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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

¿LA MENTE GRIS DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA?

Manuel Parra Celaya. Por supuesto, no se me ocurrió el día de Sant Jordi (fiesta del Libro y de la Rosa en Cataluña) adquirir “La solución pacífica”, del que es autor al parecer José Luis Rodríguez Zapatero. Y ello por varias razones; entre ellas, porque mi ya colmada biblioteca particular no admite espacio para tales publicaciones y sí para autores de prestigio en sus ideas -aunque no coincidan con las mías- y de probado estilo literario; además, si alguna vez me desvelo, acudo a contar ovejas o a repasar las greguerías de Ramón, con lo cual mi sueño suele ser apacible y sonriente.
    Me limité, por ello, a leer la entrevista que al Sr. Rodríguez Zapatero le concedió “La Vanguardia” (6-IV-25), nada menos que por mano de Enric Juliana, adjunto al director de ese medio y destacado en Madrid. En resumen, se puede decir aquello de nihil nuovo sub sole, por ser sobradamente conocidas las ideas del que fuera, por desgracia, presidente del Gobierno español, ahora revelado, al parecer, como conspicuo estratega nacional e internacional.
    En la misma línea de siempre, el Sr. Rodríguez afirma en dicha entrevista que hay que ir a “una solución de fondo en la cuestión de Cataluña” y, para ello, es forzoso “ir al reconocimiento de la realidad nacional de Cataluña”; dice algo, además, que ya sospechábamos algunos: “A estas alturas, creo que no tiene sentido negar o disimular mi implicación en ese diálogo”, refiriéndose claro a tenidas con el prófugo de Waterloo, es decir,  con el Sr. Puigdemont, del que sabíamos que ha ido concediendo audiencias a multitud de políticos del PSOE y del resto del actual frente popular (y se sospecha de que también de algunos que no son precisamente de esas corrientes).
    No es extraño que siga diciendo Zapatero que “he hablado mucho con Puigdemont, creo que ha cuajado una relación de confianza” y recomienda “no menospreciarlo en el plano intelectual”, lo que nos puede hacer sospechar que será su candidato para algún premio literario o científico.
    Además, el expresidente del Gobierno español se postula como la mente gris de la política exterior en unos ámbitos que abarcan desde la Venezuela de Maduro hasta la China de Xi Jinping, lo que nos desvela también quién mueve los hilos de la Moncloa; lo que no nos dice, claro, es de quién o quiénes, a su vez, recibe instrucciones para ejercer ese papel, tan decisivo en la situación del mundo actual.
    Pero vamos a centrarnos en sus propuestas sobre la “cuestión d Cataluña”; como se ha dicho, nada novedoso, pues ya definió en su día a España como “nación de naciones”, y añadió aquello tan bonito de que el concepto de nación es “discutido y discutible”; este segundo aspecto ha debido meditarlo ahora en su propuesta de reconocer “la realidad nacional” catalana. Un nefasto elemento más en su currículum de pretender volver a enfrentar a los ciudadanos entre sí…
    Efectivamente, si bien se mira, el término “nación” pudo ser, históricamente, interpretado de modos diversos: desde hablar de la nación sioux o la nación gitana hasta llegar a la Teoría de las nacionalidades del siglo XIX y el germanismo de Hitler; constatemos, eso sí, que estas perspectivas de antaño tenían siempre en común un sustrato etnicista (es decir, racista), que, en los nacionalismos actuales, se atempera o disimula con una perspectiva lingüística, en la que el denostado concepto de raza es reemplazado por el de lengua propia.
    Pero en la realidad actual no es así; despojado de sus inherencias históricas románticas, nación tiene un claro sentido político, y se refiere a las realidades históricas y sociales, organizadas en un Estado, y, sobre todo, justificadas por haber cumplido una misión entre el conjunto de otras naciones; esta misión es la que permite hablar de patria, si bien se sigue respetando, por puro sentimiento, el concepto de patria chica.
    Estas, para él, sutilezas, no son tenidas en cuenta en su propuesta, que no es otra que articular España en un confederalismo (no autonomismo ni siquiera federalismo), es decir, en la existencia de supuestas naciones que admiten coexistir en un momento dado, pero que pueden romper ese pacto cuando lo crean conveniente; este es el sueño de todos los separatismos, que, al ser incapaces de proclamar la independencia de un modo unilateral, acuden a formar parte de esa confederación, es decir, en términos de Zapatero, de esa nación de naciones.
    Alguien dirá, convencido, que a la solución pacífica de la mente gris se le puede aplicar aquello de “dos no pelean si uno no quiere”, en este caso, España, pero el problema no queda en esta simple rendición; España y Cataluña no son dos realidades distintas: Cataluña es España, como son España todos sus territorios, vulgo autonomías. Como decía Ortega, el problema no puede plantearse nunca en el ámbito de la soberanía, que es única para todos, sino, en todo caso, de descentralización de funciones, que, por principio, nunca debería entrar en colisión con la integridad de España.
    Tampoco existe un problema entre catalanes y españoles, y esto me ha costado muchas disputas acaloradas con cenutrios de ambos lados del Ebro; en todo caso, hay un problema entre algunos catalanes: los que nos sentimos profundamente españoles de forma natural y los partidarios de Puigdemont y compañía.
    La mente gris del Sr. Rodríguez Zapatero mueve, por lo que se ve, un títere llamado Pedro Sánchez y rige la hoja de ruta de todo el frente popular que nos gobierna…
 

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