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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

la acusación de antidemocrático a ese adversario devenido en enemigo

SUPERAR EL ODIO EN LA POLÍTICA

Manuel Parra Celaya. Quedó en pura teoría aquello de que la política es una gran tarea de edificación.  Por el contrario, en la práctica diaria en España, se nos aparece como una miserable tarea de aniquilamiento o cancelación del adversario, y a este fin malévolo se supeditan todos los medios, ya no solo los que consideraríamos lícitos desde un punto de vista jurídico o ético, sino los ilícitos, siempre que estén edulcorados con subterfugios legales o por la simple desvergüenza de quienes los utilizan.
    Las primeras páginas de los periódicos o las cabeceras de los telediarios van dedicadas, de forma indefectible y preferente, a constantes y sucesivos escándalos, que tienen como escenario previsto los tribunales de justicia; superan estos en importancia, en su previsible ejercicio, a gobiernos, ministerios o parlamentos, que serían las instancias normales donde se trabajase por las necesidades reales de la población. ¿He dicho trabajar? Este verbo quizás sea el menos indicado para definir la principal ocupación de la clase política, mucho más atenta a conservar el poder o, en su caso, a sustituir a sus detentadores. Parece que estas notas son las habituales en el sistema de partidos políticos del que disfrutamos.
    Si a ello añadimos el nivel de la clase política que integra el aparato de estos partidos, el panorama no puede ser más desalentador; como dice el Dr. José Martín Ostos, catedrático de Derecho Procesal, “a través de los partidos políticos no son elegidos los más meritorios ni los más representativos (…). El nivel de formación de gran parte de los parlamentarios es manifiestamente deficiente. Basta con examinar el listado, con las correspondientes biografías de una gran parte de los actuales (al menos en España) para concluir que es difícil justificar objetivamente su elección”. Se trata, en su mayor parte, de profesionales, que, como dice siguiendo este profesor, “carecen de una previa y satisfactoria actividad profesional o laboral, salvo la prestada en el seno de su partido político” (La participación del pueblo en el poder. Ed. Astigi. 2023).
    Es lógico deducir que la actual organización de la política en forma de democracia liberal, sustentada en los partidos políticos, es el más ruinoso sistema de derroche de energías, afirmación ya clásica pero con la que seguro estarán de acuerdo muchos españoles e, incluso, un gran número de europeos.
Lo más grave es el leit motiv que subyace debajo de lo podríamos llamar, en la mayoría de los casos, pantomima política: el odio. De entrada, cualesquiera armas son lícitas para el propósito; si con ello se logra arrancar unos votos al adversario, bien está difamar de mala fe sus palabras (…). Para disgregar al partido contrario tiene que haber por necesidad odio; aunque estas palabras fueran pronunciadas en el siglo pasado y en muy diferentes y dramáticas circunstancias, acaso sigan teniendo triste vigencia en la España de hoy.
    Incapacidad, cerrazón, disgregación,…odio; así pues, no es una simple rivalidad o una diferencia de opiniones o ideas, lo que llevaría a considerar al otro como adversario, sino un encono, que lo considera como enemigo. Este juego, supuestamente democrático, precisa de una enemistad profunda, de un odio permanente, entre quienes se disputan el poder, siempre a espaldas de la población, que suele asistir atónita -y lo más grave, indiferente- a los escenarios de la política nacional. Al parecer, este odio forma parte del ADN de la partidocracia.
    De ahí, por ejemplo, la acusación de antidemocrático a ese adversario devenido en enemigo; y no digamos a quienes se atreven proponer reformas o alternativas de la situación vigente, a quienes osan cantar las verdades del barquero ante el panorama que se ofrece a los ojos de todos los españoles a diario. La conclusión inmediata es la tremenda paradoja -ya no oxímoron en este caso- de que estamos avanzando a marchas forzadas hacia la institucionalización de un totalitarismo democrático, en el que no existan controles, ni división de poderes, ni libertad de expresión para el oponente.
    La opción es, en primer lugar, vencer este odio; o, por lo menos, que no contagie a esa población que lo que espera es que la política se encargue de solucionar sus problemas, sean los ya atávicos, como encontrar vías de justicia social y de libertad,  sean los coyunturales, como atender a un desastre natural o proporcionar ayuda a los damnificados en este caso.
    Sigamos con vencer y superar la incompetencia; y sustituir la profesionalidad por el buen hacer de expertos, cuya procedencia y constante esfuerzo en su especialidad los lleven a la categoría de auténticos políticos de servicio; ergo, debemos ir hacia una transformación -autentificación- de la democracia, quitando el protagonismo a los partidos.  
    Para ello, quizás como conclusión nos valgan unas palabras finales del Dr. Martín Ostos en su obra citada; para buscar una nueva forma de organización política, auténticamente democrática, habrá que diseñar una tarea que parece hoy imposible: “·Para facilitar la consecución de un nuevo modo de participación en el poder, resultará útil el conocimiento de nuestra historia (…); además, la transformación debe realizarse de un modo paulatino, nunca con precipitación y, mucho menos, con uso de la fuerza”. Y, como lógico final, debe aspirarse a la sustitución del encorsetado modo de los partidos políticos (egoísta y parcial)) por uno más humano y flexible, susceptible de continuas mejoras y al servicio de toda la comunidad”.
    Aprestémonos a esta tarea; y, como se decía antes, la imaginación al poder.
 

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