COMPLICA EL TRÁFICO Y PERJUDICA LA SALUD
Montar en bici puede estar muy bien. No lo discuto. Pero que algo resulte adecuado en términos generales no significa que siempre y en todo lugar pueda ser conveniente.
De hecho, el ciclista en una gran ciudad resulta un peligro para sí mismo y hasta para los conductores. La bicicleta es un vehículo, guste o no. Pero se rodea de otros vehículos de mucha más potencia y solidez. Las leyes físicas (algo que ni la populista comunista Carmena puede derogar) establecen que un impacto a media o gran velocidad entre dos cuerpos resulta muy lesivo para el más débil. Ya saben, masa por aceleración y esas cosas…
Además, las leyes de la inercia de los cuerpos determinan que no siempre, ante un imprevisto, puede dominarse una máquina pesada (léase coche o vehículo particular), de modo que hacer circular a las bicis junto con los coches es, por encima de todo, un acto de irresponsabilidad y temeridad. Sé bien que ir en bici parece hoy muy chachi, muy güay, very happy flower, pero puede acarrear consecuencias graves.
Y no es porque lo diga yo, sino las más elementales leyes físicas que, por cierto, no las determina “la gente” ni se deciden “en común por el pueblo”… están ahí desde antes que el mono desnudo construyera las ciudades y permanecerán cuando de nuestra especie no quede ni rastro. Aunque igual el día menos pensado, el Ayuntamiento de Madrid decide una auditoría ciudadana de las leyes físicas, pues nunca se sabe hasta donde puede llegar la ciudadanía empoderada, todo hay que decirlo.
A lo anterior debe añadirse la tácita patente de corso otorgada a los señores ciclistas para saltarse los semáforos cuando les apetece o para circular por las aceras cuando les viene en gana sin que ningún agente municipal se atreva a amonestarles. Quizá porque no sea políticamente correcto.
Algunos alegan, no sin razón, que circular en bicicleta es muy sano. Sí, saludable es. Añadiría que sanísimo. Pero si esta actividad se realiza entre montañas de ladrillo, asfalto y hormigón y tras los tubos de escape de autobuses, coches, motos, furgonetas y camiones, deja de ser sano. Salvo que el cáncer de garganta, faringe y pulmón sea considerado muy sano en la “nueva política”, que todo podría darse.
Aunque si “la gente” decide que el respirar compulsivo y jadeante de monóxido de carbono es muy salubre, pues nada, será muy sano,… ¡si lo decide “la gente, no hay más que hablar”! Y quien diga lo contrario, ya se sabe, le tiene miedo a la democracia y, horror, puede que no sea solidario.
Sinceramente, el montar en bicicleta es saludable, repito, pero en zonas abiertas, verdes y limpias. En las ciudades puede resultar muy cancerígeno, es un incordio para los conductores de vehículos a motor, entorpece el tráfico y aumenta el riesgo de siniestralidad.
Y ESOS CICLISTAS INVASIVOS E INSOLIDARIOS
A lo anterior debe añadirse una deplorable práctica de muchos ciclistas: circular por las aceras.
Esto supone un peligro para todos los peatones pero muy especialmente para niños, así como personas mayores y de escasa movilidad. Un impacto de una bicicleta sobre un cuerpo humano puede ocasionar graves lesiones a cualquiera. Sobre ancianos, mujeres embarazadas o niños puede resultar letal.
Obviamente, no existe ninguna obligación de soportar ese riesgo contra la integridad física cuando caminamos por una acera por mucho que ir en bici sea ahora algo muy “happy flower” y, desde luego, poca solidaridad demuestra el ciclista que circula por el lugar reservado a los peatones y mantiene “en vilo” al transeúnte que, cada cierto tiempo, ha de mirar atrás y a ambos lados por miedo a ser embestido y arrollado.
Desde luego, no deja de suponer una molestia o un temor que casi obliga a circular con retrovisores en la cabeza, pues el menor moviendo puede suponer que un ciclista te pase por encima o te golpee. Espero, confío y deseo poder mantener mi contención si algún día un invasivo e insolidario ciclista me golpea cuando circulo por la acera.
LIBERTAD, ¿PARA QUÉ? … PARA SER LIBRES, SEÑORA CARMENA, PARA SER LIBRES
Particularmente, me importa un rabanillo si la señora Carmena monta en bicicleta (o dice que monta y así se saca alguna foto de vez en cuando). Pero considero muy grave, mucho más de lo que parece, que desde el poder político se pretenda adoctrinar e imponer los “sanos principios que debe seguir el pueblo”….
Y es que cada cual ha de decidir libremente que medio de transporte utiliza. Ningún gestor público puede ni debe intentar favorecer o imponer su criterio. Cuestión aparte es aconsejar. Pero establecer medidas para imponer su preferencia es un atentando contra la libertad.
Por su parte, los ciclistas pueden optar hoy por opositar a las diversas modalidades de cáncer que ofrece el respirar a pulmón abierto los gases tóxicos de vehículos a motor. O, si lo prefieren, los goces de una paraplejia por impacto. También (porque acabará ocurriendo) los placeres de una mandíbula y costillas rotas cuando, al circular por la acera, golpeen a un viandante irritado.
De cualquier modo, en cada gesto, en cada ocurrencia, en cada medida casi siempre disparatada, en cada poro de su piel, Manuela Carmena, comunista de siempre, segrega junto a sus compañeros podemitas el leninista odio a la libertad disfrazado de “lo mejor para los ciudadanos”.
Y si los ciudadanos no están de acuerdo con ser tutelados y dirigidos siempre se les podrá decir aquello de “libertad… ¿para qué?”. Pues libertad para ser libres, señora Carmena, señores podemitas… Para ser libres ¡lastima que en materia de libertades Vds no estén ni se les espere!